martes, 9 de febrero de 2021

El martirio redime, el rencor condena.

San Nicéforo de Antioquía, mártir. 9 de febrero.

Esta leyenda se conoce por Juan, el obispo de Sardis, quien dice tomarla de Actas antiguas. Según estas, vivían en Antoquía de Siria un seglar llamado Nicéforo, quien era amigo de un presbítero llamado Sapricio. Por alguna causa que no nos cuentan, ambos se enemistaron a muerte, odiándose como mismo antes se habían amado. Durante años duró la enemistad, siendo escándalo para muchos cristianos.

Al fin, un día, luego de piadosas consideraciones, Nicéforo decidió pedir perdón a Sapricio delegó a algunos amigos para que fueran adonde Sapricio a pedirle perdón en su nombre, prometiéndole toda la satisfacción que fuera necesaria. Pero Sapricio se negó a perdonarle. Así dos veces más, y siempre con el mismo resultado: la negativa del presbítero a reconciliarse. Entonces Nicéforo, viendo que sus amigos comunes nada habían podido hacer fue en persona a casa de Sapricio, y echándose a sus pies, le pidió perdón en nombre de Cristo. Mas en vano.

He aquí que estalló la persecución de Valeriano y Galerio y en 258 Sapricio fue aprendido por cristiano. Le llevaron ante el gobernador y Sapricio confesó valientemente a Cristo diciendo: "Los cristianos reconocemos a un solo Señor y Maestro, Jesucristo, que es Dios; el único y verdadero Dios, que creó el cielo y la tierra. En cuanto a los dioses de los paganos, sabemos que no son más que demonios". Fue condenado al potro, pero allí también dio gala de su fe cristiana. Entonces fue condenado a la decapitación.

Sapricio recibió la noticia con alegría y se encaminó al lugar del martirio. Mientras, Nicéforo salió corriendo a su encuentro y, arrojándose a sus pies, dijo: "Mártir de Jesucristo, perdona mi pecado". Pero Sapricio ni le miró, ocupado en sus oraciones. Nicéforo corrió y le salió al encuentro otra vez suplicándole le perdonara antes de morir por Cristo, más Sapricio continuó con su corazón endurecido, camino del suplicio. Los soldados se rieron de Nicéforo, diciendo: "Nunca se ha visto a nadie más tonto que tú, que vas pidiendo el perdón de un hombre que está a punto de ser ejecutado". Al llegar al sitio de la ejecución Nicéforo redobló sus súplicas por tercera vez, pero Sapricio continuó con su obstinación en no perdonarle.

Y he aquí que al momento en el que los soldados le obligaron a poner rodilla en tierra y doblar el cuello, el Espíritu Santo que le había animado a confesar a Cristo, le abandonó por su obstinación en el pecado, y Sapricio cayó víctima del terror, diciendo: "Deténganse, amigos míos, no me maten. Haré lo que desean: estoy dispuesto a sacrificar a los dioses". Nicéforo, consternado por su apostasía, le gritó en voz alta: "Hermano, ¿qué haces? No pierdas una corona que ya has ganado por la tortura y el sufrimiento." Pero Sapricio no le escuchó y sacrificó a los dioses, renegando de Cristo. 

Entonces Nicéforo, con lágrimas de amarga amargura por la caída de Sapricio, dijo a los verdugos: "Yo soy cristiano, y creo en Jesucristo, a quien este desgraciado ha traicionado; miradme aquí, dispuesto a morir en su lugar". Los soldados quedaron impresionados y mandaron preguntar al gobernador que debían hacer. Este, al oír la noticia, declaró "Si este hombre persiste en negarse a sacrificar a los dioses inmortales, que muera por la espada". Y así ocurrió, alcanzando el santo Nicéforo las tres coronas inmortales de la fe, la humildad y la caridad, triunfos de los que Sapricio se hizo indigno.


A 9 de febrero además se recuerda a:






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