Beata María Ana de Jesús, virgen mercedaria. 17 de abril.
Nació en Madrid, en 1565, hija de los nobles Luis Navarro Ladrón de Guevara y Juana Romero de Víllalpando. Fue bautizada en la parroquia de Santiago el 21 de enero de ese mismo año. desde niña María Ana, o Mariana, como también se le llama, fue una nia piadosa, obediente y alegre. Apenas supo de las vidas de santos, intentó imitarles en lo que podía y más allá, tienendo que moderar sus penitencias y tiempos de oración. Le gustaba mucho estar en la iglesia, que le explicaran las imágenes y la misa. Se embebía en la misa de tal manera que a veces esta acababa y la niña seguía en oración sin notarlo. Acompañaba a su madre en los ejercicios de caridad, que eran muy frecuentes en su casa. A los siete años recibió la primera comunión, edad desacostumbrada totalmente, y fue así por su conocimiento del misterio a recibir, y por el amor tremendo que sentía hacia la Eucaristía. Y muchas otras cosas se nos cuentan de su infancia, como comprensión de los misterios divinos, constante presencia de Dios, visiones de la Virgen y su ángel guardián, etc.
Aún siendo María Ana adolescente murió su madre, y al año de viudedad, su padre se casó nuevamente. Su madrastra era una mujer áspera y resabiada, que trató mal a la niña desde el primer momento. Ni le mostró el más mínimo afecto, y solo se dirigía a ella cuando el padre estaba presente, para que no sospechara el hombre. El nuevo matrimonio tuvo dos hijas más, a quienes María Ana quería mucho, pero de las que su madrastra intentó apartarla siempre que pudo. A los 16 años, su padre, entendiendo lo que ocurría, pretendió casar a María, para alejarla de su madrastra y medio hermanas. Sin embargo, en su corazón María Ana no quería más Esposo que Cristo. Gran guerra le hicieron su padre y madrastra con este asunto. Le consiguieron varios pretendientes, de alcurnia todos, pero ella iba dilatando el asunto, sin atreverse a decirles su verdadera intención: consagrarse a Jesucristo como religiosa. Al tiempo, habiendo consultado con su confesor, hizo voto de perpetua virginidad en la iglesia parroquial de San Miguel de Madrid.
Animada con esto, al saber que le iban a prometer con un joven, reveló a su padre su voto y su intención de ser monja. Esto desató una tempestad en la familia, interviniendo incluso algunos parientes lejanos. A tal punto llegó el asunto, que su padre la puso a trabajar de sirvienta para la familia, dándole palizas y hablándole duramente con frecuencia, para que deshiciera su voto y tomara matrimonio. Le dejaron de dar comida, la encerraban durante días en un cuarto sin luz, o la ataban con recias cuerdas. Pero ella no cejaba y lo sufría todo por amor de Cristo. Un buen día, sabiendo que su belleza era causa de que la pretendieran, tomó unas tijeras y se cortó su hermosa cabellera rubia. La paliza fue épica, como podéis imaginar.
Cinco años duró esta guerra familiar, hasta que el padre, cansado del ánimo de su hija, desistió de casarla y la dejó seguir su voluntad. O, mejor dicho, la de Dios. Pero he aquí que, entonces, siendo ya libre, no hallaba en Madrid convento que la admitiese. Entonces decidió vivir en su casa como en un convento. Se enfundó en un sayal áspero, hacía ayunos, penitencias, vivía en soledad y oración, recluida en la habitación más humilde de la casa. Además, comenzó a instruir a sus hermanas en las letras y en camino de la virtud. Así llegó a los 21 años, como beata en su propia casa, siendo religiosa sin convento. En esta época comenzó a tener terribles tentaciones contra la castidad. Se le aparecía el demonio mostrándole imágenes obscenas y diciéndole palabras feas. Oración y penitencia, todo hizo por verse libre de las tentaciones. Más de 10 años duraron estas batallas interiores hasta que Dios premió su perseverancia y la libró milagrosamente de tales tentaciones, quedando su virginidad acrisolada.
Ya con 30 años le vino otra contradicción. Su padre, creyendo que tanta vida espiritual y penitencia sería cosa del demonio y su hija fuera una alumbrada (tan frecuentes en aquella España del siglo XVI), comenzó a prohibirle sus ejercicios de piedad y penitencias, al tiempo que le buscaba otro director espiritual. Este, docto, pero poco espiritual, no se vio capaz de dirigir tal alma y luego de la primera confesión, la dejó. María Ana, desolada, salió a la calle y pasando por la iglesia de la Merced, encontró al padre Juan Bautista del Santísimo Sacramento. Este la confesó y siendo iluminado por Dios, comprendió la excelencia de aquella alma que tenía ante sí. Aceptó ser su director espiritual y en sus manos María Ana enderezó su espíritu a una recta devoción, llegando en breve a una perfecta santidad.
