jueves, 2 de agosto de 2018

Por Cristo y su Iglesia, cualquier sufrimiento.

San Eusebio de Vercelli, obispo. 2 de agosto, 15 y 16 de diciembre.

Eusebio, uno de los prelados más ilustres de su siglo y cuyo ejemplo de apego a la verdadera fe aún es actual. Nació en Cerdeña a finales del siglo III, y su padre fue llevado a Roma como prisionero en 310 durante las persecuciones, muriendo en el camino a causa de los trabajos. La madre se mudó a Roma, llevando consigo al pequeño, quien se dice fue bautizado por el papa San Eusebio (17 de agosto) y ordenado lector tal vez por este mismo papa. Luego fue presbítero en Vercelli, así que su actividad eclesial comenzó ya imperando la paz de San Constantino (21 de mayo), aunque no viviría en paz precisamente, pues su tiempo sería el de la defensa de la fe frente a la herejía.

En 325 el importantísimo Concilio de Nicea estableció el Credo de la Iglesia, condenó la herejía arriana, según la cual Cristo no era Hijo de Dios por consubstancialidad, sino por adopción, siendo su más perfecta criatura, divinizada, pero no Dios. Aun así el arrianismo siguió su andadura y se hizo más fuerte, llegando a triunfar en el Sínodo de Arlés de 353. Hay que decir que su auge se debió en gran parte por la decisión imperial de Constancio de adoptar esta herejía, y no la recta fe, como norma para el Imperio. Quien más padeció por esta causa fue el gran San Atanasio (2 de mayo), quien padeció destierro varias veces.

En este ínterin Eusebio fue nombrado obispo de Vercelli, siendo el primer obispo de la sede y consagrado el 15 de diciembre de 340. Fue el primer obispo de Occidente que unió la vida monástica con la clerical, haciendo que el clero adoptara las reglas y estilos de oración de los monjes del desierto, un ejemplo que luego seguiría San Agustín (28 de agosto; 24 de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental). Él mismo Eusebio viviría como monje, según cuenta San Ambrosio de Milán (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración episcopal). Lamentablemente es una faceta obviada en su labor pastoral a causa de lo agitado del momento que le tocó vivir, pero daría para mucho estudio el como la vida monástica del desierto influyó en la Iglesia urbanita.

Volviendo al tema del arrianismo: Constancio convocó un concilio en Aquileya, en 354. Propuso a los conciliares un decreto de condena contra Atanasio, que acataron todos los obispos y legados de papa. Todos menos San Paulino de Tréveris (31 de agosto), amigo personal de Atanasio, quien fue desterrado de su sede. El papa Liberio convocó un nuevo concilio en Milán, en 355. Eusebio, al parecer, había pensado no asistir al concilio, pero los prelados le enviaron una carta en la que solicitaban su presencia como garante de la unidad, y, al mismo tiempo, contenía la amenaza velada de ser juzgado. También le escribió el emperador, intentando ganarle para su causa, pero Eusebio no se dejó vencer. Finalmente Eusebio fue a Milán, pero durante diez días se le negó la entrada a las sesiones del concilio, siendo admitido sólo cuando los obispos arrianos pensaron que le tenían ganado para su causa. En el concilio Constancio obligó a los obispos a condenar a Atanasio, a quien se catalogó como hereje y sacrílego.

Eusebio declaró que solo firmaría aquello si los prelados antes firmaban una adhesión al Credo de Nicea. Por supuesto, fue una jugada maestra, pues ello dejó claro que todo el partido que condenaba a Atanasio era arriano y, por tanto, hereje y no podía juzgar a Atanasio. La cosa se puso fea, hubo un motín que llegó hasta el palacio imperial, donde Constancio tomó la palabra y dijo "Yo soy el acusador de Atanasio", dando a entender que estaba por encima de la misma Iglesia para juzgar asuntos de fe. Eusebio y Lucifer protestaron valientemente, defendiendo a Atanasio y recordando que no podía ser juzgado sin poder defenderse. Constancio remitió al juicio de los obispos, pero Eusebio le recordó que eran herejes y no estaban legitimados para juzgar. "Eso va contra el gobierno de la Iglesia", fueron sus palabras. "Mi voluntad es la regla", replicó dijo Constancio, dejando claras su obcecación.

