SAN PEDRO
Crucifixión de San Pedro. Icono. Siglo XVIII |
"Pensaba muchas veces que no había perdido nada San Pedro en arrojarse en la mar, aunque después temió. Estas primeras determinaciones son gran cosa, aunque en este primer estado es menester irse más deteniendo y atados a la discreción y parecer de maestro; mas han de mirar que sea tal, que no los enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a sólo cazar lagartijas. ¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir estas fuerzas de las nuestras!" (Vida 13, 3).
2. Gratuidad en la entrega, pues por grande e importante que sea lo que dejemos por Dios, si bien es un acto meritorio, no hay que pensar que ya se tiene a Dios, ni mucho menos ha de corresponder este. Gratuidad, repito:
"Parecernos ha que las que tenemos hábito de religión y le tomamos de nuestra voluntad y dejamos todas las cosas del mundo y lo que teníamos por El (aunque sea las redes de San Pedro, que harto le parece que da quien da lo que tiene), que ya está todo hecho. Harto buena disposición es, (...) que no hay duda sino que si persevera en esta desnudez y dejamiento de todo, que alcanzará lo que pretende. Mas ha de ser con condición que se tenga por siervo sin provecho (...) y crea que no ha obligado a Nuestro Señor para que le haga semejantes mercedes; antes, como quien más ha recibido, queda más adeudado." (3 Moradas 1, 13).
3. Una vez adentrados en la relación con Dios, atormentan los pecados de la vida pasada, duele el haber ofendido al Dios que, se compueba en la unión íntima, tantas gracias nos dio y da. No es un dolor estéril: forma parte del proceso de purgación del alma:
"Yo no tendría por seguro, por favorecida que un alma esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado; porque, aunque es cosa penosa, aprovecha para muchas. (...) Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya perdonados los pecados y olvidados; antes añade a la pena ver tanta bondad y que se hacen mercedes a quien no merecía sino infierno. Yo pienso que fue éste un gran martirio en San Pedro y la Magdalena; porque, como tenían el amor tan crecido y habían recibido tantas mercedes y tenían entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto recio de sufrir, y con muy tierno sentimiento." (6 Moradas 7, 4).
4. Consuelo en los trabajos. No garantiza la cercanía con Cristo la ausencia de penas, sino antes bien estos se acrecientan y sólo en Él se pueden llevar. Aún son gracia si de su mano vienen. Aquí se puede recordar aquella florecilla de la santa, en la que quejándose al Señor por los trabajos padecidos y sabiendo de Él que así trataba a sus amigos, respondióle la Santa: 'por eso tienes tan pocos':
"Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos apóstoles. (...) Gusto yo mucho de San Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y le apareció nuestro Señor y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez. Ninguna rezamos esta fiesta adonde esto está, que no me es particular consuelo. ¿Cómo quedó San Pedro de esta merced del Señor, o qué hizo? Irse luego a la muerte; y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé." (7 Moradas 4, 5).
SAN PABLO
San Pablo en la cárcel. |
"¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos regalos de Dios, después de haber comenzado Su Majestad a darme virtudes, que ellas mismas me despertaban a servirle, después de haberme visto casi muerta y en tan gran peligro de ir condenada, después de haberme resucitado alma y cuerpo, que todos los que me vieron se espantaban de verme viva! ¡Qué es esto, Señor mío! ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Que escribiendo esto estoy y me parece que con vuestro favor y por vuestra misericordia podría decir lo que San Pablo, aunque no con esa perfección, que no vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís en mí, según ha algunos años que, a lo que puedo entender, me tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones y en alguna manera probado por experiencia en estos años en muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por pequeña que sea, aunque debo hacer hartas ofensas a Vuestra Majestad sin entenderlo. Y también me parece que no se me ofrecerá cosa por vuestro amor, que con gran determinación me deje de poner a ella, y en algunas me habéis Vos ayudado para que salga con ellas, y no quiero mundo ni cosa de él, ni me parece me da contento cosa que salga de Vos, y lo demás me parece pesada cruz." (Vida 6, 9).
2. Soledad, sequedad, crucifixión con Cristo, al que se ha entregado toda la vida. Nada llena, nada sacia, solo el estar con Cristo y en soledad con él. Y en medio de ella, la certeza gustosa, aunque lacerante, de que es Dios quien lo quiere:
"...con parecerme que está (...) lejísimo Dios, a veces comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede pensar; (...) porque no es la comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes. (...) [Algunas] veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios? (...) Otras me acordaba de lo que dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea esto así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido (...) Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí." (Vida 20, 9, 11)
Santos Pedro y Pablo. Vidriera francesa. Siglo XV |
"Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita. (...) ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. Miremos al glorioso San Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino." (Vida 22, 6, 7).
4. El matrimonio espiritual. Cristo y el alma forman una unión indisoluble. Aunque seres diferentes, son uno en la acción y en el sentir, y esto por acción de Cristo, que desde los inicios ha ido entrando en el alma, y esta se ha ido dejando penetrar por él. Finalmente consuman la unión, que la santa ejemplifica, sabiendo que aún se queda corta:
"...es [la unión] como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz. Quizá es esto lo que dice San Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con El, tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse llegado Su Majestad al alma por unión. Y también dice: 'Mihi vivere Chistus est, mori lucrum'; así me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla que hemos dicho [el alma], muere y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo." (7 Moradas 2, 4, 5).
San Pedro y San Pablo, protectores de Santa Teresa. |
"Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos [de los confesores] (...) comenzó a decir que claro era demonio. Mándanme que, ya que no había remedio de resistir, que siempre me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas [un gesto grosero, con el dedo levantado], porque tuviese por cierto era demonio, y con esto no vendría; y que no hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo quitaría. A mí me era esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que era Dios, era cosa terrible para mí. Y tampoco podía -como he dicho- desear se me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba mucho a Dios que me librase de ser engañada. Esto siempre lo hacía y con hartas lágrimas, y a San Pedro y a San Pablo, que me dijo el Señor, como fue la primera vez que me apareció en su día, que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas veces los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión imaginaria. Eran estos gloriosos Santos muy mis señores." (Vida 29, 5).