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lunes, 21 de octubre de 2019

Madre de los indígenas.

"Celebramos el centenario de la madre Laura Montoya y celebramos que está en marcha su proceso de canonización. Puede que para esto último pasen algunos años, puede que pasen muchos! Grande dicha seria para vosotros todos que un día pudierais estar en la basílica de San Pedro, el primer templo de la cristiandad, presenciando la ceremonia. Estaríais con miles de peregrinos de todo el mundo pero especialmente colombianos. Tensa vuestra emoción, a punto de explotar vuestra dicha, un ilustre sacerdote, el padre postulador, lee un balance de la vida de Laura Montoya, mejor de la madre Laura. Habla de sus virtudes, de su obra misional, de sus escritos, de sus prodigios, de la extensión de su comunidad y pide al Papa que en vista de que no se encuentra nada que la empañe declare que es digna de llegar a los altares. El Papa pronuncia una alocución, acepta el concepto del postulador y declara solemnemente lo que se le pide, se descorre en este mismo momento un velo en el altar de la gloria y aparece el cuadro de la nueva santa! Estalla el órgano en un himno jubiloso, los aplausos y los vítores ensordecen el amplio recinto, resuenan las campanas en el aire de Roma y por vuestras mejillas corren lágrimas de alegría; es que en el firmamento de los santos ha nacido una estrella, y esa estrella es nuestra!"

De esta manera el escritor, periodista y político colombiano Fernando Gómez Martínez vaticinaba en sus escritos, publicados luego de su muerte con el titulo de "Vigencia de un pensamiento", la gloria futura que traería para la iglesia colombiana la glorificación de una de sus más ilustres y admirables hijas: la madre Laura de Santa Catalina de Siena. Su presagio nacía de la pura admiración y devoción, pero solo los designios divinos llevarían a cabo semejante obra, cuando en 2013 esta insigne religiosa fuera elevada a los altares, convirtiéndose así en la primera persona de nacionalidad colombiana en ser declarada santa:

Santa María Laura de Jesús Montoya y Upegui, virgen fundadora. 21 de octubre.

Primera Infancia.
María Laura de Jesús Montoya y Upegui, o mejor conocida como la Madre Laura, nació el 26 de mayo de 1874 en Jericó, Antioquia (Colombia) en el hogar de Juan de la Cruz Montoya y Dolores Upegui. La mayor de tres hijos, es bautizada apenas unas horas después de su nacimiento por petición de su madre, que al ser una mujer de profunda convicción religiosa se negaba a darle pecho a la recién nacida hasta que no recibiera las aguas santas del bautismo y entrara a ser parte de la familia de Dios. Años más tarde, cuando Laura, de 35 años, regresó por primera vez a su pueblo natal buscaría con desespero la pila bautismal en la catedral y se arrodillaría envuelta en lagrimas ante esta, profundamente agradecida por el don de haber nacido a la gracia de Cristo en aquel lugar.

Cuando la niña tenía apenas dos años de edad, su padre, Don Juan de la Cruz es asesinado en medio de una riña por motivos religiosos y políticos de la época. Aunque a su padre ya se le tiene como un mártir de su causa, la familia queda completamente desprotegida y la viuda, Doña Dolores Upegui, sin un solo centavo y preocupada por el futuro de sus hijos: Laura, Carmelita y Juan de la cruz, se ve obligada a salir de Jericó y dirigirse a la hacienda de su padre, Lucio Upegui, en el municipio de Amalfi.

Dolores aprovecha este tiempo para educar a sus hijos en el don de la piedad y la misericordia. Cada noche sin falta la familia se reúne para orar juntos el rosario, Laura se ve intrigada al escuchar cada día el nombre de un hombre desconocido por el cual se oraba con intenso fervor; cuando la niña pregunta a su madre si ese hombre por el que rezan pertenece a la familia su madre le responde: "Ese hombre es el asesino de tu padre, debemos orar por nuestros enemigos porque ellos nos acercan a Dios". Sin embargo, su estadía en aquella casa no duraría mucho. Incapaz de pedirle demasiado al abuelo Lucio, deja al cuidado de sus padres a Laura y Carmelita mientras que ella se lleva consigo al pequeño Juan de la Cruz.

