Beato Angelo Paoli, presbítero carmelita. 20 de enero.
Nació nuestro beato en Argigliano, el 1 de septiembre de 1642, y fue llamado Francisco en su bautismo. Desde niño aprendió la virtud de la caridad, pues su padre era un hombre virtuoso y gran valedor de los pobres, y de él aprendió. Siempre que podía iba corriendo a la iglesia a rezar, ayudar a misa o enseñar a otros niños el catecismo. Fue educado por su tío materno, un ejemplar sacerdote, el cual le dio los rudimentos de la enseñanza del tiempo.
A los 18 años, sin decir nada a nadie, se presentó él solo ante el obispo Luni-Sarzana para que le permitiera ser sacerdote. El prelado le examinó y viendo su virtud y conocimientos, le admitió para la formación sacerdotal, vistiéndole la sotana de clérigo. Y así volvió a su casa, con susto de sus padres. Comenzó la formación, desde su casa, pues los seminarios serían cosa posterior, pero necesitado de la vida comunitaria y de la asidua formación religiosa, decidió, junto a su hermano menor, Tomás, pedir el hábito carmelita en el convento de Cerignano.
Hizo el noviciado en Siena, en 1660, tomando el nombre de Ángelo, en honor a San Ángelo (5 de mayo), protomártir carmelita. Luego de emitir sus votos le enviaron al convento de Pisa, a estudiar la filosofía. Ya aquí como estudiante comenzó a despuntar lo que sería luego: un ángel de caridad. Fue ordenado presbítero en Florencia, en la festividad de San Andrés Corsini, el 7 de enero de 1667, donde también cantó su primera misa. Permaneció aquí 7 años como organista, enfermero y sacristán. Ya ordenado, se negó a seguir la Teología (otra costumbre de los tiempos, la Teología se estudiaba después), para dedicarse a los más desfavorecidos, alejado del ministerio de la enseñanza o la predicación. El 15 de agosto de 1674 ocurrió un milagro que se le atribuyó: repartía pan a los pobres, cuando constataron que por más pobres que acudían, las cestas no disminuían, alcanzando para todos y sobrando.
En la enfermería se tomó muy a pecho sus obligaciones con los demás, descuidando su propia salud, por lo que ese año de 1674 el médico recomendó le enviaran a su casa a descansar un poco. Pero descansar no entraba en la mente de Ángelo, pues una vez le permitieron, o le ordenaron más bien, ir a casa, allí lo que hizo fue recorrer montes y campos buscando a los pastores, los campesinos, los alejados de Dios, para predicarles y enseñar el catecismo. Su plan era alojarse con los pastores un tiempo, enseñarles y seguir camino a otro grupo. Se hizo una ermita en las montañas, donde oraba, se disciplinaba y trabajaba para no ser gravoso a los pobres del campo. Pero esta vida de esfuerzo también le minó la salud y su padre le envió a Pistoia, con un pariente farmacéutico, que debía cuidarle, mas volvió el santo fraile a lo mismo: buscar a los pobres, mendigar para ellos, auxiliarles y llevarles a Cristo.
Finalmente tuvo que volver al convento de Florencia. Y no solo aquí estuvo, sino además, en Pisa Siena y Montecatini, ciudades donde abrirá un comedor para pobres. En 1677 fue párroco de Empoli, sin dejar de visitar a sus pobres de Pistoia. Por donde pasaba siempre tenía una recua de pobres tras de sí, esperando su auxilio, su consejo y sus bendiciones. En 1678 fue nombrado maestro de novicios en Florencia y lo primero que hace es llevar a los jóvenes religiosos a servir en los hospitales, para que aprendan el valor de la humildad, el sufrimiento y a servir a Cristo en los pobres. En 1682 fue asignado a Cerignano, donde vive un tiempo de eremitismo compartido con la vida comunitaria. Conjuga la oración y la penitencia con el servicio d sacristán, organista y sobre todo: caridad, caridad y caridad.
En 1687 fue destinado al convento de San Martín “ai Monti”, Roma, como maestro de novicios, pero allí igualmente todos sus esfuerzos se van a los pobres. A tanto llega su caridad y trabajo con los necesitados, que el General le dispensa de los oficios comunitarios para que pueda dedicarse a su vocación: los pobres. Esta dispensa, la continua presencia de pobres que alteran la paz conventual y su fiebre asistencial le traen críticas y calumnias por parte de algunos carmelitas y de algunas asociaciones caritativas de la Ciudad Eterna. Le llaman loco, de usar la caridad para envanecerse y ganarse un halo de santo. Pero Ángelo lo toma todo como una cruz, no se desanima y continúa con sus pobres, favoreciéndoles y catequizándoles.
