Según estas “vitae” más o menos legendarias, San Cirilo nació cerca de 1141, en Constantinopla, de padres nobles y cristianos piadosos y ejemplares. Para no ser menos que otros santos, desde niño fue inclinado por voluntad propia a las letras y la piedad y antes del uso de razón, ya había hecho voto de virginidad y de entregarse a Dios. No se sabe mucho de su infancia y juventud (por lo menos eso sí lo admite el “Flores del Carmelo”), sino que cuando tuvo la edad pertinente fue ordenado sacerdote, siendo ya (y cito) “consumadísimo teólogo y letrado, conque era inmenso el fruto que así con sus sermones, como con sus consejos hacía”. Quiso Cirilo predicar a los alejados o que no conocían a Cristo y la ocasión le vino por medio de un prodigio: En 1168 ocurrió que la madre del Sultán de Iconio, cristiana en secreto, estando moribunda mandó a su hijo levantar un mausoleo y poner sobre este una cruz. Murió la mujer y el hijo, por miedo al pueblo, puso la cruz de noche. Al otro día llegaron algunos turcos celosos de su fe y pretendieron quitar la cruz. El primero se subió, cayó y se hizo papilla; el segundo lo mismo; el tercero se hizo acompañar de millares (!) y lograron tirarla, pero de pronto se formó una tormenta de rayos que mató a la mayoría y apareció un ángel que colocó otra cruz más hermosa aún en el sitio de la otra. Muchos se convirtieron, pero no podían bautizarse, por no haber ministros de Cristo. Enterado Cirilo de este milagro, allá se fue, instruyó al Sultán y a todos los que quisieron aprender la fe cristiana.
Escribió el Sultán al papa Alejandro III (bueno, en realidad no escribió nada, es una carta apócrifa), pidiéndole enviase desde Roma algunos presbíteros valientes para predicar en esta tierra. La carta la llevó el mismo Cirilo, que regresó antes que los embajadores del Sultán, que a su vez recibiría otra carta de Alejandro III. Otra legación ante el papa llevó a cabo, por mandato del Emperador Emanuel Commeno, pero aunque Baronio y otros intentan casar fechas, documentos y personas, todo es bastante confuso. En fin, que según la leyenda, regresó Cirilo a Iconio, y continuó la catequesis del Sultán, que recibió el Bautismo secretamente, en la Pascua de ese mismo año. Lo de secreto bien parece una excusa, pues no consta ninguna conversión de sultán alguno, aunque sí un período de paz para los cristianos en aquellas tierras en estas épocas del sglo XII. En fin, que regresó Cirilo a Constantinopla donde tuvo que enfrentarse en la plaza pública al Patriarca Miguel, que propagaba la herejía de que el Espíritu Santo sólo procede del Padre, y no del Padre y del Hijo. Sufrió Cirilo el acoso del Patriarca y sus seguidores. Amenazas y castigos, hasta que una noche, mientras oraba, se le apareció la Madre de Dios, que le dijo (y cito):
“No quieras temer, Cirilo. Si pretendes huir de los errores de los griegos y alejarte de sus lazos, busca el sosiego y la soledad del Carmelo. En él gozarás de sosiego, tendrás paz y yo seré siempre en tu amparo”.
Museo del Ex Convento Nuestra Señora del Carmen, D.F. Un regalito de Tacho Juárez |
Le dejó partir San Brocardo y le dio por compañero a Fr. Eugenio. Llegó Cirilo a Armenia y fue “llegar y tocar el santo”. El inefable “Flores…” dice:
En estas tierras, además de entre los medos, los esclavones y los partos, según dice el Beato Bautista Mantuano (17 de abril), estuvo 10 años Cirilo como predicador, hasta 1191, año en que regresó a su amado Monte Carmelo y sus soledades. Aunque estuvo a punto de durar poco allí, pues el nuevo papa, Celestino III, le nombró Patriarca de Jerusalén, a lo que se negó nuestro santo.“llegando el santo a la Corte, la conmovió toda y con la eficacia de su predicación y santidad de su vida, acreditada con insignes milagros, alumbró a los Gentiles, redujo a los Cismáticos, reformó a los Católicos, y a todos los dejó tan obedientes al Sumo Pontífice, que el rey y sus vasallos enviaron a Roma a dar humildes la obediencia a Su Santidad, que era a la sazón Lucio III”.
