miércoles, 30 de junio de 2021

Adoradora de los santos mártires.

Pregunta: Donde puedo investigar sobre mi santa. Soy Lucina y no encuentro nada al respecto. En los calendarios ha "desaparecido" su festejo. Gracias. México.

Respuesta: Las referencias sobre Santa Lucina son vagas y no concretas. Pero algo siempre puede decirse:

Santa Lucina y San Lorenzo.
Santa Lucina, viuda. 30 de junio.

Fue Lucina una mujer romana, convertida a la fe y discípula de los Apóstoles. Las Actas de Santos Proceso y Martiniano (2 de julio) dicen que entre los que estaban presentes en los tormentos de estos santos, estaba nuestra Lucina. Ella los alentaba a perseverar, recordándoles que el sufrimiento del mundo duraba solo un instante, mientras que la gloria del cielo sería eterna. entonces el juez Paulino mandó a los soldados para que gritaran más que Lucina. una vez martirizados los santos, Lucina recogió sus santos cuerpos y los enterró piadosamente en una sepultura en el segundo miliario de la Via Aurelia. También se nos dice que enterró el cuerpo de Santa Beatriz, junto a sus santos hermanos mártires Simplicio y Faustino (29 de julio) después de haber rescatado sus cuerpos martirizados.

Con su riqueza proveía a las necesidades de los apóstoles, visitaba a los cristianos encarcelados, y daba sepultura a los mártires, como vimos. Ella misma fue sepultada en una gruta que ella había hecho construir, en la Via Ostiense, para los mártires y que llevaría su nombre: "cementerio de Lucina". Entre los sepultados allí, siglos después, está el glorioso mártir San Ciriaco (8 de agosto), a quien el papa San Marcelo trasladó desde su primer enterramiento en la Vía Salaria. Allí hoy se levanta la iglesia de San Lorenzo "in Lucina", lo cual ha dado pie al error de creer que ella levantó la iglesia luego del martirio de San Lorenzo, pero este habría vivido 200 años después  de ella. Algunas reliquias de Santa Lucina se veneran en Lucca desde el siglo XI.

Como vemos, fue una cristiana "de retaguardia", es decir, que actuaba desde el silencio, sin grandes obras, pero su acción protegiendo las reliquias de los mártires fue muy importante. Gracias a ella poseemos insignes reliquias y lugares sagrados de enterramiento. El Cardenal Wiseman, en su obra "Fabiola", inspirada en los primeros cristianos, habla de una Lucina, que concuerda con lo que esta santa se sabe. 


A 30 de junio además se recuerda a:

San Adolfo de
Osnabrück, obispo.
San Ladislao I
de Hungría, rey.
San Marcial, obispo. 
San León de
Patara, mártir.



lunes, 28 de junio de 2021

San Austel de Cornwall

San Austel de Cornwall, ermitaño. 28 de junio.

Solo se conoce de él que habría sido un compañero y amigo de San Méen de Rennes (21 de junio). Austel estuvo junto al santo en su muerte, consolándole, y le ayudó a morir. Una semana después el mismo Austel falleció y los monjes, sabiendo del afecto que les unía, quisieron sepultarlo en la misma tumba. Al abrirla, hallaron que Méen “se había movido” a un lado, como esperando a su amigo. 

Lo más probable es que esta leyenda provenga de la cercanía entre sí de las dos iglesias de San Méen y San Austel en Cornwall. 

Fuentes: 

http://www.infobretagne.com/coetmieux.htm 

-"Les vies des saints de Bretagne". GUY-ALEXIS LOBINEAU. OSB. Rennes, 1874. 


A 28 de junio además se celebra a:


San Woazeg,
obispo.
San Sereno
y comp. mártires.
Santa Theodechilde,
reina y fundadora.
San Pablo I, papa.












domingo, 27 de junio de 2021

San Juan de Chinon, presbítero.

San Juan de Chinon, presbítero. 27 de junio. 

Las noticias que sobre él tenemos las da su contemporáneo San Gregorio de Tours (17 de noviembre) en su obra "Gloria de los Confesores". Juan fue originario de Bretaña y en 540, siendo ya adulto, abandonó el mundo para ser ermitaño en Chinon, en Touraine. Vivía en una cueva y cultivaba una huerta para su sostenimiento. Allí leía, rezaba, atendía a los enfermos. Y poco más. Habría fallecido sobre 565. 

Sin embargo, la leyenda propia de Santa Radegundis de Poitiers (13 de agosto) dice que esta, cuando planeaba huir de su esposo Clotario, envió a su confidente Fridovigis a nuestro ermitaño para pedirle al santo que le confeccionara un hábito de monje para poder escapar disfrazada. Juan hizo oración y le envió de respuesta que no era necesario el disfraz, pues era voluntad de Dios que su marido no la atrapara, y el mismo Dios la protegería. Y así fue.