Al referirse a sus recuerdos de infancia Laura siempre los pondrá como el periodo más difícil y triste de su vida. Huérfana de padre, se vio separada de su madre por la imposibilidad de ella de velar por su hija, además, su madre nunca fue una mujer muy cariñosa o cercana. Laura confesaría años más tarde al escribir sus memorias que su madre tenía su manera muy propia de expresarle cariño pero que no recordaba la hubiera abrazado alguna vez en toda su vida. Por el otro lado, su abuelo materno siempre demostró gran molestia ante su presencia por verla "morena y poco agraciada" mientras que su hermana, al ser mas pálida, de cabellos rubios y rasgos finos se llevaba todas las demostraciones de afecto. Laura terminaría sintiéndose una extraña indeseable y fea en el hogar que le tocó en sus primeros años. Su carácter, dulce y amistoso del principio cambio por uno más serio y retraído, cosa que ella luego agradecería ante Dios por sentir que de esta manera su apego hacia las criaturas no tuvo oportunidad de crecer.

En su niñez no se sintió en lo absoluto atraída hacia Dios o la religiosidad de su familia. Cumplía con los preceptos devocionales a los que era obligada a asistir y hasta se preparó para la primera comunión, pero para ella esos ritos no significaban casi nada. Su concepto de Dios era de algo lejano. El rechazo familiar la hizo una niña arisca y rebelde, a la que fue muy difícil llevar a la escuela y hacerla convivir con otros niños de su edad. Pero en la soledad de las montañas y los campos era otra, cuando jugaba en la soledad de los montes no se sentía sola ni atacada, era como su santuario y allí fue donde Dios le salió por primera vez al encuentro.

La Madre Laura en su juventud.
La Gracia "de las homigas".
Cuando tenía algo más de 8 años, mientras jugaba a las afueras de su casa como de costumbre, se fijó en un hormiguero y veía como las hormigas salían y entraban de aquel agujero. Ella se propuso en ayudarlas a llevar su carga de hojas hasta la entrada del hormiguero y mientras estaba en esto sintió como un rayo la atravesaba, haciéndola estremecer por completo hasta el punto de sentir que perdía la razón. Se levantó, miró el cielo y lo vio limpio y despejado con un sol brillante y ni una sola nube a la vista. Dice ella que fue en este preciso instante que reconoció a Dios como su verdadero y único padre. Empezó a gritar fuertemente llamando a Dios con alaridos y gemidos envueltos en lágrimas de alegría y de dolor por sentirlo tan cerca pero no poseerlo por completo. Fue la primera de varias experiencias místicas que la santa viviría. Después de ello su vivencia espiritual se vería del todo transformada. El solo deseo de la presencia de Dios la movía de forma sobrenatural en su interior, la quemaba por hacerlo conocer y amar, tanto que la empujaba a salir muy de madrugada, cuando aun nadie se había levantado, a lomo de mula hasta el pueblo más cercano y allí participar y comulgar en la primera misa del día.

Más tarde, cuando tendría unos 12 años de edad, mientras tendía la ropa en el tendedero de su casa sintió de nuevo que un rayo la atravesaba y la dejaba con un deseo inmenso de recibir a Cristo en el Santísimo Sacramento, un sentimiento tan grande que la dejo como electrizada y envuelta en lagrimas, revelándole así la grandeza de la presencia eucarística y postrándola como derrotada por el amor sobre un banco cercano. A estos fenómenos la santa llama "el golpe del hormiguero" y el "golpe del banco" respectivamente. De inmediato empieza a querer verse rodeada de confesores y directores espirituales para buscar en humildad el camino que Dios tenia trazado para ella.

Solo viviría unos cuantos años en la casa del abuelo Lucio, puesto que cuando su madre estuvo lo suficientemente estable regresó a por sus dos hijas mayores y se las llevó consigo. La Sra. Dolores las preparaba poco a poco enseñándolas a leer y escribir, más algunos otros conocimientos básicos hasta que tuvieron edad para ir a la escuela, cuando Laura tenía 11 años aproximadamente. La convivencia con su madre no duraría mucho. Afanada por las necesidades económicas, Dolores regresaría a trabajar en la finca de su padre y dejaría a Laura como interna en el colegio del Espíritu Santo en Medellín.

A pesar de su carencia de medios económicos, de aptitudes sociales y de ser despreciada por las niñas pudientes que compartían con ella las aulas de clase, Laura muestra aptitudes para el estudio y la directora del colegio, la Sra. Rosalía Restrepo, junto a otros amigos cercanos ven en ella un muy buen prospecto de maestra. Laura ve todo aquello con buenos ojos pues solo piensa en poder colaborarle a su madre con los gastos y deudas, aunque su corazón ya se ha visto atraído por la idea de entrar al Carmelo, después de saber la noticia de la muerte de una de las religiosas del convento carmelita en Medellín.

