sábado, 23 de noviembre de 2019

Alzó la voz para la Palabra, mas no para defenderse.

San Gregorio de Agrigento, obispo. 23 y 24 de noviembre. 

Nació sobre 520 en Preterium, un pequeño pueblo perteneciente a la ciudad de Agrigento, en Sicilia. Sus padres fueron Cariton y Teodota, nobles que se ocuparon de educarle bien. A los 12 años recitaba de memoria el Salterio, que habría aprendido con monjes cercanos a su familia. A los 16 años recibió el Lectorado, y desde entonces se dedicó a la lectura y proclamación de los salmos en la liturgia. Tenía buen ritmo, entonación y excelente voz para el canto. 

A los 18 años peregrinó a Tierra Santa con un grupo de fieles devotos. Allí conoció la vida monacal oriental y tomó el hábito en una de las lauras de Jerusalén. Su pasión por el canto y la excelencia en la celebración del culto divino le llevaron a ser ordenado diácono. A partir de entonces, además de leer la Escritura, comenzó a predicarla, y con tal elocuencia y tino que fue invitado al II Concilio de Constantinopla en 533. Allí destacó principalmente por su defensa de la doctrina sobre la Divina Persona de Cristo, denunciando los errores doctrinales en los que concurrían los monofisitas a la hora de explicar su Humanidad y Divinidad. Su exposición de la doctrina sobre Cristo le valió el mote de "Segundo Crisóstomo", en alusión a San Juan Crisóstomo (27 de enero, traslación de las reliquias a Constantinopla; 30 de enero, Synaxis de los Tres patriarcas: Juan, Gregorio y Basilio; 13 de septiembre, muerte; 13 de noviembre, Iglesia oriental; 15 de diciembre consagración episcopal). 

Después del Concilio, una lumbrera como Gregorio no podía quedar "olvidado" en una laura de Oriente, por lo cual los obispos de Sicilia le reclamaron en su tierra, donde fue ordenado presbítero y elegido obispo a la muerte del prelado Teodoro. Su elección fue confirmada gustosamente por el papa San Gregorio Magno (12 de marzo y 3 de septiembre, elección papal). Gregorio comenzó una ingente labor evangelizadora y reformadora, ya necesaria en el siglo VI. Actualizó e hizo cumplir los cánones eclesiásticos con respecto a la vida del clero y los monjes, lo cual le acerró fuerte oposición de los prebíteros que antes le habían elegido obispo. Estos pasaron de la guerra solapada a la guerra abierta, llegando algunos a la ignominia de contratar una prostituta para que declarara que era amante de Gregorio. Esta lo hizo y el santo fue arrestado y trasladado a Roma, donde estuvo preso durante dos años, siendo inocente. Jamás se quejó ni acusó a nadie. Al cabo de este tiempo, todo salió a la luz y el papa le absolvió de toda acusación y le envió a su sede de nuevo. 

Pero mientras, su sede había sido ocupada por un obispo simoníaco y hereje, que le hacía la guerra. El pueblo quiso linchar al hereje y entronizar a nuestro santo en su cátedra, pero Gregorio no quiso entablar pelea y, por la paz de la Iglesia, se fue a Constantinopla, donde era más querido. Residió en el monasterio de los Santos Sergio y Baco (7 de octubre), que ya conocía. Allí vivió varios años como un monje más, hasta que en 598 pudo volver a su sede, luego de la muerte del obispo usurpador. 

Gregorio falleció en 603, luego de una vida dedicada a la evangelización y la defensa de la fe. Sus reliquias se veneran en la catedral de Agrigento. 


A 23 de noviembre además se celebra a:

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