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martes, 16 de marzo de 2021

"jamás pudieron quitarle el tesoro de la fe"

San Julián de Cilicia, mártir. 16 de marzo. 

La fuente para saber de este mártir es una homilía que San Juan Crisóstomo le dedica en su memoria: 

“La misma Provincia que vio nacer al gran Pablo para el Apostolado, produjo a Julián para el martirio y la Cilicia dio a la Iglesia estos dos Santos. Luego que se declaró la guerra a los soldados de Jesucristo, y que llegó el tiempo de la pelea, este último cayó en manos de un hombre quien, con el título de Magistrado, ejercía la crueldad de una bestia feroz. Pero considerad un poco el artificio. Conociendo este malvado Juez que el alma de Julián era de un temple tan impenetrable que los suplicios no podían alterarle, emprendió vencerle dándole tiempo dilatado. Hacíale comparecer ante sí todos los días y le volvía a enviar después a la cárcel, concediéndole nuevamente largas. No quiso cortarle luego la cabeza porque esta muerte tan pronta hubiera sido muy favorable al mártir y no era esto lo que pretendía aquel juez inhumano. Buscaba cómo probar su paciencia con repetidos interrogatorios, y amenazas, con la vista de los tormentos, con promesas y, en fin, sirviéndose de varias invenciones para estremecer este peñasco de constancia. 
 
Túvole por espacio de un año paseándole por toda la Cilicia, llevándole consigo como un reo, y cargándole a vista de toda la Provincia de oprobrios, y de afrentas. Pero se engañaba en esto, porque no hacía sino aumentar el mérito y la gloria de su prisionero (…) No solo confirmaba a los fieles en la fe por su reputación, sino que también atraía a los infieles; y esto con solo mostrarse él mismo a unos, y a otros. Pretendían hacer a todos los de Cilicia testigos de su vergüenza y de su infamia, y era muy al contrario. (…) 

Nuestro mártir publicaba la grandeza, y la majestad de Jesucristo, cuando padecía tan largas y tan crueles penas por sus intereses, y por su nombre. Menos brilla el firmamento en una noche de invierno cuando estando el aire puro, y sereno, nos deja ver todas sus estrellas, que [lo que] luce el cuerpo de Julián cubierto de llagas. Sí, por cierto: los astros, digo otra vez, fijos en el cielo, son menos luminosos que las heridas de nuestro mártir. Vosotros me confesareis que los demonios, y los hombres ven igualmente las estrellas: mas por lo que toca a las llagas de Julián, los hombres bien pueden verlas: los fieles muy buena vista tienen para mirarlas, pero los demonios se quedan deslumbrados. ¿Qué digo yo?, ni siquiera se atreven a echar una mirada: su resplandor los cegaba. 

Y esto es tanta verdad, que aun el día de hoy estos espíritus impuros no pueden sufrir esta luz tan superior. Traigan un energúmeno ante las Reliquias del Santo, por intrépido que sea el demonio que le posea, por furioso que parezca, jamás se acercará a ellas, y le veréis huir al llegar al pórtico: antes pasará por carbones encendidos: más presto se arrojará a ellos, que pasar a este lugar sagrado; y sola la vista del sepulcro le hará huir, y retirarse. Pues si después de tanto tiempo como se ha pasado desde la muerte del mártir, aun hoy, que este cuerpo no es más que ceniza y polvo, no se atreven los demonios ni aun a mirarle, ¿qué confusión y tinieblas no serían las suyas, cuando del todo brillante con la purpura de su sangre hería sus espantadizos ojos? 

Había, pues, llegado a ser Julián el objeto del furor insensato de un idólatra. Veíase rodeado por todas partes de un tropel de tormentos. Sufríalos todos a un tiempo: los que padecía, y los que aún no experimentaba: los que estaba pronto a pasar, y los que había de llevar después. Porque los verdugos estaban alrededor de él como otras tantas bestias insaciables: unos le herían los costados, otros le levantaban el pellejo: estos penetraban más adentro y descubrían los huesos, y aquellos llegaban a verle las entrañas. Pero en vano profundizaban, porque jamás pudieron quitarle el tesoro de la fe. No es este tesoro como el de los reyes, porque desde el momento en que os han abierto las puertas o habéis penetrado las paredes que los encierran, los veis y los tocáis. Aquí todo es al contrario: Jesucristo, divino tesoro de Julián, está en su corazón como en un santuario: los verdugos penetran las paredes, abren, rompen, quebrantan las puertas de este relicario, y no pueden ni hallar la riqueza que se oculta, ni mucho menos hacerse dueños de tan preciosa alhaja. (…) No obstante, profirió el mártir una palabra y salió de su boca acompañada de un rayo de luz, más brillante que los del sol: atraviesa esta el aire, elévase al cielo y penetra hasta lo más alto. Percibiéronla los ángeles, los arcángeles la hicieron lugar para que pasase, y los querubines la recibieron, y la condujeron al pie del trono de Dios Padre. 

Viendo en fin el juez la inutilidad de sus esfuerzos y el poco éxito de su empresa, conociendo que era tirar coces contra el aguijón, y dar en un diamante el continuar atormentando al invencible Julián, resolvió hacerle morir con brevedad. Porque la muerte de los mártires es una señal de su victoria, y de sus enemigos la vergonzosa derrota. Ved aquí el género de suplicio que inventó el tirano, o por mejor decir, que renovó para distinguir su crueldad, pero que al mismo tiempo señaló la grandeza del valor del santo mártir. Trajeron un gran saco lleno de arena hasta la mitad: metieron en él al Santo con víboras, escorpiones, y otras especies de serpientes muy venenosas y después echaron todo esto al mar. Y así ved al mártir a merced de estos horribles insectos: ved al justo segunda vez con las bestias: digo segunda vez, para traeros a la memoria la historia antigua de Daniel. Arrojaron a Daniel en un lago, y a Julián en la mar. Recibióle este elemento para coronarle y para dárnosle tal como le poseemos en esta caja. 

Se dignó Dios repartir con nosotros a los mártires: él toma el alma para sí y a nosotros nos deja el cuerpo, para que teniendo siempre a la vista estos sagrados despojos nos animásemos a la práctica de las virtudes que los han consagrado. Porque si la vista de las armas ensangrentadas de cualquier hombre valiente, excita cierto ardor marcial hasta en el corazón más cobarde, (…) ¿qué debemos sentir nosotros, que vemos, que tocamos, no las armas de este soldado de Jesucristo, sino su cuerpo ensangrentado por la gloria de su Maestro, y del nuestro? Aun cuando fuésemos los más cobardes de todos los hombres, esta vista sola es capaz de encender en nuestros corazones el mismo ardor que consumía al de Julián. Dios nos confía las reliquias de los Mártires para que tengamos entre manos la materia de una filosofía la más sublime y elevada”.


Fuente:
-"Las Verdaderas actas de los Martires". Tomo III. Teodorico Ruinart. OSB. Madrid, 1776.


A 16 de marzo además se celebra a:

San Heriberto de Colonia,
obispo
.
Santa Eusoye de Hamage,
abadesa
.
San Abraham Kidunaia,
eremita
.







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