Juventud.
A los 16 años termina sus estudios básicos y se propone a convertirse en una maestra de escuela para ayudar a su familia. Durante aquel tiempo tiene que también esquivar continuamente a varios pretendientes que se ven atraídos por sus bellas facciones y ojos encendidos. Ella ya hace tiempo ha escogido a Cristo como Esposo para toda la vida y por consejo de su confesor empieza a usar gafas oscuras para esconder sus atributos de los hombres, cosa que solo causa el rechazo de las otras señoritas de la ciudad que la piensan en extremo presumida como para esconder sus ojos de los demás.

Después de una corta estadía con su madre se traslada de nuevo a Medellín para estudiar en la Normal de Institutoras y convertirse así en maestra. Pasa a vivir con su tía, la hoy Sierva de Dios, María de Jesús Upegui, mujer muy estricta y de profunda piedad que era responsable de un asilo para enfermos mentales en el que vivía y en donde Laura se vería obligada a trabajar para ayudar con su mantenimiento. Años más tarde la tía María de Jesús fundaría también una congregación religiosa: Las Siervas del Santísimo y de la Caridad, hoy presentes en nueve países. Laura tendría entonces que trabajar en el manicomio, atendiendo a cada uno de los enfermos junto a los demás trabajadores cuando su tía se ausentaba y además encontrar tiempo para cumplir con sus deberes académicos, esto hasta que tuvo la oportunidad de mudarse a la Normal y terminar allí sus estudios.

Laura como maestra.
Después de tres años (1891-1893) Laura consigue su título de maestra y es designada para enseñar en el pueblo cerca a la finca de su abuelo, Amalfi. De inmediato brilla por sus aptitudes para la enseñanza y para infundir el deseo de una vida más piadosa en las personas. Tanto, que hizo que nacieran envidias contra ella y se levantaran calumnias en su contra que terminaron sacándola de allí, eso sí, no sin dejar una estela de almas convertidas y mas temerosas de Dios. Luego, desde 1895 a 1907 fue enviada a otros institutos en Fredonia, Santo Domingo, La Ceja, Marinilla y de regreso a Medellín.

En esta última ciudad su prima, Leonor Echevarría funda el Colegio de la Inmaculada y la invita a ella para que la ayude a dirigir el instituto. Juntas logran hacer de aquel establecimiento uno de los mas respetados en toda la ciudad por el espíritu de piedad y moralidad que allí se respira. Las familias más importantes envían a todas sus hijas e estudiar allí y el colegio no para de crecer mientras era recomendado por las autoridades eclesiásticas de Medellín. Con todo y el éxito que juntas tenían, Laura, que ya había profesado votos de pobreza, castidad y obediencia ante su confesor, no se siente satisfecha pues continuamente piensa en el claustro carmelitano. Pero Mons. Joaquín Pardo, arzobispo de Medellín y amigo de la obra de la santa la compele a abandonar los deseos de la clausura, cosa que ella obedece exteriormente. Durante esta misma época llega las manos de Laura la biografía de un nuevo santo, San Benito José Labre (16 de abril). Este santo mendigo francés la deja profundamente enfervorecida y conmovida, hasta el punto de, si lo del claustro carmelitano no se daba, desear abrazar ella misma la vida de mendiga por amor a Cristo.

El colegio parecía prosperar cada vez más, aun después del fallecimiento de su prima Leonor, quien le había entregado el colegio por completo antes de morir, pero la desconfianza de Laura por las glorias del mundo, que le eran tan efímeras, no la dejan bajar la guardia. Un día el demonio mismo se presenta ante ella en forma de un perro negro gigante, con ojos de fuego y cuernos largos advirtiéndole que la va a destruir a ella y al colegio pues se siente ofendido por la cantidad de almas que Laura ha logrado arrebatarle en todo aquel tiempo. La santa lejos de tener miedo le reprende y lo golpea hasta someterlo en el suelo, pero las amenazas se cumplen y poco tiempo después el colegio, y de manera especial la persona de Laura Montoya, se ven fulminados con un sin fin de acusaciones y calumnias que terminan por lograr el cierre del colegio y que Laura salga en medio de burlas, insultos y humillaciones de la ciudad.

