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martes, 6 de abril de 2021

Se preocupó por la ortodoxia de la fe.

San Celestino I, papa. 6 de abril y 27 de julio.

Era natural de Campania. De su vida anterior al papado se sabe poco, pero se supone haya sido un presbítero lo suficientemente conocido para que en el año 422, fuera elegido Papa como sucesor de San Bonifacio I (25 de octubre). Vivió en época de expansión de varias herejías, como la de Pelagio, y la peor de todas, la de Nestorio, patriarca de Constantinopla. Fue Celestino ferviente defensor de San Agustín (24 de abril y 28 de agosto), medió entre Nestorio y San Cirilo de Alejandría (27 de junio), condenando finalmente la herejía del primero en el concilio de Éfeso "con lágrimas en los ojos y el corazón contrito", al ver como Nestorio se excluía a si mismo de la fe católica.

No le fue fácil a Celestino el papado, y no por causas ajenas a la Iglesia, sino internas. Divisiones, distensiones y falta de autoridad, habían creado un clima de relajación en la Iglesia. Obispos que se tomaban libertades litúrgicas y pastorales, clérigos que se enriquecían sin escrúpulos, abandono del ardor apostólico. Preocupado por esta situación de la Iglesia, organizó misiones y envió prelados a diversos sitios, para que metieran en cintura a las iglesias locales. En 430 acogió a San Bricio de Tours (13 de noviembre), cuando este fue calumniado en su sede y ese mismo año ordenó obispo a San Petronio de Bolonia (4 de octubre). En 431 envió a San Germán de Auxerre (31 de julio) a Inglaterra y a San Paladio (7 de julio) a Escocia. En 432 envió a San Patricio (17 de marzo) a Irlanda a predicar el evangelio.

Murió a 27 de julio de 432, luego de una vida santa y preocupada por la ortodoxia de la fe y la santidad de la Iglesia. Fue sepultado en el cementerio de San Silvestre, Roma. Le sucedió San Sixto III (28 de marzo).


Otros santos papas son:

San Esteban I. 2 y 30 de agosto.
San Telesforo. 5 y 30 de enero (carmelitas), y 22 de febrero.
San Dionisio. 19 de enero (carmelitas) y 26 de diciembre.
San Celestino V. 19 de mayo.
San Cleto. 26 de abril.
San Ceferino. 26 de agosto.
San Inocencio I. 28 de julio.

San Sergio I. 8 y 9 de septiembre.
San Melquíades. 10 de diciembre.
San Agapito I. 22 de abril y 20 de septiembre, la traslación.
San Lino. 23 de septiembre.
San Urbano I. 25 de mayo.
San Silvestre I. 31 de diciembre.
San Eugenio I. 2 de junio.
San Hormisdas. 6 de agosto.
Beato Gregorio X. 10 de enero.
San Julio I. 12 de julio.
San Zacarías. 3, 15 y 22 de marzo.
San Marcos. 7 de octubre.
  
San Calixto I. 14 de octubre.    
San Gregorio III. 28 de noviembre.
San Gelasio I. 21 de noviembre.

San Lucio I. 4 de marzo.
San León IX. 19 de abril.
San Aniceto. 17 de abril.
San Alejandro I. 3 de mayo.
San Gregorio VII. 25 de mayo.

San Agatón. 10 de enero.
Beato Benedicto XII. 25 de abril.


A 6 de abril además se celebra a






 

jueves, 2 de agosto de 2018

Por Cristo y su Iglesia, cualquier sufrimiento.

San Eusebio de Vercelli, obispo. 2 de agosto, 15 y 16 de diciembre.

Eusebio, uno de los prelados más ilustres de su siglo y cuyo ejemplo de apego a la verdadera fe aún es actual. Nació en Cerdeña a finales del siglo III, y su padre fue llevado a Roma como prisionero en 310 durante las persecuciones, muriendo en el camino a causa de los trabajos. La madre se mudó a Roma, llevando consigo al pequeño, quien se dice fue bautizado por el papa San Eusebio (17 de agosto) y ordenado lector tal vez por este mismo papa. Luego fue presbítero en Vercelli, así que su actividad eclesial comenzó ya imperando la paz de San Constantino (21 de mayo), aunque no viviría en paz precisamente, pues su tiempo sería el de la defensa de la fe frente a la herejía.

En 325 el importantísimo Concilio de Nicea estableció el Credo de la Iglesia, condenó la herejía arriana, según la cual Cristo no era Hijo de Dios por consubstancialidad, sino por adopción, siendo su más perfecta criatura, divinizada, pero no Dios. Aun así el arrianismo siguió su andadura y se hizo más fuerte, llegando a triunfar en el Sínodo de Arlés de 353. Hay que decir que su auge se debió en gran parte por la decisión imperial de Constancio de adoptar esta herejía, y no la recta fe, como norma para el Imperio. Quien más padeció por esta causa fue el gran San Atanasio (2 de mayo), quien padeció destierro varias veces.

En este ínterin Eusebio fue nombrado obispo de Vercelli, siendo el primer obispo de la sede y consagrado el 15 de diciembre de 340. Fue el primer obispo de Occidente que unió la vida monástica con la clerical, haciendo que el clero adoptara las reglas y estilos de oración de los monjes del desierto, un ejemplo que luego seguiría San Agustín (28 de agosto; 24 de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental). Él mismo Eusebio viviría como monje, según cuenta San Ambrosio de Milán (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración episcopal). Lamentablemente es una faceta obviada en su labor pastoral a causa de lo agitado del momento que le tocó vivir, pero daría para mucho estudio el como la vida monástica del desierto influyó en la Iglesia urbanita.

