Pregunta: Hola, magnífico tu nuevo blog. Quería reiterar una pregunta, que tal vez no recibiste. En el post sobre el santoral cistersiense, mensionabas el arte cistersiense y te preguntaba que tipo de arte era y como se podría reconocer. Gracias. Adelante y que Dios te bendiga.
Respuesta: Que Dios te bendiga tambien, amigo. De seguro recibí la pregunta, pero no puedo responder todo lo que recibo, lamentablemente, por falta de tiempo o de bibliografía. En este caso, saco tiempo y te respondo, tomando de “Els cistercens, historia, espiritualitat” del monje Luis M. Llorent, de Montserrat; y de “Los Cistercienses”, libro que compré en mi visita a Santa María de las Huelgas de Burgos, y de algunos apuntes que tengo de cuando estudié.
Cister, origen:
Para entender el arte cisterciense, hay que acercarse, someramente a Císter.
La Orden nace del deseo de regresar al origen de la Regla de San Benito, inspirada en el monacato oriental, con la soledad, la oración y el trabajo como pilares de la vida monástica y, en definitiva, de la entrada en la vida divina, que es lo que ya inicia el monje en esta vida: adelanta el paraíso, viviendo en continua contemplación de Dios. Para esto se fundan las abadías pequeñas, pobres y alejadas de las vías principales de comercio. Originada de la anterior reforma de Cluny, decaída en su fervor original y ha sido una Orden, muy rica en personas, abadías y santidad.
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Santos Roberto, Alberico y Esteban |
Fue clave en la reforma de la Iglesia en pleno siglo XI. Sufrió mucho y perdió personas, abadías y posesiones con las guerras de religión, la persecusión de Enrique VIII, la Revolución Francesa y la Desamortización, en toda Europa. Aunque fue fundada por los Santos Alberico de Citeaux , Roberto de Molesmes y Esteban Harding (los tres el 26 de enero y, además, Roberto el 29 de abril y Esteban el 28 de marzo), pero el impulso y conformación se las dio San Bernardo de Claraval (20 de agosto), eminente predicador, escritor y santo, amante de María, Doctor de la Iglesia.
Císter, arte y liturgia:
Para lograr este regreso a la simplicidad de los orígenes, el monje necesitaba librarse de todo aquello que, durante siglos, había ido adhiriéndose a su vida, y la ampulosidad del culto y la riqueza, incuidas las destinadas al servicio Divino. De ahí que el arte propio de Císter se caracterizó por la
asuteridad, desnudez y eliminación de todo lo accesorio, tenido como
elemento de distracción y superficialidad. San Bernardo y los primeros monjes destierran el oro y
las piedras preciosas de sus iglesias, no simbolizan para nada “los
destellos de la luz divina” (Suger).
“Oh, vanidad de vanidades, pero más insensata incluso que vana: la Iglesia resplandece en sus murallas y carece de todo en sus pobres”. San Bernardo. Apología a Guillermo.
Císter, arte y arquitectura:
De las iglesias cistercienses, desarrolladas entre el románico y el gótico, lo primero que destacaba es la ausencia de campanario, considerado fútil y signo de ostentación. Una simple espadaña para la campana era suficiente (1).
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Abadía de Beaulieu. 1144 |
Para Císter, la imagen religiosa sobra. Solo se admitían las imágenes del Crucificado y la de la Virgen María, Madre de la Orden. La imagen es considerada motivo de curiosidad, imaginación y distracción a la hora de la oración y la contemplación. Más que mediación, son estorbo. Bernardo incluso llega a decir que la imagen es un recurso para ignorantes, así que sus iglesias serán sin pinturas o esculturas. Las capillas laterales, en caso de haberlas, serán desnudas de todo, solamente tendrán un altar de piedra (2).
Císter, arte y vidrieras
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Vidriera moderna en Pontigny retomando el ideal austero. |
Las vidrieras no escapan a esta desnudez: Deben ser “blancas y sin imágenes” (I Capítulo General de Císter). Y es que la vidriera juega en Císter, como en la Iglesia entera, un papel fundamental en la trasmisión del mensaje: La luz que entra por ellas, luego de su practicidad, espresa la comunicación divina, la gloria celestial y esplendor de Dios. Es en las vidrieras donde algo de imaginación se ve en Císter, expresada en formas geométricas simétricas. En el siglo XII se introducen el rojo y el azul, y luego ya toda la gama de colores normal en las vidrieras.
Císter, arte y manuscritos:
La iluminación de manuscritos no escapa a esta austeridad, aunque no faltan bestias mitológicas o escenas cotidianas, se rechaza el uso de colorido. En 1152 el Capítulo General decreta que las iniciales de los libros sagrados, aunque destacadas, deben ser de un solo color y sin decorar.
Aclaro que no siempre se siguieron los cánones mandados, sino que muy pronto Císter comenzó a tener posesiones, recibir donaciones, impuestos y prebendas, que terminaron por traducirse en iglesias más fastuosas, abandonando la pureza y simplicidad de las líneas. Y lo muestran las abadías de Rueda, Aragón, con su torre mudéjar del siglo XIV; la abadía de Alcobaça, Portugal, donde campean el románico, el gótico y el plateresco; Poblet, España, con un fantástico retablo de alabastro; o, Royamount, fundada por San Luis de Francia (25 de agosto) y cuyas ruinas dejan entrever su fastuosidad y altivez góticas. Aunque hoy Císter haya retomado aquellos orígenes de austeridad y sencillez, los amantes del arte finalmente agradecemos, por el aporte que supuso a los estilos gótico y barroco, donde Císter incursionó ampliamente, a costa de sacrificar su ideal de sencillez.
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(1) Esta idea la recogerá el Carmelo Descalzo, propagando la clásica espadaña, simple o triple en sus monasterios.
(2) Esta visión de las imágenes, que puede parecer brusca, e incluso con ecos protestantes, halla eco en otros místicos, tal vez no de manera tan drástica, pero sí que se palpa. Los santos, mientras más adentrados en Dios y la vida mística, menos necesitan de las mediaciones visuales que tal vez un día le sirvieron para acercarse a Dios. Tampoco nos descubren nada nuevo: para la Iglesia, la imagen es medio, no fin en si mismo, pues eso sería idolatría. Por eso no es de extrañar que, mientras menos fe y vida interior, más imágenes, reliquias, devociones y cosas exteriores se necesitan. Y lo dice uno a quien le gustan las imágenes, pero que no le sirven para orar, sin ser místico ni nada, sino un simple cristiano.