A 27 de junio además se celebra a:

San Sansón,
confesor.
San Zoilo de Córdoba
y comp. mártires.
S. Cirilo de Alejandría
Doctor de la Iglesia.
San Arialdo de Milán
diácono y mártir.


sábado, 26 de junio de 2021

Santa María, la que nos muestra el camino.

Nuestra Señora, Santa María Hodegitria. 26 de junio.

Esta memoria celebra a un bello icono de la Madre de Dios, con venerable antigüedad en la que se mezclan la historia, la devoción popular y la leyenda. 

Como tantos iconos antiguos, nos dice que fue pintado por San Lucas Evangelista, quien se lo dio a Teófilo, junto con sus libros del Evangelio y Hechos de los Apóstoles, por lo tanto, sería un retrato fiel de la Virgen. El icono se habría perdido y en el siglo V Nuestra Señora se apareció a dos ciegos a quienes condujo milagrosamente adonde estaba su icono. Una vez allí, ambos fueron curados y propagaron la buena noticia del hallazgo. Y de ahí procedería el nombre de "Hodegitria",  o sea, "la que muestra el camino". 

Sin embargo, la historia nos da el verdadero origen: deriva de la iglesia de Santa María "Ton Hodegon" (el poste indicador) levantada en Constantinopla por la emperatriz Santa Pulcheria (10 de septiembre) junto a un poste señalizador mucho más antiguo. Como fuese, lo más importante es que, efectivamente, en el icono María aparece señalando el verdadero camino: Cristo, así que la implicación teológica del título es más evidente que la legendaria o la histórica. Por cierto, a esta misma iglesia fue trasladado en 474 un vestido que habría pertenecido a la Madre de Dios y que dos peregrinos constantinopolitanos habían encontrado en la casa de una mujer judía en Nazaret. 

Durante las luchas iconoclastas delsiglo VIII, el icono fue emparedado en el monasterio de Pantokrator, acompañado de una lámpara encendida. Un siglo después, pasado el tiempo de los iconoclastas, el icono fue rescatado, hallándose aún la lámpara seguía encendida. Actualmente se venera en el monasterio de San Jenofonte en el Monte Athos, aunque se desconoce si realmente es el original. 

A 26 de junio además se celebra a:

San Antelmo
obispo cartujo.
 
San José María Robles
presbítero mártir.
San Virgilio de Trento,
obispo y mártir.
San Salvio de Amiens,
obispo y mártir.

viernes, 25 de junio de 2021

Predicador del Turia.

Venerable Juan Sanz, carmelita. 25 de junio. 

Nació en Ontinyent, España, el 31 de enero de 1557. Fueron sus padres, Lorenzo Sanz y Catalina Caset,gente buena y humilde, trabajadora del campo. El esfuerzo de sus padres y la caridad de los dominicos de su pueblo hicieron que el pequeño Juan pudiera comenzar a estudiar a los 5 años. Y a esta misma edad aprendió a leer y escribir. Fue discípulo del profesor Rafael Casanova, quien lo admitió a sus clases a cambio de la servidumbre de su madre. A los 12 años quedó huérfano de padre, mas su madre no quiso privarle de los estudios para que trabajase, sino que lo envió a Valencia para que siguiera estudiando. Así, en 1570 comenzó a estudiar con el profesor Claraget, al tiempo que hacía algunos trabajos para mantenerse y, además, recibía algunas limosnas de los carmelitas de la ciudad. 

Y allí, en la iglesia de los frailes surgió su vocación carmelitana. Su madre le hizo guerra, pues le quería sacerdote diocesano, para asegurar su futuro y el de ella misma. Un pariente sacerdote le tenía conseguido un beneficio eclesiástico y una beca de estudios, y otro pariente, religioso dominico, le ofrecía ventajas si tomaba el hábito blanco y negro, pero Juan fue firme en su decisión. Tomó el hábito en el convento de Xátiva, recién fundado, siendo provincial el P. Juan Nadal. El noviciado, muy fervoroso, lo realizó en Valencia, y profesó en Xátiva el 1 de febrero de 1573. Su primer destino de religioso fue el hermoso convento de Onda. 

Dirá su prior: “Gustaba mucho de la celda y de no ver criaturas. El día que sus condiscípulos tomaban para su recreación, él se quedaba en el convento y se bajaba a la cueva (a orillas del río), a tener oración; y es cierto que no volvían a casa sus condiscípulos tan contentos de su paseo, como él del suyo. De aquel familiar trato y conversación con Dios, por medio de su profundísima oración, en el rostro se le conocía la alegría y el gozo de su espíritu”. 

