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martes, 16 de abril de 2013

Beato Bautista Mantuano: El General Poeta

Beato Bautista Mantuano, presbítero carmelita. 17 de abril.

Nació Juan Bautista en el 17 de abril de 1444, en Mantua, lo que le valió el apellido de "el Mantuano", y era hijo de Pedro Monover, español, por lo que también se le conoce como "el spagnoli" en Italia. Estudió en Padua, con grandes humanistas, allí escribió su gran obra "Las Eglogas". Al parecer entró a los 16 años en la orden del Carmen, y su plan de vida, puede resumirse en lo que escribe a su padre, aún reacio a su entrada en la vida religiosa. Le dice: "si quieres saber que hacemos aquí, es esto: oramos". Como sea, a los 20 años, en 1564, ya aparece profeso. Hizo el noviciado en Ferrara, donde recibió licencia para continuar escribiendo para "el mundo", y escribió su obra "De Vita Beata". Profesó en la Congregación Mantuana, cuyo origen está en la reforma de "Las Selvas", en la que destacó entre sus primeros religiosos el Beato Ángel Agustín Mazinghi (17 de agosto) y promovida luego por el gran reformador, el Beato Juan Soreth (24 y 28 de julio), para cuyo capítulo provincial había predicado antes de los 20 años, con asombro de los padres capitulares. Su obra más conocida de esta época de joven religioso es su obra poética, en general himnos o "parthenices" a los santos y misterios de la fe.

Ya ordenado sacerdote en Bolonia, se graduó allí de Maestro de Teología en 1475. Fue prior de los conventos de Parma, Mantua, Roma y del Santuario de Loreto, cuya leyenda de la Traslación Angélica parece haber creado para fomentar la devoción a esta advocación mariana. Fue preceptor de los hijos de los Duques de Ferrara y los Duques de Mantua. En 1483 fue elegido Vicario General de la reforma mantuana y, en 1513, fue elegido General de la Orden. Ese mismo año fue conciliar en el V Concilio de Letrán, y fue legado pontificio de León X ante el rey de Francia y el Duque de Milán, poniendo paz entre ambos. En 1489 fue invitado a predicar ante el papa Inocencio VIII y numerosos cardenales y nobles en la basílica de San Pedro, a los que dirigió un discurso elocuente, sobre su gran interés: la reforma de la vida religiosa, de la moral y santidad del clero y los fieles. Fundó varios conventos, vigiló la observancia regular, según el espíritu de Mantua, poniendo las bases de la ansiada reforma que anhelaría el santo General Rubeo.

Aún como General vivió siempre en Mantua, hasta su muerte, el 20 de marzo de 1516. Su cuerpo fue sepultado en el convento mantuano, y en 1783, al disolverse la congregación mantuana (como habíamos visto con el Beato Bartolomé Fanti), el cuerpo, incorrupto, fue trasladado a la catedral de Mantua, donde se conserva aún. Recibió culto por la Orden y por la diócesis de Mantua desde muy pronto, aunque no fue hasta el siglo XIX en que recibiría aprobación definitiva. Fue el papa León XIII quien confirmó su culto (equivalente a una beatificación) el 17 de diciembre de 1885. En esa ocasión, el panegírico estuvo a cargo del arzobispo de Ostia, futuro San Pío X (21 de agosto), que dijo: "Muchas y admirables fueron las cosas que el Beato Mantuano obró por la Orden Carmelitana. Por él este Instituto del Carmelo llegó a su máxima gloria, poblando la Iglesia de santos y de habitantes el cielo".

