Beato Conrado de Urrach, obispo y cardenal cisterciense. 30 de septiembre.
Nació en 1185 en Alemania, en la ilustre familia de los Condes de Seyne y Urrach, emparentada con los Duques de Zaring. Su padre fue Egino IV de Urach y su Inés, hermana de Berthold V de Zähringen. Su primera educación estuvo a cargo de su tío abuelo, el arzobispo Rodolfo de Lieja. Con 10 años fue nombrado, cosas de la época, canónigo beneficiado de la Catedral de Lieja. Siendo niño padeció la desgracia de ser víctima de los juegos políticos de su familia, pues quedó de rehén del emperador Felipe I de Suabia durante años, hasta 1208. Durante este cautiverio el niño y joven Conrado tomó noticia de lo vano del mundo y la política, ansiando la forma de poder escapar de ello.
A los 18 años fue puesto en libertad y se encaminó al monasterio cisterciense de Villiers, siendo recibido con agrado. Una leyenda dice que un santo monje llamado Simón vio en una ocasión como el novicio Conrado era coronado simbólicamente con una corona de oro por los ángeles durante la misa conventual. Tal monje avisó al abad, de que aquel novicio traería gran gloria a la Orden, aunque antes había de padecer tentaciones y ataques del maligno. Lo avisó el abad a nuestro santo, quien se preparó para ello con grandes penitencias, oraciones y actos de humildad. Otra leyenda, más increíble aún, cuenta que, estando prohibido a los novicios el uso de alguna luz artificial, el santo usaba sus propios dedos como candelas, pues de ellos salía gran resplandor cuando oraba o estudiaba.
Sus virtudes (más sus relaciones familiares, todo sea dicho) alcanzaron que apenas profesó, fue nombrado prior de Villiers, y a los dos años fue nombrado abad, luego de la renuncia del abad Carlos. Y su ascenso no terminó aquí, pues en 1214 fue elegido nada menos que abad de Claraval, dotándole de una autoridad moral eminente dentro de la Orden Cisterciense. En todos estos cargos de autoridad Conrado se mostró como un padre celoso del bien de sus hijos. Exacto en el cumplimiento, pero caritativo, comprensivo pero sin permitir faltas. Fue especialmente cuidadoso con los ancianos monjes, a los que oía como a padres venerables. A pesar de sus ocupaciones, nunca faltaba a las Horas Canónicas, a las penitencias o los actos de comunidad. Era prudente, discreto, sabio, pronto a la defensa de la fe y la Iglesia, justo con todos. Tanta probidad, más su origen, no lo olvidemos, hicieron que el papa Honorio III supiera de él y le nombrara Legado Pontificio para hacer la paz entre los reyes Felipe de Francia y Enrique de Inglaterra. Y lo hizo con tanta prudencia y efectividad, que ambos monarcas y el papa quedaron prendados de él.
En 1216 fue elegido abad de Císter, convirtiéndose en el Abad General de toda la Orden, que estaba en su máximo esplendor. Solucionó problemas internos y externos de la Orden, acrecentó su poderío e influencia en la Iglesia, y aumentó el número de monasterios. Fue el Abad que introdujo el canto diario de la "Salve Regina" para toda la Orden. El 8 de enero de 1219 el mismo papa Honorio III le creó cardenal y le dio el obispado de Porto-Santa Rufina, una de las diócesis suburbicarias de Roma, reservadas a prelados de gran confianza del papa y que fueran eminentes políticos. En este puesto le nombró el papa como Legado para la Cruzada contra los albigenses en Francia. Para ello organizó los Sínodos de Tolosa y de París, para interesar a prelados y al brazo secular en la importancia de extirpar esta herejía que amenazaba no solo la fe, sino la estabilidad de los reinos. Su actuar fue coronado con total éxito en la conversión y represión de estos herejes. Dícese en este tiempo conoció a los dominicos, de los que quedó enamorado por su divisa de "Alabar, Bendecir y Predicar", socorriéndoles en adelante en sus necesidades, dándoles plenas potestades en su diócesis y siendo su valedor ante los gobiernos y obispos.
Casi sin tiempo para descansar, le envió Honorio a Alemania, a solucionar graves problemas con el emperador Federico II, empresa que se saldó con la excomunión del monarca por el asesinato del Arzobispo de Colonia, San Engelbert II (7 de noviembre), a quien Conrado sepultó con gran pompa, llamándole mártir de la fe. Además, trató el asunto de una nueva Cruzada a Tierra Santa, alcanzando gran consenso de los príncipes. Esta visita le sirvió para, como Visitador del Papa, denunciar ciertos abusos, corregir errores de los prelados, reformar algunos monasterios. Celebró nada menos que tres Concilios Provinciales, en los que se reguló y reformó la disciplina eclesiástica, suprimió abusos de los clérigos y atajó la simonía y el amancebamiento de los presbíteros. Visitó la tumba de la Beata María de Oignies (23 de junio), la célebre beguina, y estando venerando sus reliquias tuvo una visión en la que vio a esta santa mujer puesta de rodillas, intercediendo ante el Señor por su salud. Además, le consoló con palabras celestiales para animarle en todos sus esfuerzos. Durante esta legacía fundó un monasterio cisterciense en Besbenusen junto a su hermano Rodolfo, donde este luego tomaría el hábito, despreciando el mundo, a ejemplo de Conrado. En 1222 fundó la Universidad de Montpellier por mandato del papa.