Siendo aun estudiante ocurrió un suceso que fue tomado por los demás religiosos como cosa de milagro. El prior de Onda encargó a Juan que realizase unas pinturas para el refectorio del convento. Juan no sabía de pintura, pero era el religioso más avezado en trabajos manuales y en los estudios. Aunque el joven religioso aclaró que no sabía pintar, el prior le odenó lo hiciera. Así, pintó en el refectorio una Sagrada Cena, la Virgen del Carmen y santos carmelitas,  y una alegoría de la Iglesia y el triunfo sobre los herejes. Y su obra le quedó tan bien, que nadie creía que nunca hubiese tocado un pincel.

En 1579 fue nombrado Lector de Artes en Calatayud, impartiendo la filosofía a los religiosos profesos de la provincia y a varios estudiantes seglares. En el mismo Calatayud fue ordenado presbítero y cantó su primera misa en 1581. Al año siguiente asistió al Capítulo Provincial de Zaragoza, donde se dio a conocer al resto de religiosos dictando unas lecciones de teología, con aplauso de los frailes. El Capítulo lo destinó a dar clases a Valencia a la par que terminaba la teología. De allí volvió a su amado convento de Onda. En 1586 terminó la teología a la par de Lengua Hebrea y Sagrada Escritura. A la par, la Universidad de Valencia quiso que pasara de alumno a profesor de Dogmática y Sagrada Escritura. En 1597 el Capítulo le eligió como prior de Valencia, y aceptó el cargo por obediencia. En este convento construyó un nuevo noviciado y amplió la biblioteca. 

En 1603 el Capítulo de Xátiva le eligió por provincial con todos los votos menos el suyo propio, lo cual le sorprendió amargamente, pues no deseaba cargo alguno. Tres años duró en el cargo, siendo ejemplo a los religiosos, aunque siempre deseando renunciar a su cargo. En 1606 renunció con estas palabras: "Confieso que en todo el tiempo de mi oficio no he sido el verdadero sucesor de Elías en el celo, sino el más remiso de todos sus sucesores. Testigos son todos los Padres, en cuya presencia estoy, a quienes ruego digan ellos mis faltas". Y fue dispensado del cargo, aunque deseaban los capitulares prorrogar tres años más su mandato. 

Entonces comenzó el padre Sanz una febril actividad predicadora por toda la provincia carmelitana. Calatayud, Huesca, Zaragoza, Valencia y cientos de pueblos pequeños fueron escenario de sus encendidos sermones. En Ontinyent, su pueblo natal, predicó un fervoroso sermón en presencia del arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera (6 y 14 de enero), durante el cual regañó a algunos notables, quienes se quejaron al arzobispo. Este no hizo sino decirles que todo lo que el padre Sanz había dicho era correcto. 

Todos estos afanes de la predicación no le quitaban al P. Sanz el deseo de la oración y la vida íntima con Cristo. Lo menos tres horas de medicación y oración hacía cada día. Cada noche de jueves a viernes la pasaba velando al Sacramento. Y ante el Santísimo se le vio enternecido de lágrimas más de una vez, especialmente mientras celebraba la santa misa. Para gloria del mismo Sacramento compuso algunos Gozos y Abecedarios, para ser cantados en las devociones populares. 

También fue nuestro carmelita, un gran penitente: dormía pocas horas, y sobre una reja de hierro. Se disciplinaba todas las semanas, ayunaba a pan y agua los viernes y sábados, y durante la Cuaresma solo comía pan o verduras cocidas. Pero la penitencia sin humildad y caridad es nada, y en estas virtudes también floreció Juan Sanz. En una ocasión en que le tomaron de modelo para un cuadro de San Alberto, todos alababan lo mucho que parecía un santo, y señalaban el resplandor del rostro. Entonces, para evitar la soberbia, mandó quemar el cuadro. Fue muy obediente, tanto a sus superiores como los obispos, e incluso al visitar algún convento, siendo provincial, obedecía en todo al prior del convento visitado. Su castidad fue probada también varias veces, por medio de malas mujeres, mas él siempre salió victorioso invocando el auxilio de la Madre de Dios. 

Tuvo grandes gracias místicas de parte del Altísimo. Arrobamientos, resplandores singulares, levitaciones. También tuvo don de profecía, de don de conciencias y de espíritus. En ocasiones conocía los pecados que los penitentes no confesaban por falsos escrúpulos. A algunos les preparó para la muerte de seres queridos, que no tenían atisbo de enfermedad. 

El 15 de junio de 1628 el P. Juan predicó un bello sermón en la catedral de Valencia, aunque no se sentía bien de salud. Al terminar el mismo, cayó desfallecido en la sacristía, mas se recuperó y volvió al convento. Sin embargo, de camino tuvo que ser recogido en la casa del santo sacerdote Gaspar Piquer, cura de la iglesia de los Santos Juanes, pues no podía andar más. Tres días estuvo en aquella casa, siendo visitado por San Juan de Ribera. Pareció recuperarse y se le llevó al convento de Valencia. Sin embargo, tuvo una recaída y por su tranquilidad (u otras razones desconocidas) volvió a casa de Don Gaspar, su amigo. Allí se le dieron los Últimos Sacramentos. Poco a poco fue apagándose, entrando en el cielo el 25 de junio de 1608, a los 51 años de edad. 