Su memoria fue fijada el 20 de marzo, día en que le menciona el Martirologio Romano, aunque los carmelitas la trasladaron al 17 de abril, día de su nacimiento. Su iconografía le presenta con el hábito carmelita y coronado de laurel como los antiguos bardos latinos. Lleva un capelo cardenalicio, por haber sido legado pontificio. El libro y la pluma también le son característicos

Famosa es su "Parthenice" de la Virgen María, con 55000 versos, de la que se hizo, al menos ¡150 ediciones!, cosa de la que pocos autores pueden gloriarse. Escribió Elegías con ocasión de la muerte de diversos personajes de su época, y a reyes y nobles por hazañas o conquistas. Escribió una apología a si mismo, así como una "Apología de la Orden del Carmen". Se le conocen unas 70 cartas (algunas a Erasmo de Rotherdam). Sus versos se hicieron muy famosos, por su sencillez, unción, a la par de magistrales. Supo combinar el latín culto, con la mística y la devoción sencilla. Eran para eruditos y conocedores, y al mismo tiempo cercanos a los predicadores y al pueblo. Sirvieron igualmente para acercar a la fe a humanistas y a críticos con la Iglesia. Con razón Erasmo le llamó "Virgilio Cristiano", comparándole con el gran autor de la antigüedad por su erudición y febril trabajo poético. Y el famoso Pico de la Mirándola dijo de sus versos que "eran divinos y santísimos".

Y terminamos con un texto de su obrita "La Paciencia":
"Hallarás un remedio eficaz y extraordinario contra los dolores del cuerpo y la tristeza del alma en la lectura de los Libros sagrados. No existe, a mi modo de ver, ningún otro lenguaje, por atildado, grandilocuente y florido que sea, comparable al de la Escritura a la hora de aliviar penas y ahuyentar preocupaciones. Yo mismo lo he podido comprobar una y otra vez por experiencia. Efectivamente, encontrándome en ocasiones acosado de infinitas angustias -entre las que ninguna prolifera tanto como la agitación de esta vida mortal-, me refugié siempre en las Letras divinas como un asilo seguro y remedio poderoso para el espíritu acongojado, y di en ellas con el consuelo apetecido, cumpliéndose mis esperanzas y deseos.
Portada de una edición
de las Obras Completas
del Mantuano. 1576.
A menudo me he preguntado en mis reflexiones de dónde le vendrán a la Escritura su virtud persuasiva, el irresistible soplo con que sacude aquienes la escuchan y su enorme fuerza, capaz de inspirar en todos no sólo meras opiniones, sino una fe sólida. Y desde luego que no han de atribuirse semejantes efectos a la evidencia de unas razones que no aduce, ni al arte primoroso o lenguaje delicado y sugerente que no emplea. ¿No te parece que el poder persuasivo que la Escritura ejerce sobre nosotros radica en su derivación de la verdad fontal? ¿De dónde nos viene un conocimiento tan firme, sino de ella? Como si fuese la autoridad de esa misma verdad la que nos impulsa a creer en la Escritura.
Pero yo me pregunto ¿Y de dónde ha sacado esa autoridad? Cierto que no hemos visto a Dios hablar, escribir o enseñar; y sin embargo, creemos firmemente, como si lo hubiéramos visto, que cuanto leemos en los Libros sagrados dimanó del Espíritu Santo. Quizá el motivo de nuestra inquebrantable adhesión a la palabra revelada sea que en ella la verdad resulta segura, aunque no clara. Y ya se sabe que toda verdad tiene una fuerza persuasiva proporcional a su grado de certeza. Entonces, ¿por qué no todos creen en el Evangelio? Para mí, sencillamente:porque no todos se sienten atraídos por Dios.
Pero ¿a qué prolongar el razonamiento? Si creemos con firmeza en la Sagrada Escritura es porque hemos recibido en lo hondo del alma una inspiración divina".


Fuentes:
-"Glorias del Carmelo". P. JOSÉ ANDRÉS S.J
-http://www2.ocarm.pcn.net/carmspir/csdesp19.htm#3a
-"Santos Legendarios del Carmelo e iconografía". ISMAEL MARTÍNEZ CARRETERO O.Carm. 



 A 17 de abril además se celebra a






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