San Juan de Valence, abad cisterciense y obispo. 21 de marzo y 26 de abril (en Valence).
Sepulcro del santo. Catedral de Valence |
Una noche soñó que veía al Señor acompañado de los apóstoles San Pedro y Santiago el Mayor. Traía San Pedro en la mano un libro en que estaban escritos con letras de oro los nombres de los elegidos a la vida eterna, y leía los nombres allí escritos. Al pronunciar el nombre de nuestro Juan habló Cristo y dijo a San Pedro: “Ese nombre bórralo, porque habiendo prometido ser mío, se ha vuelto atrás en su promesa”. Al decir esto se el apóstol Santiago suplicó a Cristo que no hiciera borrar del libro de la vida el nombre de su devoto peregrino. Cristo, aún airado replicó: “Debía ser no peregrino, sino ciudadano mío”. Por segunda vez suplicó Santiago al Señor, prometiéndole que Juan no tardaría sino 15 días en cumplir su promesa de ser religioso del Císter. Despertó Juan al momento y agradeció a Santiago Apóstol su intercesión ante él, y se determinó a tomar el hábito.
Al día siguiente se fue al monasterio de Císter donde fue recibido el abad y fundador, San Esteban Harding (26 de enero). A los 15 días justos de su entrada tomó Juan el hábito de Císter, siendo desde entonces un monje ejemplar. Hizo su profesión al tiempo requerido y en 1118, a los cuatro años de ser religioso, Esteban le destinó para la fundación de Bonaval con el cargo de abad. De él nos dice el Beato Amadeo de Lausana (28 de enero):
"Era superior en Bonaval Don Juan, hombre religiosísimo, primer abad de aquel monasterio, y después Obispo de Valence , cuya vida santísima ha comprobado el Señor con frecuentes milagros obrados en su sepulcro. Era entonces esta casa una planta nueva, y por lo mismo escasa de todo lo necesario a la vida humana, y aun también de habitantes, pero rica de piedad y fama sobre todos los monasterios de Delfinado. Labraban los monjes por si mismos la tierra de mucho tiempo inculta, extirpaban los terrones, podaban los árboles; y en fin se ocupaban en todos aquellos ejercicios propios del más pobre, y necesitado labrador. Después de ejercicio tan pesado, y sofocados con el calor del sol y con el ardor del fuego re retiraban al monasterio a cantar Nona, de la que se seguía la comida, que se reducía a una libra escasa de pan negro mezclado de cebada y centeno, y aun poco de vino mixturado con agua. Concluida la comida iban todos en procesión a la Iglesia a dar gracias al Dador de todo bien. Lo restante del día lo empleaban en lección y oración hasta Vísperas y Completas, después de las cuales salían todos con sumo silencio a recogerse en sus lechos. Este modo de vida causaba tanta admiración a todos los habitantes de aquellos contornos que nadie se atrevía a abrazar un género de vida tan austera”.
Mas ciertamente esta vida rigurosa atrajo algunos bien decididos al seguimiento de Cristo. Pocos al principio, pero santos. Entre ellos a San Pedro de Tarantasia (8 de mayo), quien tomó el hábito de manos de Juan. Y pronto vendrían algunas sonadas conversiones, como la del Señor de Altaripa, el Beato Amadeo (14 de enero), quien con otros 16 caballeros tomó el hábito cisterciense. Juan fundó varios monasterios dependientes de Bonaval, en los cuales velaba se cumpliera la vida regular con exactitud.
En 1141 el papa Inocencio II depuso al obispo Eustaquio de Valence a causa de sus numerosas ofensas a la moral y la justicia. El abad de Claraval San Bernardo (20 de agosto) propuso a nuestro Juan para suceder a Eustaquio en la sede, recomendación que fue aceptada por el papa, amigo y admirador de Bernardo. Así, Juan pasó de la tranquilidad monástica a una convulsa sede, cuyo gobierno le costó muchas amarguras. Fue consagrado obispo el 26 de abril del mismo año. El clero relajado y los vengativos parientes del anterior obispo fueron sus principales enemigos. Padeció muchas intrigas, intentos de destituirle, tentaciones e intentos de sobornos, pero todo lo venció poniendo a Cristo por delante de todo. En 10 años logró alejar a los malos consejeros, reformar al clero y los monasterios, avivar la piedad de sus fieles y organizar una extensa obra caritativa y misionera.
A inicios de 1145 supo que le llegaban sus últimos días y lo comunicó a sus fieles, pidiéndoles sus oraciones. En la Cuaresma le acompañaban muchos clérigos y los obispos de Vienne, Die, y Viviers, quienes le dieron el viático y la absolución. El 21 de marzo pidió ser puesto en tierra y ceñido con el cilicio, y allí tendido bendijo a todos, expirando dulcemente y entrando a ser, definitivamente, ciudadano de la Patria celestial a la que Cristo le había llamado en su visión.
Durante sus funerales se produjeron los primeros portentos. Dícese se vio a Santiago Apóstol rendirle homenaje a su cuerpo. El canónigo Bertand sanó de unas fiebres constantes al ofrecerle unas velas bendecidas para el funeral. El cuerpo fue depositado en la primera capilla de la catedral de Valence y allí los portentos continuaron. Durante la Revolución Francesa la catedral fue saqueada, pero las reliquias se salvaron.
Fuentes:
-"Médula Histórica Cisterciense". Volumen 3. ROBERTO MUÑIZ O.Cist. Valladolid, 1780.
A 21 de marzo además se celebra a
San Serapión el Sindonita, monje. |
San Absalon de Lund, obispo. |
San Jacobo el Confesor, obispo. |
San Enda de Aran, abad. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te ha gustado? ¿Qué opinas? Recuerda que tus sugerencias pueden ser importantes para otros lectores y para mi.
No añadas consultas a los comentarios, por favor, pues al no poner el e-mail, no podré responderte. Para consultas, aquí: http://preguntasantoral.blogspot.com.es/p/blog-page.html