Los funerales fueron celebrados en el convento de Valencia, siendo muy sentidos por el pueblo. Se le sepultó en la capilla de San Pedro del mismo convento, siendo su sepultura meta de peregrinos. Se reportaron numerosos testimonios de milagros y portentosas curaciones al invocar su nombre. Se recoge especialmente el milagro ocurrido con el Hno. Pablo, del mismo convento, quien tenía un brazo muy malo, producto de una sangría mal realizada. Tenía el Hermano grandes dolores que le impedían mover el brazo. Se abrió la sepultura del Venerable y se tocó el brazo enfermo con la mano del santo varón. Desde ese momento comenzó a sentir alivio el Hermano, y al cabo de dos días estaba completamente sano. 

Fuente:
-"Flos Sanctorum del Carmelo". P. SIMEÓN MARÍA BESALDUCH, O.Carm. Barcelona 1951.

A 25 de junio además se celebra a:

B. Daniel de Almaark
y comp. mártires.
Santa Febronia,
carmelita mártir.
B. Juan el Hispano
monje cartujo.
S. Pazanne, Macrina
y Columba, vírgenes.






jueves, 24 de junio de 2021

Santos Agoard, Aglibert y compañeros mártires.

Santos AgoardAglibert y compañeros mártires. 24 de junio. 

Al parecer estos mártires dieron su vida por Cristo acompañados por numerosos hombres y mujeres en Créteil, cerca de París alrededor de finales del siglo III. Según la leyenda de Santos Saviniano y Potenciano (31 de diciembre), nuestros santos fueron convertidos por Potenciano, y puestos a cargo de la incipiente comunidad cristiana. Junto a catecúmenos y neófitos dieron su vida por Cristo y sus reliquias depositadas en una cueva donde luego se levantaría una basílica en su honor. 

miércoles, 23 de junio de 2021

"Qué bello eres, Dios nuestro Rey"

Beata María de Oignies, mística. 23 de junio. 

Nació en Nivelles, a finales del siglo XII. Sus padres eran de buena posición económica, mas cristianos tibios. La niña María fue devota desde pequeña, y tan pronto aprendió algunas oraciones las repetía constantemente para no olvidarlas. Su primer contacto con la vida monástica fue cuando vio pasar frente a su casa a unos monjes cistercienses, y quedó tan impresionada de su gravedad y recogimiento, que besó sus huellas en el suelo. Al llegar a la adolescencia, su piedad y amor por la penitencia se acentuó. No gustaba de arreglarse, usar joyas o vestidos caros, lo cual solo le traía regaños y disputas con sus padres. 

Muy joven fue casada con un joven llamado Juan, al que sus padres la habían prometido desde que ella tenía cuatro años. Su marido la apreciaba, pero era indolente con ella. Por eso no tomó en consideración sus penitencias extremas y su vida orante. Le dejaba penitenciarse a su gusto, y las penitencias de María eran extremas: dormía sobre una tabla astillada, llevaba una cuerda áspera bajo las ropas. 

A los dos años de casada, su marido fue tocado por Dios y teniendo delante el ejemplo de María, decidió vivir más piadosamente. Si hasta entonces su vida de trabajo, oración y penitencia le había tenido sin cuidado, en adelante intentó imitarla. Desde ese momento vivieron como hermanos, o como ella gustaba decir, como la Virgen y San José. Donaron toda su hacienda a los pobres, reservándose una casita para vivir. Juntos hacían oración, trabajo, penitencia y atendían a los leprosos en Willambrock. Si bien Cristo les miraba con agrado, el mundo se volvió en contra de María. Sus parientes y amigos se volvieron contra ella. Se burlaban y murmuraban, le llamaban loca, iluminada, exagerada. Le reprochaban que hubiera abandonado sus bienes y posición y arrastrado a su marido con ella. Pero ellos vivían de espaldas a todo ello. 

María tuvo el don de la compunción y lágrimas. Era considerar la Pasión, o mirar un crucifijo, escuchar un sermón sobre los dolores de Cristo, para que un torrente de lágrimas brotara de sus ojos. Tantas que corrían por su rostro, cuerpo, y aún mojaban el suelo que pisaba. Algunos pensaban que era fingimiento y le volteaban el rostro. En una ocasión, justo antes de la Pascua, cuando se lamentaba de los sufrimientos del Señor con gemidos y sollozos, brotó de sus ojos gran cantidad de lágrimas más que habitual, como si estuviera participando en la muerte de Cristo, uno de los sacerdotes de la iglesia la reprendió suavemente y le pidió que refrenara sus lágrimas y rezara en silencio. Por lo tanto, ella, según su costumbre de obedecer, se retiró a un lugar oculto de la iglesia, donde nadie pudiera verla. Allí suplicó al Señor que le mostrara al sacerdote que no estaba en el poder del hombre refrenar las lágrimas cuando son del cielo. Y ocurrió que estando cantando misa el sacerdote, Dios le sumergió en la Pasión de Cristo, y derramó tal cantidad de lágrimas, que hubo de cambiarse el mantel del altar. Y desde ese día, gozó de aquel don siempre que celebraba la misa. 

