Los tres niños mártires. |
Era sobrino de los también mártires Pablo Barique y Leon Garazuma, y aunque era originario del mismo Meako, vivia en Firando, adonde se habían trasladado sus padres. El niño aún no era cristiano cuando su tío León, en una visita a sus padres, se lo llevó con él para educarle y enseñarle la fe cristiana. Finalmente se convirtió al cristianismo y fue bautizado.
León y Pablo, para mejor educarle, lo confiaron a los franciscanos de Santa María de la Porciúncula de Meako, donde el niño fue acólito, junto a Tomás. Pero no se le daban bien estos oficios y lo enviaron a la cocina, como ayudante del fraile cocinero. Le encargaron confeccionar y llevar la comida a los enfermos del convento y el hospital de leprosos que asistían los frailes. En este oficio destacó por su gran caridad, paciencia y amabilidad con que los ayudaba a incorporarse y comer. Muchas veces se excedió en sus funciones, quedándose en el hospital hasta que arropaba a los enfermos para que durmieran bien. Era el preferido de los frailes para acompañarlos en sus viajes misioneros o limosneros, por la disponibilidad, constancia y alegría del niño, que les hacía los viajes más fáciles. San Francisco Blanco (5 y 6 de febrero), en una carta que escribe a Fray Marcelo de Ribadeneira mientras van apresados y camino del martirio en Nagasaki, dice “aquí va Luisillo con tanto esfuerzo y ánimo, que pone admiración a todos”. No tenía aún los doce años.
Como decía en el otro artículo, en el camino a su Calvario, los niños fueron compadecidos por los paganos. En especial Luis, lo fue de un noble de Karazu, que le ofreció salvarlo y ponerlo a su servicio como lacayo, si dejaba la religión cristiana, que le traería la muerte. Luis le contestó: “Mejor sería que tú te hagas cristiano para ganar el paraíso, adonde yo voy a ir en seguida”. Lo mismo pasó en Nangoya, donde el juez se prendó de él y le insistió para que abandonara su empeño, y Luis le respondió “no lo haría ni aunque me lo ordenara Fray Pedro Bautista”.
Narrado en la entrada anterior el suplicio de la mutilación, solo queda decir, y copio textualmente del libro también ya citado: “tan luego como Luis llegó al Calvario y supo cuál era su cruz, se abrazó á ella, y rebosando su dulce é infantil rostro la mas pura alegría, entregó su inocente alma al Supremo Hacedor”.
Y vamos con el tercero de los niños:
San Antonio Da |
Antonio era oriundo de Nagasaki, hijo de un chino y una japonesa, ambos cristianos. El padre era carpintero y en este oficio se preparó Antonio, a la par que estudiaba con los jesuitas de Nagasaki, donde aprendió a leer y escribir con rapidez, mostrando aplicación, memoria y facilidad de aprendizaje. Fray Jerónimo de Jesús, Padre Guardián del convento franciscano de Osaka le interesó en ser religioso franciscano, por lo que el niño se trasladó a esta ciudad y aplicó en el estudio y la perfección cristiana. San Martín de la Ascensión (5 y 6 de febrero) y San Francisco Blanco le tuvieron mucho cariño y, aun siendo tan niño, tenían grandes esperanzas de que fuera un buen religioso.
Al llegar la persecución de Taikosama, y entrar los soldados por la fuerza al convento, Antonio no solo no huyó habiendo podido hacerlo, porque los guardias no hicieron caso de él, pero su fe cristiana y su amor a los que consideraba sus superiores, hizo que Antonio, como Luis y Tomás, consideraran la mayor dicha el seguirlos al martirio.
Si los otros niños tuvieron pruebas, Antonio la tuvo mayor aún, pues sus padres, aún siendo cristianos, fueron adonde el gobernador de Nagasaki pidiendo por la vida de su hijo, mientras enviaban a amigos y conocidos, hicieran desistir a Antonio (y a los otros niños) por el camino a Nagasaki. Negándose Antonio instistentemente, confiaron los padres en convencerle ellos mismos, para lo cual lo esperaron en Nagasaki. Al llegar los futuros mártires, fueron sus padres a Antonio, e inundados en lágrimas intentaban convencerle de su decisión. Palabras dulces, ruegos, súplicas, promesas… nada hizo desistir a Antonio de su voluntad de padecer por Cristo. Más aún, les animó a dar testimonio, al decirles: “Tengo la confianza de que Dios me sacará vencedor en esta lucha. No expongáis, pues, nuestra santa fe á la burla y menosprecio de los paganos: yo estoy firmemente resuelto á verter mi sangre por el triunfo de la fe cristiana”.
El juez, al ver el dolor de los padres dijo a Antonio: “Tus padres son pobres, pero yo soy rico; los socorreré, y a ti te llevaré á mi casa, donde serás tratado como un hijo. Y te prometo conseguir del Emperador grandes consideraciones y grandes riquezas para ti”. Antonio, luego de reflexionar, contestó al juez: “¿Podrían alcanzar el perdón y esos favores el padre Pedro [San Pedro Bautista] y todos los demás, si yo accediera?” “De ningún modo” - contestó el juez - “la concesión es a ti solamente”.
“Por mí solo” - dijo el niño “desprecio tus promesas: la cruz en que voy a morir por amor de Jesús, es mi mayor bien”. Se quitó el abrigo, lo entregó a sus padres diciéndoles: “Guardad eso en memoria mía, y yo pediré á Dios en el cielo por vosotros”. Les dio la espalda y con paso firme se acercó a su cruz, junto a la de San Pedro Bautista (5 y 6 de febrero), besó la mano a este, y se entregó á los soldados para que le colocaran en la cruz. Sus padres, desmayados de dolor, fueron alejados por algunos asistentes. Antonio entonó el “Laudate, pueri, Dominum”, y enseguida murió.
En la imagen, que he recortado para que lo veáis mejor, aparece vestido como franciscano, por su asociación a esta Orden y se ve la filacteria con el texto del Salmo.