Volvió el santo a Roma a inicios de 1227, y al poco tiempo murió el papa Honorio. Temiendo los cardenales que la dilación de un cónclave atrajera las intromisiones imperiales, decidieron los cardenales que Conrado y dos cardenales más decidieran quien sería el papa. Esto hoy es ilegal, por cierto. Los dos cardenales eligieron a nuestro Conrado, pero él se negó aduciendo: "No permita Dios el que se diga que yo me he elegido a mí mismo por Pontífice". Y entonces fue elegido el cardenal Hugolino, llamado Gregorio IX.
Ese mismo día el santo prelado sintió que su muerte estaba próxima y sus últimos meses de su vida los dedicó a prepararse para el encuentro con el Amado. Vivió pobremente y pobremente murió en Bari, camino de la Cruzada, el 30 de septiembre de 1227. Poco antes de expirar dijo: "que dicha que hubiera perseverado hasta esta hora en el monasterio de Villiers bajo la disciplina regular, y que mi única ocupación hubiera sido el lavar las escudillas con los demás en la cocina". El cuerpo fue trasladado a Claraval y sepultado en el presbiterio de la iglesia abacial. Aún se puede leer su lápida:
Fuentes:
-"Médula Histórica Cisterciense". Volumen 3. ROBERTO MUÑIZ O.Cist. Valladolid, 1780.
-https://webdept.fiu.edu
A 30 de septiembre además se celebra a:
Nació en 1185 en Alemania, en la ilustre familia de los Condes de Seyne y Urrach, emparentada con los Duques de Zaring. Su padre fue Egino IV de Urach y su Inés, hermana de Berthold V de Zähringen. Su primera educación estuvo a cargo de su tío abuelo, el arzobispo Rodolfo de Lieja. Con 10 años fue nombrado, cosas de la época, canónigo beneficiado de la Catedral de Lieja. Siendo niño padeció la desgracia de ser víctima de los juegos políticos de su familia, pues quedó de rehén del emperador Felipe I de Suabia durante años, hasta 1208. Durante este cautiverio el niño y joven Conrado tomó noticia de lo vano del mundo y la política, ansiando la forma de poder escapar de ello.
A los 18 años fue puesto en libertad y se encaminó al monasterio cisterciense de Villiers, siendo recibido con agrado. Una leyenda dice que un santo monje llamado Simón vio en una ocasión como el novicio Conrado era coronado simbólicamente con una corona de oro por los ángeles durante la misa conventual. Tal monje avisó al abad, de que aquel novicio traería gran gloria a la Orden, aunque antes había de padecer tentaciones y ataques del maligno. Lo avisó el abad a nuestro santo, quien se preparó para ello con grandes penitencias, oraciones y actos de humildad. Otra leyenda, más increíble aún, cuenta que, estando prohibido a los novicios el uso de alguna luz artificial, el santo usaba sus propios dedos como candelas, pues de ellos salía gran resplandor cuando oraba o estudiaba.
Sus virtudes (más sus relaciones familiares, todo sea dicho) alcanzaron que apenas profesó, fue nombrado prior de Villiers, y a los dos años fue nombrado abad, luego de la renuncia del abad Carlos. Y su ascenso no terminó aquí, pues en 1214 fue elegido nada menos que abad de Claraval, dotándole de una autoridad moral eminente dentro de la Orden Cisterciense. En todos estos cargos de autoridad Conrado se mostró como un padre celoso del bien de sus hijos. Exacto en el cumplimiento, pero caritativo, comprensivo pero sin permitir faltas. Fue especialmente cuidadoso con los ancianos monjes, a los que oía como a padres venerables. A pesar de sus ocupaciones, nunca faltaba a las Horas Canónicas, a las penitencias o los actos de comunidad. Era prudente, discreto, sabio, pronto a la defensa de la fe y la Iglesia, justo con todos. Tanta probidad, más su origen, no lo olvidemos, hicieron que el papa Honorio III supiera de él y le nombrara Legado Pontificio para hacer la paz entre los reyes Felipe de Francia y Enrique de Inglaterra. Y lo hizo con tanta prudencia y efectividad, que ambos monarcas y el papa quedaron prendados de él.