Preguntada en una ocasión por su confesor si tanta lágrima no le causaba dolor físico, María respondió: "No, son estas lágrimas las que me refrescan. Son mi alimento día y noche; no me hacen daño a la cabeza y sostienen mi mente. Lejos de causarme ningún dolor, infunden una dulzura en toda mi alma. Lejos de vaciar mi cabeza, la llenan de pensamientos y consuelos celestiales, ya que no son forzadas a salir con esfuerzo, sino que me son suministradas en abundancia desde arriba". 

La penitencia de María de Oignies no es, ni por asomo aconsejable: uno de sus excesos fue cortarse trozos de carne de su cuerpo, al que aborrecía, y enterrarlos. Dejó las heridas al descubierto y los gusanos pulularon en ellas, siendo obligada por su confesor a curárselas. Y los ángeles lo hicieron por ella, sanándola. Las cicatrices quedaron para siempre en su cuerpo, siendo descubiertas por las mujeres que lavaron su cuerpo al morir. 

A esta penitencia se sumaba un ayuno riguroso. Solo comía una vez al día y por el necesario sostenimiento de la vida. Como si de una medicina se tratara. No comía carne, ni bebía vino, sino que frutas, hierbas y verduras eran su sustento. Para sí misma hacía un pan de avena, tan grueso áspero que al secarse raspaba su garganta hasta hacerla sangrar. Su consuelo era pensar en la sangre derramada por Cristo por su salvación. En una ocasión, mientras comía, el diablo la tentó de glotona, pero María no se dejó engañar por el demonio, sino que sabía que él quería perturbar su mente con escrúpulos para que enfermara por su excesiva abstinencia. Así, se rió de él y ese día comió el doble de lo normal, dejando al diablo confundido. 

Durante tres años seguidos ayunó a pan y agua desde el día de la Santa Cruz hasta la Pascua, y no sufrió ningún perjuicio al hacerlo, ni en su salud ni en su capacidad de trabajo. Y más veces, desde la Ascensión hasta Pentecostés no comía ni bebía nada. Y lo que puede parecer maravilloso, no sufría de dolor de cabeza en consecuencia, ni relajaba sus deberes ordinarios, sino que estaba tan lista para el trabajo en el último día de su ayuno como en el primero. Tampoco podía comer nada en esos días, pues su apetito desaparecía totalmente absorbido por el espíritu. 

La oración de María de Oignies era constante. Todo cuanto hacía, hasta lo más bajo, le servía para elevar el pensamiento a Dios. Su salterio siempre permanecía abierto, pues lo rezaba sin parar, y solo lo dejaba para hacer oración mental. Cuando se disponía a hacer oración por alguien Dios le revelaba si serviría para el bien o no de esa persona, o si era un difunto, recibía la revelación si estaba salvado ya o condenado, para que no perdiera tiempo en oraciones de balde. En varias ocasiones, mientras oraba, vio muchas manos levantadas como suplicándole. María pidió a Dios le revelase que significaba aquello y el Señor le mostró que eran las almas del purgatorio, las cuales sufrían por sus ofensas y buscaban el beneficio de sus oraciones, pues sentían sus dolores aliviados y disminuidos por ellas, como si se derramara un aceite precioso sobre sus heridas. 

María acostumbraba visitar una vez al año una iglesia dedicada a la Madre de Dios en Oignies, y para ello debía seguir era un sendero tortuoso a través de un bosque con el que estaba muy poco familiarizada. Mas nunca se perdía el camino, ya que siempre se veía una luz que iba delante de ella para dirigirla. En uno de esas visitas, mientras regresaba, una violenta lluvia la alcanzó mas el agua torrencial caía a su alrededor sin mojarla.  

En las fiestas marianas más importantes pasaba el día y la noche saludando a la Santísima Virgen, y haciendo miles de genuflexiones ante su imagen. Además, después de cada hora canónica del salterio, rezaba el Ángelus y se disciplinaba de rodillas. Tanta oración traía grandes beneficios para sus conocidos, que experimentaban la bendición de Dios siempre que le pedían oración a la Beata. Y al mismo tiempo, aterraba a los demonios que la tentaban y asustaban, intentando distraerla de la oración.  