Algún tiempo después y con la ayuda de amigos de gran influencia en la alta sociedad, Laura lograría defenderse de las calumnias y limpiar su buen nombre en aquella ciudad mediante una carta abierta dirigida a toda la ciudad, pero ya no volvería abrir el colegio y se propondría a huir con esmero del reconocimiento de los del mundo, eso sí, perdonando cualquier ofensa que recibiera en el pasado. Es durante esta misma época que también atraviesa un periodo de profunda sequedad espiritual. Ya ni las fuertes penitencias con que antes se castigaba le emocionan o atraen hacia la piedad, se siente más como una mundana que camina en un mundo al que no pertenece y al que ha dicho adiós para siempre.




Vocación Misionera.
En 1907 Laura recibe las primeras noticias de comunidades indígenas que moraban a los alrededores del rio Norosi, tributario del Magdalena, y cuando aún era rectora de la Inmaculada en Medellín, hace su primera excursión a la selva, acompañada de varios hombres y algunas mujeres jóvenes. Allí se da su primer encuentro con los indios y en su interior un fuego nuevo se enciende. Su corazón se dividiría en dos, entre el claustro y la selva y aun después de los trágicos sucesos del colegio y de su humillación pública, no logra desterrar de su corazón ninguno de esos dos proyectos hasta que después de conocer nuevas noticias sobre la lamentable situación en que se encontraban muchas de estas comunidades se da cuenta que aunque del Carmelo desea una celda para consumirse toda en el amor de Dios, nunca podría ser feliz allí sabiendo de sus "hijos" que sin Dios, morían solos e ignorados en las selvas. Y lo pone en estas palabras a su confesor: "Mi llaga son los indios americanos. Me siento madre de todos ellos. Me duelen por olvidados, por su indigencia de todo, por su recelosa hurañía, porque en sus cuevas y guaridas vegetan y mueren lejos de Dios, teniéndolo tan cerca."

Su director espiritual sin embargo no lo ve con buenos ojos, le dice que ese trabajo es de hombres y le plantea más bien ayudarle a que se construya en su casa una ermita para vivir a imitación de Santa Rosa de Lima (23 y 30 de agosto). Pero ella nunca llega a convencerse de aquella vía de perfección que le proponía su director espiritual. Laura entonces empieza a reunir recursos y piensa en reclutar mujeres que la quieran acompañar en su misión. Pero su director no es el único en el clero de Medellín que no ve con buenos ojos los deseos de Laura por considerar "peligroso para la moral" que un puñado de mujeres solteras partieran al monte a convivir con los indios, con su desnudez y "su falta de conciencia".

Es así que empieza a recibir negativas de varios prelados, obispos y sacerdotes y se ve obligada a plantearse un viaje a Roma, para pedirle al papa San Pio X (21 de agosto) que se acuerde de los pobres indígenas que morían en medio de la indigencia, vagando sin rumbo en las montañas, después de ser expulsados de sus tierras por los colonos y que enviara la mas pronta ayuda. Pero, considerando mejor como ese poco dinero que tenia para el viaje a Roma lo podría utilizar para llevarles provisiones a sus hijos en la selva, corre a la catedral y se arrodilla ante la imagen de la Inmaculada Concepción y le pide a ella, en todo su madre, que lleve su angustia por los indígenas a la recamara del sumo pontífice, y que ese día, cuando el Santo Padre descansara su cabeza en la almohada se acordara de los indios americanos. No se va sin dejar una última súplica ante la virgen: "Los indios están huérfanos y me parten el alma. ¿No querrás ser su madre? ¡Yo llevare tu nombre entre ellos y te serviré hasta de rueda de carro que te lleve a sus corazones. Ábreme sus caminos y reinaras en ellos!"

Madre y Fundadora.
Decidido ya cancelar su viaje a Roma, deja el asunto en manos de la virgen inmaculada, a quien desde ya pone como patrona de su obra. Y he aquí que unos meses más tarde, el 12 de junio de 1912, Pío X publicaba la encíclica "Lacrimabili Statu Indorum", la cual exhortaba a los prelados del continente americano a hacer lo posible por remediar el terrible estado de las comunidades indígenas. Ya con este respaldo desde Roma y después de hacer pequeñas excursiones a la selva que siempre la dejaban con el corazón roto por no poderse quedar entre ellos, Laura parte del todo a la misión, con el permiso y bendición de Mons. Maximiliano Crespo, responsable del terreno de la diócesis donde comenzaría.