Eusebio es desterrado.
Una vez más Eusebio, junto a San Lucifer de Cagliari (20 de mayo) y San Dionisio de Milán (25 de mayo), declaró al monarca que el imperio no le pertenecía a él sino a Dios, quien podía privarlo de él cuando Él quisiera. Le instaron que no corrompiera la disciplina de la Iglesia introduciendo el elemento de la fuerza secular en sus decisiones. Entonces Constancio desenvainó su espada sobre los audaces prelados, un gesto simbólico que significaba la pena de muerte, aunque era eso, simbólico, pues en el mismo momento la conmutó por el destierro. Si que sufrió un castigo más severo el diácono Hilario, legado del papa Liberio, quien fue azotado en público. Finalmente, todos los obispos acataron la orden imperial, menos San Osio de Córdoba (27 de agosto), San Exuperancio de Tortona (29 de mayo), San Máximo de Nápoles (11 de junio), nuestro Eusebio, Lucifer y Dionisio, y los tres fueron igualmente desterrados. El papa Liberio se negó a aquella injusticia, por lo que también fue perseguido y castigado con el destierro. Y al año siguiente lo padecieron también San Hilario de Poitiers (13 de enero) y San Rodanio de Tolosa (10 de abril).

Eusebio fue enviado a Escitópolis, donde el obispo era Patrofilo, un viejo defensor del arrianismo, quien lo vigilaba constantemente. Allí Eusebio fue bien tratado por algunos monjes y diáconos orientales, quienes le mantenían en comunicación con su iglesia de Vercelli. Esto enfureció a Patrofilo, quien mandó le metieran en una cárcel inmunda, dejándole cuatro días sin comer ni beber, luego le envió a casa de un presbítero arriano, donde estaba encerrado con otros sacerdotes y diáconos sospechosos de no ser arrianos, como era obligatorio. Sin embargo, al tiempo tuvo cierta libertad y visitó los Santos Lugares, siendo hospedado por San José (22 de julio), un judío convertido a la fe cristiana y encomendado por Constantino para la edificación de iglesias en Palestina. Allí Eusebio fue visitado y ayudado por San Epifanio (12 de mayo). De allí Eusebio fue llevado a Capadocia y luego a la Tebaida, al desierto, donde vivió como monje y conoció personalmente a Atanasio, quien también padecía uno de sus muchos destierros. ¡Cuánta alegría debió sentir el santo viejo Atanasio al conocer a su mayor valedor!

En 360 murió Constancio y Juliano subió al trono. Opuesto a las políticas del anterior emperador, decretó que todos los obispos católicos perseguidos y depuestos volvieran a sus sedes. Atanasio entró triunfalmente en Alejandría en 361. Pronto puso manos a la obra: confirmó la fe católica según el Credo de Nicea, convocó una reunión de obispos que habían padecido destierro, y por tanto fieles a la Verdad. Esto no significa que Juliano fuera católico, pues ya sabemos que pretendió volver al paganismo primitivo, y es llamado "El Apóstata", aunque primeramente quiso poner paz en el imperio mediante una política de poner paz en la Iglesia. Así, desterrados los arrianos, Eusebio emprendió el regreso a Vercelli en 362. Aunque primero estuvo en el concilio de Alejandría donde se trató el tema del cisma de Antioquía, causado por una nueva doctrina sobre la Encarnación del Hijo de Dios. San Melecio (12 de febrero), legítimo patriarca, había sido acusado de sabelianismo, una herejía que erraba en su exposición de la fe trinitaria, y desterrado a Melitine. Eusebio zanjó la cuestión afirmando por escrito que "el Hijo de Dios asumió toda nuestra naturaleza, excepto el pecado". 