A una monja cisterciense muy joven y piadosa, pero retraída y escrupulosa, la tentó el diablo con toda clase de pensamientos blasfemos y sucios para que desesperara a través de los escrúpulos. Durante algún tiempo resistió, mas al no poder soportarlo pasó de la pusilanimidad a la desesperación; y el diablo la había vencido de tal manera, que no podía rezar ni siquiera el Padrenuestro o el Credo. Tampoco confesaba sus pecados, pues creía eran imperdonables y estaba abocada a la condenación eterna. No recibía el Cuerpo del Señor, no tenía oración, ni quería hablar con las hermanas. A tal punto llegó su tormento mental, que ya pensaba en suicidarse. Más adelante ya despreciaba la Palabra de Dios, las advertencias de las religiosas, comenzó a desobedecer e incluso llegó a blasfemar. No vieron otra solución las monjas que hacer se entrevistara con nuestra María. Esta, rebosante del espíritu de compasión y dulzura espiritual, la recibió, le habló con palabras del cielo y la consoló. Por cuarenta días María se disciplinó y oró continuamente, sin tener otra intención. Al cabo, la joven monja fue liberada del espíritu maligno, al cual vio María, reventado y con las entrañas por fuera, como un despojo, luego de la batalla espiritual que había tenido con ella. 

Incluso mientras dormía, María oraba, pues su corazón nunca se separaba de Cristo. Sus sueños eran siempre sobre Cristo; porque como el sediento sueña en su sueño con las fuentes de agua, y el hambriento tiene visiones de ricos banquetes, así ella tenía siempre ante sus ojos a Aquel que su alma deseaba. 

María fue amante de la pobreza, pero de una pobreza honesta y limpia. Si detestaba el lujo superfluo, también detestaba la suciedad. Vestía ropas de tela gruesa, de estameña. Para las fiestas usaba una túnica de lino y una capa del mismo tejido, sin adornos ni costuras curiosas. Sobre su cabeza usaba un velo que cubría sus ojos, de modo que se prevenía de las miradas indiscretas. Nunca usaba un abrigo o manto, pero jamás el frío la molestaba, de tanto amor de Dios que hacía arder su alma y cuerpo. 

Nunca estuvo ociosa, sino que desde que abandonó todas sus riquezas se afanó en el trabajo manual para su manutención y para socorrer a los pobres. En silencio trabajaba, considerando el taller de Nazaret y la labor orante del Señor, San José y la Virgen Santísima. Mientras trabajaba, consideraba los pasajes de la Escritura y las vidas de santos, permaneciendo en oración. Toda esta contemplación no hacía su trabajo menos perfecto, ni la demoraba o le hacía perder el tiempo. Al contrario, todo trabajo que emprendía lo terminaba perfectamente. 

Tanta austeridad, mortificación y penitencia no hacía de María una persona hosca, huraña o alejada de la realidad. Todo lo contrario, su conversación y trato eran dulces. Las personas gustaban de tratarla y escucharla, buscando sus palabras, consejos y buen trato. Siempre tenía una palabra amable para quienes se cruzaban en su camino, o quienes la visitaban. Consolaba a los enfermos y en ocasiones estos mejoraban solo con escuchar sus buenos deseos. 

María vivía pobremente, consideraba siempre la pobreza de Cristo y no quería poseer más de lo que Cristo tuvo en vida. Todo regalo que recibía, y no eran pocos, los dejaba para los pobres y necesitados. No tenía más vestido del que necesitaba, ni más mueble que el indispensable para una vida ordenada y honrosa. 

Tan grande era su humildad, que se consideraba a sí misma como nada, y habiendo hecho todo bien, no sólo reconocía con su boca y corazón que era una sierva inútil. Se consideraba inferior a todos y nunca se presumía a sí misma, sino que miraba a todos como sus superiores. Cuando Dios le concedía algún favor, lo remitía a los méritos de los demás; no buscaba nunca su propia gloria, sino que remitía todo a Aquel de quien procedían todos los bienes. Se juzgaba a sí misma como la más indigna de todos los hijos de Dios. Cuando Dios le concedía alguna gracia o le daba la respuesta exacta a una cuestión religiosa, le recriminaba a este: "Señor, ¿por qué haces estas cosas en mí? Envía, Señor, a quien quieras enviar, mas no a mí. No soy digna de ir ni de anunciar tu Palabra a los demás." Sin embargo, el Espíritu Santo la impulsaba siempre a procurar el bien del prójimo, comunicando las inspiraciones que recibía. James de Vitry, quien la conoció y escribió la biografía de María, le preguntó un día si ella sentía vanagloria por los dones divinos y el reconocimiento del pueblo. Ella le respondió: "no, pues en comparación con la verdadera gloria que deseo, toda jactancia humana es como nada.