Un día visita el Hospital de San Juan de Letrán, supuestamente atendido por unos bienhechores, pero el espectáculo que halla es desolador: mal olor, llagas que no se curan nunca, comida en mal estado, camas faltantes, suciedad, desorden, la capilla abandonada, etc. Asume la tarea de cambiar aquello y en solitario comienza a limpiar, ordenar, socorrer a los más enfermos. Pronto tiene algunos ayudantes que le ayudan a lavar a los enfermos, cambiar las sábanas, limpiar heridas, etc. Pero va más allá Ángelo. Además se preocupa del alma de los enfermos, pues les predica y les da sacramentos, se hace confesión general, ayunan los que pueden, se asiste a las ceremonias religiosas y al rosario diario. Además, emprende Ángelo algo hoy muy extendido, la llamada "risoterapia", que consiste en alegrar al que sufre, relajarle con música, humor, etc. Contrata clowns, músicos e ilusionistas para elevar la moral de los pacientes. Y él mismo no dudó en disfrazarse para hacer reír a sus amados pobres. En 1710 extiende el hospital a "clínica de reposo", permitiendo que algunos enfermos leves o ya curados, descansen allí, formando parte además del equipo sanitario y ayudando a los que aún padecen. Se crea así una gran familia de caridad, alegría y santidad. Atrae a los familiares de los convalecientes, que ayudan a sus propios enfermos y a los que están solos. Le llueven las solicitudes para se tratados allí y aunque escasean los recursos, nunca se niega a admitir a nadie. Dirá que “cuantos más pobres acoja, más hará la Providencia por ellos”.
No olvidó a los presos el santo carmelita, siendo constante en las prisiones de la Via Giulia, donde halló igualmente un panorama desolador, por lo que comenzó a dignificar la vida de los presos y sus parientes, mediante el auxilio material y espiritual. Fue también director espiritual del Conservatorio de la Virgen Santísima, una fundación para niñas pobres, a las que se les daba educación y preparaba para la vida. Fue amigo de los cartujos, cuya vida admiraba y a la que dirigió a muchos jóvenes vocacionables. También tuvo de amigo y protector al cardenal teatino San José Tomasi Caro (3 de enero).
Todos los que visitan el Coliseo romano han de saber que, en gran parte, que este se conserve, sea visitable y haya sido restaurado se debe a nuestro santo carmelita Ángelo Paoli: en sus tiempos, siglo XVII, el venerable edificio se hallaba en ruinas y era nido de la peor gente. En sus rincones pululaban el vicio, la bajeza, la enfermedad y la muerte. Fue Ángelo, luego de una visita para venerar el sitio donde (tradicionalmente) habían alcanzado el premio tantos mártires de Cristo, quien clamó al papa Clemente XI, que le quería mucho, para que restaurase el edificio, cerrara las entradas peligrosas y sanease el lugar. Además, el mismo Ángelo puso tres cruces y celebró el primer Via Crucis que se hizo allí. El mismo Clemente XI le ofreció el capelo cardenalicio, como ya había hecho Inocencio XII, pero Ángelo reaccionó las dos veces con humildad, pero negándose firmemente a aceptarlo. Solo aceptó como cargo eclesiástico, entre 1713 y 1716 el cargo de la Lipsanoteca, certificando la autenticidad de las reliquias, aunque sin abandonar su trabajo con los pobres. Y es que su máxima fue siempre: "Quien busca a Dios, lo hallará en los pobres".
En 1720, el 14 de enero, cayó con fiebres muy altas, sintiéndose mal mientras tocaba el órgano, pero no dejó su función litúrgica. La humildad no pudo faltar ni en sus últimos días: pide que le confiese y de la extremaunción al carmelita que más le criticaba, el cual cayó arrepentido a sus pies. Murió nuestro carmelita el 20 de enero de 1720, con tiempo para escribir una especie de Constituciones para el hospital, dando instrucciones a sus colaboradores. Sus funerales fueron apoteósicos, estando presentes muchos prelados y una multitud de pobres y enfermos, casi a rastras. Fue sepultado en la iglesia carmelita de San Martín y en su tumba el papa Clemente XI hizo grabar las palabras "venerable padre de los pobres". Fue beatificado el 25 de abril de 2010, aunque su culto es más antiguo, pues en 1781 el papa Pío VI reconoció oficialmente sus virtudes heroicas.
Fuente:
-"Un apostolo sociale. Padre Angiolo Paoli". GIORGIO PAPASOGLI y G. VERRIENTI. Roma, 1962.
-http://www.angelopaoli.org/
A 20 de enero además se celebra a
San Fechin de Fore, abad.