El 7 de mayo de 1914 sale la caravana a lomo de mulas, encabezada por Laura Montoya, ya casi de 40 años, seguida por su madre, Dolores (quien más tarde sería una de las primeras religiosas de la comunidad y moriría vistiendo el habito de la congregación y refiriéndose a su hija como "madre"), el sacerdote Lubin Gómez y 5 señoritas más, quienes después de pasar por una rigurosa entrevista por parte de Laura, se convierten así en las primeras integrantes de la nueva comunidad. Después de varios días de camino, llegan a la pequeña población de Dabeiba, verdadera cuna de su obra, la más cercana a alguna tribu indígena en kilómetros. Los primeros meses son difíciles pues los habitantes de aquella población las quieren muy lejos y los indígenas están muy temerosos y desconfiados como para acercarse. Pero poco a poco "las catequistas" como primero se hacen llamar, armadas de regalos y de ternura los hacen acercarse y con mucha paciencia van sembrando las primeras semillas de educación y fe en aquellas pobres almas, almas que se alegraban al saber que tenían alma pues hasta ahora la noción de esa pertenencia se les había sido negada por los "otros blancos".

Providencialmente uno de los primeros amores de los indios, e introductora a estos de la religión, es la Santísima Virgen María, representada en un cuadro que llevaban consigo las misioneras. Los indios se presentaban ante la choza de las catequistas con flores para "Maria mare mia" como ellos la llamaban. Varios años mas tarde, cuando los primeros misioneros protestantes llegaron a los terrenos indígenas en la región, espantaban a los indígenas al prohibirles el culto a la madre de Jesús, pues ellos ya no concebían el cristianismo sin su "María mare mia".

Cuando la obra se hacía cada vez más grande y las responsabilidades y trabajos también crecían, ya Laura no pudo escapar mas a la idea que desde hace años su amigo, el obispo Crespo y otros sacerdotes le proponían, levantar canónicamente una congregación religiosa. Así es que Laura escribe las primeras constituciones y nace la congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Esta ultima por que el obispo Crespo encontró parecido el espíritu de la nueva comunidad al de la santa de Siena. Tendrían que pasar 39 años para que Roma aprobara oficialmente la comunidad, y 4 después de la muerte de la fundadora. Desde aquel momento todas pasan a llamarse hermanas y adoptar un nombre religioso, para Laura reservan el apelativo de madre y ella decide conservar su nombre y agregarle también el de Santa Catalina de Siena.

No todos, en especial dentro de la Iglesia, entendieron la obra de la madre Laura, ciertamente el ambiente de la época junto a algunas envidias, llevaron a que varios prelados se levantaran en contra de la naciente congregación y especial contra la figura de la fundadora. Entre estos estaban los padres carmelitas, quienes al llegar a Colombia en 1911, pretendían hacerse cargo de la obra de los indios y encontrar a una mujer "con ínfulas de religiosa" haciéndose cargo del asunto no les cayó nada bien. Más tarde, cuando las asperezas con los carmelitas pasaron serian los padres eudistas y el obispo, hoy Venerable Miguel Ángel Builes, quienes arremeterían contra ella. Aun con todo esto, de entre los carmelitas surgió el padre Elías del Santísimo Sacramento que fue uno de los pocos que entrevistó en persona a Laura, examino su espíritu y encontró la voluntad de Dios en sus obras. Por supuesto, la madre Laura no cosechó en toda su vida ni un solo enemigo, a las acusaciones que contra ella se levantaban respondía con claridad y practicando encarecidamente la humildad, siempre velando por el bien y el futuro de la obra, reconociendo en ella misma un mero instrumento, algo de lo que Dios se servía para establecer su reinado entre los indígenas.

Durante casi 26 años Laura Montoya estuvo recorriendo las montañas y selvas del noroccidente colombiano, algunas veces a pie, otras a lomo de mula y otras en canoa, surcando los ríos más caudalosos, otras veces obligada a dormir sobre el suelo de la selva, a merced del clima, de las serpientes y demás animales salvajes, todo por la ansia intensa de calmar su sed, y la sed de Cristo por aquellas almas perdidas y solas en medio de las montañas.