Fue María extremadamente caritativa con los enfermos y moribundos, con quienes tenía una especial caridad y todos la querían junto a sí al momento del tránsito. Con su amor les aliviaba los dolores y con sus oraciones mantenía a raya a los demonios que intentaban tentar al moribundo. Ninguno de sus asistidos moría sin sacramentos: por lejos que estuviera el sacerdote, siempre llegaba a tiempo a dar la extremaunción. Muchas veces vio el destino final de aquellos que estaban con ella, fuera el cielo directamente o el purgatorio. Nunca vio a un condenado, mas jamás se jactó de que fuera por su presencia. 

En una ocasión ayudó a morir a un anciano Juan de Dinant, apodado “el Jardinero”, quien siempre había servido a Cristo. Al momento de la muerte, María vio una multitud de ángeles que ayudaban al anciano, y percibió un olor maravillosamente dulce. No pudo contener su alegría, pues quería al anciano como a un padre. Además, le fue revelado por el Espíritu Santo que, puesto que este anciano había hecho tantas penitencias en la carne y había soportado pacientemente tantas persecuciones y reproches por causa de Cristo, había vivido tan santamente, y además había ganado tantas almas para Cristo, que se liberó de todo el dolor del purgatorio y voló directamente a la presencia de su Señor. 

Por el contrario, experimentó una visión de su propia madre condenada en el infierno. María no entendió el porqué, pues su madre, aunque no muy ocupada en las cosas de Dios, había sido una mujer honesta y buena. Al preguntarle al espectro, su madre le respondió:  "Fui criada con lo adquirido por la usura y la ganancia injusta, y aunque era consciente del pecado, no me esmeré en restituir lo que a los pobres se había quitado. No tuve en cuenta el mandato de Dios, sino que, habiendo entrado en los caminos torcidos del mundo, pensé que era indigno de mí cambiar los pasos de mis antepasados. Y no habiéndome arrepentido de mis malas acciones, al final cambié mi vida infructuosa por la muerte, y así he perdido la vida del mundo venidero" Y diciendo esto desapareció. 

Con los enfermos era María muy paciente y amorosa. Especialmente con los niños. Y por estos últimos en ocasiones realizó varios milagros. A un niño con una fractura, le impuso las manos y le sanó el hueso. A otro que padecía de sangrado de un oído, le besó la cabeza y el niño quedó sano. Un sacerdote de Nivelle llamado Guerrico padecía una enfermedad muy peligrosa y los médicos se desesperaban por su recuperación. Pensando que no tenía esperanzas acudió a la santa, y consiguió, con muchas oraciones, que ella le impusiera las manos. Esa misma noche le pareció que, mientras dormía, la Santísima Virgen venía a él y le sanaba.  Y así por el estilo, algunos clérigos fueron sanados, o mujeres con embarazos riesgosos hallaron la salud. 

Tuvo también el don de profecía y de adivinar acontecimientos futuros. Como adivinar el nacimiento de una herejía en la Provenza, o anunciar el martirio de los predicadores que se enfrentarían a estos herejes. La muerte de algunos también la profetizaba, siempre acertando el día y la hora. En una ocasión en que visitaba la iglesia, oyó devotamente la misa y al terminar la celebración, dijo al sacerdote: "Esa misa era mía; hoy ofreciste el Eterno Sacrificio en mi nombre". Él se sorprendió y le preguntó cómo lo sabía. María le respondió: "Vi una hermosa paloma descender sobre tu cabeza en el altar, que extendía sus alas hacia mí. Supe, por lo tanto, que el Espíritu Santo me llenaba por esa misa".

Tuvo María gran devoción a los santos. En una fiesta de Santa Gertrudis (17 de marzo), que el presbítero había olvidado celebrar, se sintió llamada a tocar las campanas de la iglesia. Al preguntarle el sacerdote por qué lo había hecho, María le respondió: "Perdóneme, padre, pero es una gran fiesta hoy. Lo sé porque siento que desde anoche me llena una alegría celestial, aunque no sé de quién es la fiesta". El sacerdote miró entonces el calendario, y vio que la fiesta de Santa Gertrudis debía celebrarse ese día. Un día que rezaba ante un altar de San Nicolás, vio manar bálsamo de sus reliquias. También tuvo varias apariciones de San Bernardo de Claraval (20 de agosto) con quien tenía celestiales coloquios y quien le iluminaba sobre las verdades de la fe. A san Juan Evangelista también tuvo gran devoción y este más de una vez le consoló en sus penas. 

Tuvo una maravillosa facultad de percibir si las reliquias eran verdaderas o no. Había una pequeña cruz en la Iglesia de Oignies que tenía en ella una pequeña porción de la verdadera cruz; y más de una vez vio salir de ella rayos de luz. Un fraile amigo suyo poseía unas reliquias de un santo mártir, mas no tenía “authenticae” que las avalara. Entonces María le consoló diciéndole que eran verdaderas y que tenían una gran virtud. Además, rezó, para que Dios le mostrara de quiénes eran, e inmediatamente se le apareció una santa que le dijo era Santa Alois, venerada en Provins, y que las reliquias eran reales.

