Beata Ingeborg de Dinamarca, reina. 30 de julio.
Ingeborg nació en 1175, como hija del rey Valdemar I de
Dinamarca y la princesa rusa Sofía de Minsk. Fue una niña delicada, obediente y
piadosa. En 1193 la casaron con Felipe Augusto de Francia. Son este matrimonio afrancesaron
su nombre, que pasó a ser Isembour. Casó un 15 de agosto, y el 16 Felipe de
Francia se arrepintió del matrimonio, la despreció y la envió de vuelta a su
casa, pero Ingeborg huyó, se escondió en un monasterio de Soissons, desde el
cual defendió su causa de esposa legítima y reina francesa, apelando al papa
Celestino III, en varias cartas, que se conservan.
Felipe convocó un concilio en Compiègne para demostrar, con
falsedades, que el matrimonio era nulo, pues él e Ingeborg tenían lazos de
consanguinidad y no había habido dispensa para ello. El concilio aceptó el
falso árbol genealógico y declaró el matrimonio nulo. Ingeborg apeló de nuevo
al papa, quien declaró que esa nulidad era inválida y que Felipe debía aceptar
su matrimonio con Ingeborg y hacerla su reina. Por su parte, los daneses,
indignados, enviaron a San Guillermo de Eskill (6 de abril y 16 de junio,
traslación de las reliquias) con una "Genealogía de los reyes
daneses", para desmentir la supuesta consanguinidad. De nada sirvió, el
rey francés le encarceló durante dos años. El rey Felipe, aceptó a Ingeborg
como reina, pero no la quiso a su lado y esta vivió durante veinte años en
diversos castillos, alejada del mundo, pero luchando por sus derechos.
Ingeborg fue defendida a medias por su familia, que no
deseaba una guerra con Francia, incluso cumplieron parte de los acuerdos
prematrimoniales, como prestar una flota danesa a Felipe Augusto. Canuto VI,
hermano de Ingeborg la defendía, o eso le decía a ella, pero no ejercía presión
ni mucho menos amenazó a Felipe. En 1196, temeroso por la falta de hijos,
Felipe casó con Inés de Moravia, hermana de Santa Eduviges de Silesia (16 de octubre y 25 de agosto, traslación de las reliquias). Este matrimonio fue declarado nulo por Inocencio III, a
quien Ingeborg había escrito contándole su desdicha, su desolación en el
encierro y los pensamientos suicidas que la amenazaban, que solo lograba
desechar con su ferviente oración. Y es que en estos encierros, Ingeborg no
veía a nadie, salvo dos damas, no podía oír misa, ni recibir visitas.
En 1200, ya con dos hijos fruto de su adulterio, Felipe Augusto fue solemnemente excomulgado por el papa, que prohibió todo el culto religioso en Francia hasta que aquella barbaridad no cesase. Y Felipe transó, alejando a su falsa esposa y trayendo a su lado a Ingeborg, que tomó posesión de su trono francés. Pero no tuvo paz, pues el papa y Felipe negociaron, y el primero declaró legítimos a sus dos hijos a cambio del apoyo político del rey, y ese mismo año, lograda la legitimización de sus hijos, Felipe volvió a repudiar a Ingeborg y solicitó la anulación otra vez. Esta vez acusó a Ingeborg de haberle causado impotencia con maleficios, por lo que el matrimonio no se había consumado. Ingeborg, enterada por algunos cercanos a Felipe, que le eran fieles, protestó ante el papa, diciendo que sí habían consumado el matrimonio. El papa montó en cólera y le negó la nulidad. En 1213, Felipe aceptó a Ingeborg como legítima esposa, aunque solo porque tenía posibilidades al trono inglés, por su vínculo con Dinamarca, principal candidata al trono sin rey.
En 1200, ya con dos hijos fruto de su adulterio, Felipe Augusto fue solemnemente excomulgado por el papa, que prohibió todo el culto religioso en Francia hasta que aquella barbaridad no cesase. Y Felipe transó, alejando a su falsa esposa y trayendo a su lado a Ingeborg, que tomó posesión de su trono francés. Pero no tuvo paz, pues el papa y Felipe negociaron, y el primero declaró legítimos a sus dos hijos a cambio del apoyo político del rey, y ese mismo año, lograda la legitimización de sus hijos, Felipe volvió a repudiar a Ingeborg y solicitó la anulación otra vez. Esta vez acusó a Ingeborg de haberle causado impotencia con maleficios, por lo que el matrimonio no se había consumado. Ingeborg, enterada por algunos cercanos a Felipe, que le eran fieles, protestó ante el papa, diciendo que sí habían consumado el matrimonio. El papa montó en cólera y le negó la nulidad. En 1213, Felipe aceptó a Ingeborg como legítima esposa, aunque solo porque tenía posibilidades al trono inglés, por su vínculo con Dinamarca, principal candidata al trono sin rey.
Ingeborg, según su lápida sepulcral. |
Se conserva su hermoso salterio, una joya de la miniatura
gótica. También se guardan algunas cartas de ingeborg a Celestino III e
Inocencio III, sus valedores, y destacan por su erudición, lenguaje correcto y
cantidad de citas de las Sagradas Escrituras, confirmando la cultura y la
piedad de la reina. En una de ellas escribe a Inocencio III en 1203:
“…querido Padre, ‘líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la prisión, para que yo de gracias a tu nombre; los justos me rodearán, porque tú me colmarás de bendiciones’. Mi señor esposo me persigue, Felipe el ilustre rey de los franceses, que no sólo no me ve como su esposa, sino que, carga mi juventud con la soledad de la cárcel, no deja de provocarme con reproches y calumnias a través de sus consejeros (…) Debe saber, santo Padre, que en mi prisión no tengo comodidad y sufro innumerables e insoportables daños; porque nadie se atreve a visitarme allí excepto una persona religiosa para consolarme, ni puedo oír la palabra de Dios desde cualquier boca para restaurar mi alma, ni tengo los medios para hacer la confesión a un sacerdote; rara vez puedo escuchar misa, ni otros oficios o las horas [canónicas]. (…) Se me da a veces muy poca comida; todos los días tengo ‘el pan de la tribulación y el agua de la angustia’, (…) No podría contarle todas mis miserias, una por una, esas cosas que se me niegan y no deben ser negadas a ninguna mujer cristiana. (…) Las cartas que Su Santidad me envió no las puedo tener. Así afectada por estas y otras cosas similares que no puedo ahora describir a su Santidad, ya que me oprime el vivir, sin saber lo que debo hacer, ‘mis ojos se vuelven hacia ti, Padre santo, no sea que perezca’. Hablo sobre todo, no del cuerpo, sino del espíritu. Porque ya que cada día muero por preservar inviolada las leyes del matrimonio, ¡qué dulce, qué alegría, qué bonito sería si el que la muerte corporal viniese a mí, miserable, desolada, repudiada y rechazada por todos, por lo cual yo podría huir de tantos peligros de muerte! En verdad, tengo angustia por todos lados, porque sería la muerte para mí si actuase en contra de Dios, y sin embargo si no lo hago, no voy a ‘escapar de las manos de los perseguidores’, [y por ello] busco consuelo de usted que es Padre de consuelo”.
Fuentes:
-http://epistolae.ccnmtl.columbia.edu/letter/24140.html
-http://www.medievalqueens.com/queen-ingeborg-of-denmark.htm
A 30 de julio además se celebra a
Santos Abdón y Senén, mártires.
Santa Julita de Cesarea, mártir.
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