La cosa podría haberse solucionado, pero se agravó más cuando San Lucifer ordenó obispo a Paulino, el jefe de los eustacianos (partido enfrentado a Melecio), que comenzó a llamarse Patriarca de Antioquía. Para colmo, el emperador Juliano consumó su apostasía y comenzó su persecución a la Iglesia. De los cristianos que padecieron estaban los mártires Santos Bonoso y Maximiano (21 de julio), a quien Melecio acompañó hasta el lugar del martirio. Para no extenderme más en este tema podéis leer este artículoEusebio se lo recriminó públicamente a Lucifer, a pesar de la amistad y los sacrificios en aras de la verdadera fe que les unían. San Lucifer reaccionó mal, enemistándose con Eusebio, rompiendo la comunión con la Iglesia de Alejandría y con todos los que buscaban la paz de la Iglesia. Esta enemistad posteriormente desembocaría en una secta entre el donatismo y el novacianismo, pero no corresponde extenderse sobre ella aquí, sino que ya lo haré cuando escriba de la vida de San Lucifer. 

Las resoluciones del Concilio de Alejandría fueron adoptadas por la gran mayoría de las iglesias, algunas de las cuales visitó Eusebio en persona antes de regresar a Vercelli, para predicar, ejercer diplomacia y abogar por la unidad de toda la Iglesia para poder hacer frente a los desmanes imperiales. En esto tuvo el incondicional y valioso apoyo de San Hilario de Poitiers, un prestigioso prelado al que todos obedecían.

En 364 el nuevo emperador, Valentiniano, llegó a Milán para entrevistarse con Eusebio e Hilario a causa de la condena de estos sobre Auxencio, el obispo, sospechoso de arrianismo. Valentiniano profesaba la recta fe católica, pero ante todo profesaba la "fe" en la estabilidad política, así que cuando Hilario y Eusebio denunciaron sus sospechas sobre que Auxencio no era sincero en su proclamación de fe ortodoxa, este les acusó de ser buscadores de problemas y emperador ordenó a ambos santos abandonar Milán.

Sobre la vuelta de Eusebio a Vercelli solo tenemos el testimonio de San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias), quien dice: "A la vuelta de Eusebio, toda Italia secó sus lágrimas". Una tradición dice que Nuestra Señora de Oropa, una bella y milagrosa imagen de la Madre de Dios fue llevada allí por Eusebio, quien la había traído consigo desde Palestina y la depositó en su primer santuario. Esto es muy probable, pues la devoción mariana en Oriente ya era fuerte en esta época.

Y en este punto, cuando Eusebio quedó en paz para dirigir su sede, perdemos la pista de "vita´". Cuando ya no fue necesario, aparentemente, para la vida de la Iglesia, el silencio cubrió su existir. Ciertamente falleció antes de 374, año en el que se menciona por primera vez en el canon de los santos. Fue sepultado en la basílica-catedral, dedicada luego a San Teonesto (30 de octubre). En ocasiones a Eusebio se le llama mártir, y ciertamente lo fue por todos sus padecimientos a causa de la verdadera fe católica. Hay una leyenda de que murió apedreado por los arrianos, pero no es nada fiable.

Su memoria litúrgica en origen era a 1 de agosto, día de su muerte o entierro, tal vez, pues no consta. El Martirologio Romano posteriormente lo recogía a 15 ó 16 de agosto. Benedicto XIII fijó su memoria a 15 de diciembre, aniversario de su ordenación episcopal. La reforma del calendario de 1979 la fijaron a 2 de agosto hasta hoy.


Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1914.
-"Dos Mil años de Santos". Tomo II, Agosto-Diciembre. FRANCISCO PEREZ GONZALEZ. Ediciones Palabra, 2001.
-www.eltestigofiel.org


A 2 de agosto además se celebra a:


Beata Juana de Aza,
viuda.
San Esteban I,
papa y mártir.
Santa Etheldrith,
virgen y eremita.






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