María vivió en Willambrock mucho tiempo, pero su fama llegó a tanto que no tenía momento de descanso o soledad. Por lo tanto, rezó fervientemente a Dios para que se complaciera en elegir un lugar más adecuado para su sierva, donde poder servir al prójimo, pero teniendo más tiempo para la oración y la penitencia. Y he aquí que Dios le e señaló una casa en Oignies que ella nunca había visto, y que además era tan pobre, y tan recientemente construida, que apenas se conocía. Habiéndolo consultado con su marido y su director espiritual, el abad Guido, se dirigió al lugar que le estaba destinado. Llegando a Oignies se le apareció San Nicolás, que la guió primero a su iglesia, donde estaban celebrando una misa en su honor. El santo, además, le señaló el lugar donde estaría su tumba en la iglesia, revelándole que había llegado a Oignies para su encuentro definitivo con el Señor. 

Allí en Oignies tuvo María dulces coloquios con Cristo, preparándose gozosamente a su muerte. En una ocasión en que se le apareció Cristo, María pensó era ya la hora, pero al ver que aún no sería, clamó a Cristo: "No quiero, Señor, que te vayas sin mí. No puedo quedarme más tiempo aquí. Anhelo ir a mi casa". El fuego de su alma era tan grande, que daba rienda suelta a sus sentimientos con fuertes exclamaciones, y su rostro siempre parecía estar en llamas. Varias veces oyó la voz dulce de Cristo que le decía: "Ven, mi amada, mi esposa, mi paloma, y serás coronada". En una ocasión tuvo un éxtasis más encendido de lo habitual, y exclamó: "Las vestiduras de la hija del Rey huelen a dulce incienso, y los miembros de su cuerpo son como preciosas reliquias santificadas por Dios". 

A medida que se acercaba la hora de su partida, se ocupó más incesantemente en tratar de servir y complacer a Dios. Desde la fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen hasta la de la Natividad de San Juan Bautista, sólo tomó alimento once veces, y en cantidades muy pequeñas. Como tenía una gran devoción a San Andrés, quien había abrazado la cruz con un amor tan ardiente, recibió muchas y muy familiares visitas del santo, quien le dijo: "Consuélate, hija mía, porque no te dejaré; y como una vez confesé la fe de Cristo, y no la negué, así, en el día de tu partida, te reconoceré ante Dios, te asistiré en tus últimos momentos y te daré mi testimonio". 

Tres días antes del tránsito, María alabó a Dios cantando en voz alta como nunca se le había oído, pues le había parecido vanidad cantar para que otros le oyeran. Su hermosa voz entonó salmos y cánticos constantemente. Además, reveló cosas del cielo, los santos y los ángeles. Terminados estos tres días de gozo inefable se fue a la iglesia y dijo a su esposo, amigos y seguidores: "El tiempo en que lloré por mis pecados han pasado, y también el gozo en con el que me regocijé y alabé a Dios por las alegrías eternas que me esperan. Ahora vendrán los dolores y las penas de la enfermedad y la muerte. Ningún alimento volverá a cruzar mis labios, ni volveré a leer en libro alguno." y efectivamente, en el acto le acometió una enfermedad muy quejosa. Tenía sed constantemente, que soportaba por amor, lo mismo que los dolores corporales.  

El jueves anterior a su muerte exclamando "Qué bello eres, Dios nuestro Rey". La víspera de San Juan Bautista de 1213 comenzó a cantar con una voz muy dulce, y al llegar a las tres de la tarde expiró tranquilamente, sin cambiar en lo más mínimo por el dolor de la muerte la expresión alegre de sus facciones. Y todos aquellos que allí estaban, o los que la amaban pero estando lejos, sintieron un dulce gozo más que tristeza, siendo sus lágrimas santa envidia más que de desconsuelo. Los días de sus funerales María apareció a varias personas y dirigió sus acciones, fortaleciéndolas en peligros, o eliminando dudas de sus almas. Fue sepultada en la iglesia de San Nicolás de Oignies, que años más tarde pasaría a llamarse con su nombre. El 12 de octubre de 1608 las reliquias fueron trasladadas solemnemente. Es abogada de las mujeres en el parto y contra las fiebres. 

Se desconoce que fue de su marido después de la muerte de María. Su recuerdo se perdió para siempre. 

Fuente:
-”The lives of S. Jane Frances de Chantal, St. Rose of Viterbo, and B. Mary of Oignies.” Londres, 1952. (La “vita” de nuestra Beata es la escrita por Vitry) 

A 23 de junio además se celebra a:

San Artemio, confesor.
Santa Etheldreda,
reina y abadesa.
San Simeón Estilita,
el Joven.
San Walter de Onhaye,
presbítero y mártir.







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