En el escapulario de su habito pone la palabra SITIO (tengo sed en latín) que vendría a ser la inspiración de su obra. En la sed de Cristo crucificado, su llaga, su maternidad espiritual de los indios americanos llegaría a su plenitud. En su hombro derecho lleva cosida una imagen de la inmaculada, que iba a su lado como una compañera mas de misión, primer faro de auxilio en medio de las dificultades y verdadera reina y madre de las "ambulancias". Así le llamo ella a los pequeños puestos de misión que iba fundando en cada comunidad indígena y afro descendiente que encontraba y en la cual dejaba religiosas listas para servir, educar y trabajar en aquellas tribus. En cada uno de estos lugares abundan por montones testimonios e historias de milagros y curaciones obradas por la sola presencia de la madre Laura, quien veía todos estos prodigios como los hechos más comunes y corrientes. También historias conmovedoras como la de un indígena que bañado en llanto se lanzó a abrazarla al entender que Cristo había pagado con su muerte todos sus pecados, Laura supo en ese momento que aquella inocente alma entendía mejor que cualquier otro cristiano de ciudad lo inmenso e incomparable del amor de Dios.

Sepulcro de la Madre Laura.
Fue en el transcurso de su obra misional que su obra literaria nació y empezó a crecer a la luz de su robusta espiritualidad. La madre Laura escribió 814 cartas y más de 25 libros, entre ellos su autobiografía, un compendio de más de 1000 páginas escrita por mandato de su confesor donde expresa con su puño y letra la "historia de las misericordias de Dios en un alma" como ella lo llamó y catecismos traducidos a algunos dialectos indígenas. Académicos actuales que se han acercado a sus escritos destacan de manera especial un destello místico, como chispazos o ráfagas de luz que recuerdan de manera inmediata a otros santos escritores como Santa Teresa de Jesús (15 de octubre, 26 de agosto, La Trasverberación, y 13 de julio, la Traslación) o la misma Santa Catalina de Siena (29 de abril y 1 de abril, La Impresión de las Llagas). Es tanto el asombro que han causado sus obras que poco después de su canonización se empezó el proceso en Roma para lograr que un día sea reconocida como Doctora de la Iglesia.

Al cielo.
Al acercarse al final de su vida Laura se asienta en Medellín, donde decide erigir la Casa Madre de su congregación, junto al noviciado de esta. En la mitad de ambas estructuras levanta el "templo de la luz", un santuario donde ella desea dar gloria y solemnidad al Santísimo Sacramento como no puede recibirlo en las capillas de las ambulancias que ha fundado en las selvas por la humildad y falta de recursos. Es en la casa del noviciado donde transcurrirán los últimos 9 años de su vida, confinada a una silla de ruedas después de sufrir una terrible parálisis y donde empieza a sufrir los dolores por el inicio de la linfagitis que haría que su cuerpo se hinchara hasta el punto de casi imposibilitarse moverse por sí sola y causándole grandes dolores físicos. Este último periodo de su vida lo dedica a imprimir el carisma de su obra en las jóvenes novicias, a continuar su correspondencia y dejar algunos folletos nutridos en espiritualidad para aliviar las sequedades de sus hijas que estaban en campo de misión, y de manera encendida a la adoración del Santísimo Sacramento.

Después de ofrecer al Señor una larga y penosa agonía y de recibir de su confesor el permiso para morirse, la madre Laura de Santa Catalina de Siena entrega su alma a Dios el 21 de octubre de 1949, a los 75 años de edad. Toda Medellín se mueve a sus funerales y sus hijas ya ven en ella una segura intercesora. Pero el proceso para su santificación no inicia si no hasta 1963. En 1991 son reconocidas sus virtudes heroicas, después de verificarse un primer milagro por su intercesión es beatificada por el papa San Juan Pablo II (22 de octubre) el 25 de abril de 2004, y después de comprobarse un segundo milagro es canonizada por el Papa Francisco el 12 de mayo de 2013. A la ceremonia acuden más de 3000 colombianos para ver elevada a los altares a su primer compatriota, entre ellos sus hijas misioneras, ya esparcidas por 21 países.


Fuentes:
-"Historia de las misericordias de Dios en un alma" (autobiografía de Santa Laura Montoya Upegui), Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, quinta edición, Medellín, 2013.
-"Beata Laura Montoya, mujer intrépida". Manuel Díaz Álvarez, editorial San Pablo, Bogotá, 2004.


A 21 de octubre además se celebra a
Santa Dorotea de Colonia, virgen y mártir.
San Walfroy de Trier, estilita.

Santa Celina de Laon, viuda.