En el monte Carmelo tuvo el santo, un día de San Hilarión (21 de octubre), una revelación: se le apareció un ángel que le entregó unas azucenas, y enseñándole unas tablas de plata de las que debía transcribir el texto y luego fundirlas para hacer un cáliz y un incensario. Las tablas narraban las once persecuciones que hasta el fin del mundo padecería la Iglesia. Las remitió a Joaquín, abad de los cistercienses de Calabria (al cual hay que tomar con pinzas en todo lo que dice, pues alguna obra suya fue condenada por el III Concilio de Letrán). Otra visión tuvo cuando, al lamentar los peligros de la Orden en manos de moros o cristianos griegos, la Virgen María se le apareció, prometiéndole que la Orden se expandiría y a ella vendrían hombres de muchas naciones. Como fue, al año siguiente se fundaba en Colonia, y luego en Sicilia.
Milagros obró el santo, como con un mendigo enfermo y ciego que subió al Carmelo a por limosna. Le dio Cirilo una moneda, que el hombre besó y posó en sus ojos, para ver inmediatamente. Conmovido, pidió el hábito, pero se le dilató hasta que regresara San Brocardo, que estaba ausente. A los tres días murió y estando para enterrarlo, llegó Brocardo; preguntó quien era, y el mismo difunto se levantó y dijo “por los méritos de Cirilo he recuperado la luz del cuerpo y del alma, y juntamente la vida”, con lo que se le dio el hábito, y fue un religioso ejemplar.
En 1221 murió San Brocardo, y los religiosos eligieron, por unanimidad, a Cirilo para sucederle como General, ya que le había sido muy fiel y junto a este había obtenido la Regla de manos de San Alberto (7 de agosto). Teniendo este oficio de General, estuvo Cirilo en la canonización de San Ángelo (5 de mayo) en Jerusalén; envió como vicario suyo al futuro general San Simón Stock (16 de mayo), aunque el mismo libro dice que fue San Brocardo, al tratar de la vida de este; visitó a los monasterios dependientes del Monte Carmelo; escribió cartas y obras espirituales, como terminar hasta sus días la “historia” de la Orden que había comenzado Juan Silvano, el patriarca de Jerusalén, o algunos tratados sobre el Espíritu Santo. En 1224, a los 82 años, cansado ya, pidió a Dios le llevase con Él. Obtuvo por una revelación que sería pronto, por lo que apenas enfermó, dispuso todo para su partida, pidiendo perdón a los religiosos y alentándoles a ser fieles. Murió el 6 de marzo de ese mismo año, y fue enterrado junto a sus predecesores, Santos Bertoldo y Brocardo, no sin antes obrar varios milagros en algunos que subieron al Monte Carmelo a venerar sus reliquias. Fue sucedido por el Beato Bertoldo II de Lombardía (17 de mayo), IV General latino.
En 1399 el Capítulo General de la Orden en la Toscana, pidió y obtuvo su canonización a la par de celebrar su memoria litúrgica. Eugenio IV lo canonizó directamente. Recoge el “Flores…” algunos milagros, como resurrecciones; o el regaño a dos religiosos parlanchines del Colegio de Nueva España, a los que amonestó junto a Santo Tomás de Aquino (28 de enero y 8 de marzo); y otro más en las monjas de Sevilla, a las que enturbiaba el agua de una fuente constantemente por haberla hecho reutilizando unos azulejos en los que había estado su imagen. En 1635, el P. Próspero del Espíritu Santo, al "reconquistar" para la Orden el Monte Carmelo, comenzó una serie de excavaciones, identificando, sin mucha crítica, los sitios de Elías, los profetas y el primitivo convento. En una gruta, al tirar un tabique, aparecieron tres tumbas que, inmediatamente, y con menos crítica aún, identificó como las tumbas de los tres Generales: Bertoldo, Brocardo y Cirilo.
En la iconografía carmelitana aparece casi siempre entre los sabios y doctores, junto a San Cirilo de Alejandría (27 de junio; 18, con San Atanasio, y 28 de enero, antes los carmelitas; 9 de junio, liturgia bizantina) y San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo), con los que se piensa haya sido confundido, creando un personaje nuevo. Sus atributos son el hábito, el birrete doctoral, la pluma y el libro, la paloma del Espíritu Santo, las mencionadas tablas "proféticas" y unas azucenas.
A 6 de marzo además se celebra a:
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