En 1216 fue elegido abad de Císter, convirtiéndose en el Abad General de toda la Orden, que estaba en su máximo esplendor. Solucionó problemas internos y externos de la Orden, acrecentó su poderío e influencia en la Iglesia, y aumentó el número de monasterios. Fue el Abad que introdujo el canto diario de la "Salve Regina" para toda la Orden. El 8 de enero de 1219 el mismo papa Honorio III le creó cardenal y le dio el obispado de Porto-Santa Rufina, una de las diócesis suburbicarias de Roma, reservadas a prelados de gran confianza del papa y que fueran eminentes políticos. En este puesto le nombró el papa como Legado para la Cruzada contra los albigenses en Francia. Para ello organizó los Sínodos de Tolosa y de París, para interesar a prelados y al brazo secular en la importancia de extirpar esta herejía que amenazaba no solo la fe, sino la estabilidad de los reinos. Su actuar fue coronado con total éxito en la conversión y represión de estos herejes. Dícese en este tiempo conoció a los dominicos, de los que quedó enamorado por su divisa de "Alabar, Bendecir y Predicar", socorriéndoles en adelante en sus necesidades, dándoles plenas potestades en su diócesis y siendo su valedor ante los gobiernos y obispos.
Casi sin tiempo para descansar, le envió Honorio a Alemania, a solucionar graves problemas con el emperador Federico II, empresa que se saldó con la excomunión del monarca por el asesinato del Arzobispo de Colonia, San Engelbert II (7 de noviembre), a quien Conrado sepultó con gran pompa, llamándole mártir de la fe. Además, trató el asunto de una nueva Cruzada a Tierra Santa, alcanzando gran consenso de los príncipes. Esta visita le sirvió para, como Visitador del Papa, denunciar ciertos abusos, corregir errores de los prelados, reformar algunos monasterios. Celebró nada menos que tres Concilios Provinciales, en los que se reguló y reformó la disciplina eclesiástica, suprimió abusos de los clérigos y atajó la simonía y el amancebamiento de los presbíteros. Visitó la tumba de la Beata María de Oignies (23 de junio), la célebre beguina, y estando venerando sus reliquias tuvo una visión en la que vio a esta santa mujer puesta de rodillas, intercediendo ante el Señor por su salud. Además, le consoló con palabras celestiales para animarle en todos sus esfuerzos. Durante esta legacía fundó un monasterio cisterciense en Besbenusen junto a su hermano Rodolfo, donde este luego tomaría el hábito, despreciando el mundo, a ejemplo de Conrado. En 1222 fundó la Universidad de Montpellier por mandato del papa.
Volvió el santo a Roma a inicios de 1227, y al poco tiempo murió el papa Honorio. Temiendo los cardenales que la dilación de un cónclave atrajera las intromisiones imperiales, decidieron los cardenales que Conrado y dos cardenales más decidieran quien sería el papa. Esto hoy es ilegal, por cierto. Los dos cardenales eligieron a nuestro Conrado, pero él se negó aduciendo: "No permita Dios el que se diga que yo me he elegido a mí mismo por Pontífice". Y entonces fue elegido el cardenal Hugolino, llamado Gregorio IX.
Ese mismo día el santo prelado sintió que su muerte estaba próxima y sus últimos meses de su vida los dedicó a prepararse para el encuentro con el Amado. Vivió pobremente y pobremente murió en Bari, camino de la Cruzada, el 30 de septiembre de 1227. Poco antes de expirar dijo: "que dicha que hubiera perseverado hasta esta hora en el monasterio de Villiers bajo la disciplina regular, y que mi única ocupación hubiera sido el lavar las escudillas con los demás en la cocina". El cuerpo fue trasladado a Claraval y sepultado en el presbiterio de la iglesia abacial. Aún se puede leer su lápida:
"HIC IACET DOMINVS
CONRADVS QVI PRIMO VILLARIENSIS DEINDE CLARAVALLENSIS,
POSTEA CISTERCIENSIS EXTITIT ABBAS
ET DEMVM PORTVENSIS EPISCOPVS CARDINALIS.
HIC CVM IN TRANSMARINIS PARTIBVS MORARETUR INSTANTISSIME
PRAECEPIT VT CLARAM-VALLEM VBI IAM DVDVM
SVAM ELEGERAT SEPULTVRAM OSSA SVA
DEFERRENTVR ET IBIDEM SEPELIRENTVR,OBIIT AVTEM ANNO DOMINI M. CC. XXVII. PRIDIE KAL. OCTOBRIS".
Fuentes:
-"Médula Histórica Cisterciense". Volumen 3. ROBERTO MUÑIZ O.Cist. Valladolid, 1780.
-https://webdept.fiu.edu
A 30 de septiembre además se celebra a:
S. Jerónimo, Padre y Doctor de la Iglesia. |
San Winegrial, monje mártir. |
San Léry, abad. |