Al poco tiempo tuvo su primera gracia mística (descontando las de la infancia, poco probables). Estando en oración considerando si ella podría sentir algo de los dolores de la Pasión de Cristo, se le apareció el Salvador tal como lo presentan de Ecce Homo, ella se le acercó y, quitandole la corona de la fente, se la puso ella misma. Desde entonces sintió para siempre los dolores punzantes de tal corona en sus sienes. Y así se le representa iconográficamente. Al poco tiempo, igual estando orando, se le apareció Cristo glorioso diciéndole: “Hija mía, ¿querrías estar en mi cruz?", a lo que ella contestó: “¡¿Cuándo, amorosísimo Señor, dulce Esposo y único dueño de mi corazón, merecí yo favor tan grande?! Pero, aunque me reconozco indigna de tanta dicha, abrazo la cruz con todo gusto y alegría, si así es vuestra voluntad”. Y en ese instante recibió los estigmas de la Pasión de Cristo de forma espiritual, es decir, sin que fueran visibles para los demás, pero teniendo todos sus efectos y dolores, y quedó llena del Espíritu Santo.
Tras un breve tiempo en el cual tuvo que irse a Valladolid con su familia, María Ana regresó sola a Madrid, y es en esta ocasión en la cual se le atribuye la frase “de Madrid al cielo”, señalando que solo volvería a dejar la ciudad para irse a la gloria. Pero es solo una versión más de dicha frase. En 1606 se estableció en una pequeña casita cerca donde hoy está la iglesia de Santa Bárbara (o las Salesas Reales). Allí vivía pobremente, trabajando para mantenerse y para hacer caridad. Oraba gran parte del día, asistía a misa y a las devociones. Durante un tiempo la acompañó una devota mujer llamada Catalina de Cristo, que puso a prueba su paciencia pues era una mujer gruñona y su fervor no estaba moderado. La santa la sufrió hasta que la misma Catalina, creyéndola poco rigorista, la dejó. En ocasiones la visitaban damas (la reina Margarita, por ejemplo) o prelados de Madrid u otras partes de España, para pedir consejo o instruirse en el camino del cielo. Su fama de santa llegó al papa Pablo V, quien le autorizó gustosamente a convertir parte de su humilde casa en oratorio donde pudiera cantarse misa y reservar el Sacramento. En 1613 una terrible sequía azotó Madrid y varios prelados le pidieron redoblase sus súplicas para alcanzar lluvia a los campos. Así lo hizo y en breve el milagro ocurrió.
Pero esta vida de beata no era el culmen de sus aspiraciones, por ello, el 20 de mayo de 1614, miércoles de la Octava de Pentecostés tomó el hábito mercedario e hizo profesión al año siguiente. No parecía sino que María Ana había nacido en el convento. Era tan humilde que la obediencia no le costó a pesar de haber vivido sola durante mucho tiempo. No tenía resabios de mandar, ni creía que nadie debía guiarla. Todo lo contrario, se dejaba guiar por la priora y sus superiores como si de vida religiosa no supiera. Su caridad para con las hermanas era proverbial, siempre desviviéndose por los demás. Su vida en el convento fue mucho más escondida que mientras vivía en el mundo. Dejó de recibir, se escondió en Cristo y en estar ante el Sacramento considerando la Pasión de Cristo gastó sus 10 años de monja.
Rostro incorrupto de la Beata. |
Los funerales fueron muy sentidos, entre el llanto y el júbilo de numerosos milagros que ocurrieron entre los que tocaron su santo cuerpo. En 1627 se abrió el sepulcro, hallándosele incorrupta, y se expuso para los devotos. Nuevamente el suave olor se dejó sentir. Lo mismo se certifica en 1731, 1815, 1924 y 1965. Fue beatificada el 18 de enero de 1782 el papa Pío VI. Su proceso de canonización se reabrió luego de un posible milagro ocurrido en 1997. Cada 17 de abril su cuerpo incorrupto es expuesto para la devoción de los fieles, y el olor a manzanas vuelve a sentirse. Es copatrona de Madrid.
Fuentes:
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Diciembre. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1863.
-"Glorias de la Beata Maria Ana de Jesús. FR PEDRO DEL CORAZÓN DE JESUS. OM. Salamanca 1783.
A 17 de abril además se celebra a
Bto Bautista Mantuano, carmelita. |
San Aniceto, papa. |
Beato Roberto de Chase Dieu, abad. |
San Rodolfo de Berna, niño mártir. |
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