San Sebastián, mártir.
Nació nuestro beato en Argigliano, el 1 de septiembre de 1642, y fue llamado Francisco en su bautismo. Desde niño aprendió la virtud de la caridad, pues su padre era un hombre virtuoso y gran valedor de los pobres, y de él aprendió. Siempre que podía iba corriendo a la iglesia a rezar, ayudar a misa o enseñar a otros niños el catecismo. Fue educado por su tío materno, un ejemplar sacerdote, el cual le dio los rudimentos de la enseñanza del tiempo.
A los 18 años, sin decir nada a nadie, se presentó él solo ante el obispo Luni-Sarzana para que le permitiera ser sacerdote. El prelado le examinó y viendo su virtud y conocimientos, le admitió para la formación sacerdotal, vistiéndole la sotana de clérigo. Y así volvió a su casa, con susto de sus padres. Comenzó la formación, desde su casa, pues los seminarios serían cosa posterior, pero necesitado de la vida comunitaria y de la asidua formación religiosa, decidió, junto a su hermano menor, Tomás, pedir el hábito carmelita en el convento de Cerignano.
Hizo el noviciado en Siena, en 1660, tomando el nombre de Ángelo, en honor a San Ángelo (5 de mayo), protomártir carmelita. Luego de emitir sus votos le enviaron al convento de Pisa, a estudiar la filosofía. Ya aquí como estudiante comenzó a despuntar lo que sería luego: un ángel de caridad. Fue ordenado presbítero en Florencia, en la festividad de San Andrés Corsini, el 7 de enero de 1667, donde también cantó su primera misa. Permaneció aquí 7 años como organista, enfermero y sacristán. Ya ordenado, se negó a seguir la Teología (otra costumbre de los tiempos, la Teología se estudiaba después), para dedicarse a los más desfavorecidos, alejado del ministerio de la enseñanza o la predicación. El 15 de agosto de 1674 ocurrió un milagro que se le atribuyó: repartía pan a los pobres, cuando constataron que por más pobres que acudían, las cestas no disminuían, alcanzando para todos y sobrando.
En la enfermería se tomó muy a pecho sus obligaciones con los demás, descuidando su propia salud, por lo que ese año de 1674 el médico recomendó le enviaran a su casa a descansar un poco. Pero descansar no entraba en la mente de Ángelo, pues una vez le permitieron, o le ordenaron más bien, ir a casa, allí lo que hizo fue recorrer montes y campos buscando a los pastores, los campesinos, los alejados de Dios, para predicarles y enseñar el catecismo. Su plan era alojarse con los pastores un tiempo, enseñarles y seguir camino a otro grupo. Se hizo una ermita en las montañas, donde oraba, se disciplinaba y trabajaba para no ser gravoso a los pobres del campo. Pero esta vida de esfuerzo también le minó la salud y su padre le envió a Pistoia, con un pariente farmacéutico, que debía cuidarle, mas volvió el santo fraile a lo mismo: buscar a los pobres, mendigar para ellos, auxiliarles y llevarles a Cristo.
Finalmente tuvo que volver al convento de Florencia. Y no solo aquí estuvo, sino además, en Pisa Siena y Montecatini, ciudades donde abrirá un comedor para pobres. En 1677 fue párroco de Empoli, sin dejar de visitar a sus pobres de Pistoia. Por donde pasaba siempre tenía una recua de pobres tras de sí, esperando su auxilio, su consejo y sus bendiciones. En 1678 fue nombrado maestro de novicios en Florencia y lo primero que hace es llevar a los jóvenes religiosos a servir en los hospitales, para que aprendan el valor de la humildad, el sufrimiento y a servir a Cristo en los pobres. En 1682 fue asignado a Cerignano, donde vive un tiempo de eremitismo compartido con la vida comunitaria. Conjuga la oración y la penitencia con el servicio d sacristán, organista y sobre todo: caridad, caridad y caridad.
En 1687 fue destinado al convento de San Martín “ai Monti”, Roma, como maestro de novicios, pero allí igualmente todos sus esfuerzos se van a los pobres. A tanto llega su caridad y trabajo con los necesitados, que el General le dispensa de los oficios comunitarios para que pueda dedicarse a su vocación: los pobres. Esta dispensa, la continua presencia de pobres que alteran la paz conventual y su fiebre asistencial le traen críticas y calumnias por parte de algunos carmelitas y de algunas asociaciones caritativas de la Ciudad Eterna. Le llaman loco, de usar la caridad para envanecerse y ganarse un halo de santo. Pero Ángelo lo toma todo como una cruz, no se desanima y continúa con sus pobres, favoreciéndoles y catequizándoles.
Un día visita el Hospital de San Juan de Letrán, supuestamente atendido por unos bienhechores, pero el espectáculo que halla es desolador: mal olor, llagas que no se curan nunca, comida en mal estado, camas faltantes, suciedad, desorden, la capilla abandonada, etc. Asume la tarea de cambiar aquello y en solitario comienza a limpiar, ordenar, socorrer a los más enfermos. Pronto tiene algunos ayudantes que le ayudan a lavar a los enfermos, cambiar las sábanas, limpiar heridas, etc. Pero va más allá Ángelo. Además se preocupa del alma de los enfermos, pues les predica y les da sacramentos, se hace confesión general, ayunan los que pueden, se asiste a las ceremonias religiosas y al rosario diario. Además, emprende Ángelo algo hoy muy extendido, la llamada "risoterapia", que consiste en alegrar al que sufre, relajarle con música, humor, etc. Contrata clowns, músicos e ilusionistas para elevar la moral de los pacientes. Y él mismo no dudó en disfrazarse para hacer reír a sus amados pobres. En 1710 extiende el hospital a "clínica de reposo", permitiendo que algunos enfermos leves o ya curados, descansen allí, formando parte además del equipo sanitario y ayudando a los que aún padecen. Se crea así una gran familia de caridad, alegría y santidad. Atrae a los familiares de los convalecientes, que ayudan a sus propios enfermos y a los que están solos. Le llueven las solicitudes para se tratados allí y aunque escasean los recursos, nunca se niega a admitir a nadie. Dirá que “cuantos más pobres acoja, más hará la Providencia por ellos”.
No olvidó a los presos el santo carmelita, siendo constante en las prisiones de la Via Giulia, donde halló igualmente un panorama desolador, por lo que comenzó a dignificar la vida de los presos y sus parientes, mediante el auxilio material y espiritual. Fue también director espiritual del Conservatorio de la Virgen Santísima, una fundación para niñas pobres, a las que se les daba educación y preparaba para la vida. Fue amigo de los cartujos, cuya vida admiraba y a la que dirigió a muchos jóvenes vocacionables. También tuvo de amigo y protector al cardenal teatino San José Tomasi Caro (3 de enero).
Todos los que visitan el Coliseo romano han de saber que, en gran parte, que este se conserve, sea visitable y haya sido restaurado se debe a nuestro santo carmelita Ángelo Paoli: en sus tiempos, siglo XVII, el venerable edificio se hallaba en ruinas y era nido de la peor gente. En sus rincones pululaban el vicio, la bajeza, la enfermedad y la muerte. Fue Ángelo, luego de una visita para venerar el sitio donde (tradicionalmente) habían alcanzado el premio tantos mártires de Cristo, quien clamó al papa Clemente XI, que le quería mucho, para que restaurase el edificio, cerrara las entradas peligrosas y sanease el lugar. Además, el mismo Ángelo puso tres cruces y celebró el primer Via Crucis que se hizo allí. El mismo Clemente XI le ofreció el capelo cardenalicio, como ya había hecho Inocencio XII, pero Ángelo reaccionó las dos veces con humildad, pero negándose firmemente a aceptarlo. Solo aceptó como cargo eclesiástico, entre 1713 y 1716 el cargo de la Lipsanoteca, certificando la autenticidad de las reliquias, aunque sin abandonar su trabajo con los pobres. Y es que su máxima fue siempre: "Quien busca a Dios, lo hallará en los pobres".
En 1720, el 14 de enero, cayó con fiebres muy altas, sintiéndose mal mientras tocaba el órgano, pero no dejó su función litúrgica. La humildad no pudo faltar ni en sus últimos días: pide que le confiese y de la extremaunción al carmelita que más le criticaba, el cual cayó arrepentido a sus pies. Murió nuestro carmelita el 20 de enero de 1720, con tiempo para escribir una especie de Constituciones para el hospital, dando instrucciones a sus colaboradores. Sus funerales fueron apoteósicos, estando presentes muchos prelados y una multitud de pobres y enfermos, casi a rastras. Fue sepultado en la iglesia carmelita de San Martín y en su tumba el papa Clemente XI hizo grabar las palabras "venerable padre de los pobres". Fue beatificado el 25 de abril de 2010, aunque su culto es más antiguo, pues en 1781 el papa Pío VI reconoció oficialmente sus virtudes heroicas.
Fuente:
-"Un apostolo sociale. Padre Angiolo Paoli". GIORGIO PAPASOGLI y G. VERRIENTI. Roma, 1962.
-http://www.angelopaoli.org/
A 20 de enero además se celebra a
San Fechin de Fore, abad.
San Sebastián, mártir.
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