Volviendo al tema del arrianismo: Constancio convocó un concilio en Aquileya, en 354. Propuso a los conciliares un decreto de condena contra Atanasio, que acataron todos los obispos y legados de papa. Todos menos San Paulino de Tréveris (31 de agosto), amigo personal de Atanasio, quien fue desterrado de su sede. El papa Liberio convocó un nuevo concilio en Milán, en 355. Eusebio, al parecer, había pensado no asistir al concilio, pero los prelados le enviaron una carta en la que solicitaban su presencia como garante de la unidad, y, al mismo tiempo, contenía la amenaza velada de ser juzgado. También le escribió el emperador, intentando ganarle para su causa, pero Eusebio no se dejó vencer. Finalmente Eusebio fue a Milán, pero durante diez días se le negó la entrada a las sesiones del concilio, siendo admitido sólo cuando los obispos arrianos pensaron que le tenían ganado para su causa. En el concilio Constancio obligó a los obispos a condenar a Atanasio, a quien se catalogó como hereje y sacrílego.

Eusebio declaró que solo firmaría aquello si los prelados antes firmaban una adhesión al Credo de Nicea. Por supuesto, fue una jugada maestra, pues ello dejó claro que todo el partido que condenaba a Atanasio era arriano y, por tanto, hereje y no podía juzgar a Atanasio. La cosa se puso fea, hubo un motín que llegó hasta el palacio imperial, donde Constancio tomó la palabra y dijo "Yo soy el acusador de Atanasio", dando a entender que estaba por encima de la misma Iglesia para juzgar asuntos de fe. Eusebio y Lucifer protestaron valientemente, defendiendo a Atanasio y recordando que no podía ser juzgado sin poder defenderse. Constancio remitió al juicio de los obispos, pero Eusebio le recordó que eran herejes y no estaban legitimados para juzgar. "Eso va contra el gobierno de la Iglesia", fueron sus palabras. "Mi voluntad es la regla", replicó dijo Constancio, dejando claras su obcecación.

Eusebio es desterrado.
Una vez más Eusebio, junto a San Lucifer de Cagliari (20 de mayo) y San Dionisio de Milán (25 de mayo), declaró al monarca que el imperio no le pertenecía a él sino a Dios, quien podía privarlo de él cuando Él quisiera. Le instaron que no corrompiera la disciplina de la Iglesia introduciendo el elemento de la fuerza secular en sus decisiones. Entonces Constancio desenvainó su espada sobre los audaces prelados, un gesto simbólico que significaba la pena de muerte, aunque era eso, simbólico, pues en el mismo momento la conmutó por el destierro. Si que sufrió un castigo más severo el diácono Hilario, legado del papa Liberio, quien fue azotado en público. Finalmente, todos los obispos acataron la orden imperial, menos San Osio de Córdoba (27 de agosto), San Exuperancio de Tortona (29 de mayo), San Máximo de Nápoles (11 de junio), nuestro Eusebio, Lucifer y Dionisio, y los tres fueron igualmente desterrados. El papa Liberio se negó a aquella injusticia, por lo que también fue perseguido y castigado con el destierro. Y al año siguiente lo padecieron también San Hilario de Poitiers (13 de enero) y San Rodanio de Tolosa (10 de abril).

Eusebio fue enviado a Escitópolis, donde el obispo era Patrofilo, un viejo defensor del arrianismo, quien lo vigilaba constantemente. Allí Eusebio fue bien tratado por algunos monjes y diáconos orientales, quienes le mantenían en comunicación con su iglesia de Vercelli. Esto enfureció a Patrofilo, quien mandó le metieran en una cárcel inmunda, dejándole cuatro días sin comer ni beber, luego le envió a casa de un presbítero arriano, donde estaba encerrado con otros sacerdotes y diáconos sospechosos de no ser arrianos, como era obligatorio. Sin embargo, al tiempo tuvo cierta libertad y visitó los Santos Lugares, siendo hospedado por San José (22 de julio), un judío convertido a la fe cristiana y encomendado por Constantino para la edificación de iglesias en Palestina. Allí Eusebio fue visitado y ayudado por San Epifanio (12 de mayo). De allí Eusebio fue llevado a Capadocia y luego a la Tebaida, al desierto, donde vivió como monje y conoció personalmente a Atanasio, quien también padecía uno de sus muchos destierros. ¡Cuánta alegría debió sentir el santo viejo Atanasio al conocer a su mayor valedor!

En 360 murió Constancio y Juliano subió al trono. Opuesto a las políticas del anterior emperador, decretó que todos los obispos católicos perseguidos y depuestos volvieran a sus sedes. Atanasio entró triunfalmente en Alejandría en 361. Pronto puso manos a la obra: confirmó la fe católica según el Credo de Nicea, convocó una reunión de obispos que habían padecido destierro, y por tanto fieles a la Verdad. Esto no significa que Juliano fuera católico, pues ya sabemos que pretendió volver al paganismo primitivo, y es llamado "El Apóstata", aunque primeramente quiso poner paz en el imperio mediante una política de poner paz en la Iglesia. Así, desterrados los arrianos, Eusebio emprendió el regreso a Vercelli en 362. Aunque primero estuvo en el concilio de Alejandría donde se trató el tema del cisma de Antioquía, causado por una nueva doctrina sobre la Encarnación del Hijo de Dios. San Melecio (12 de febrero), legítimo patriarca, había sido acusado de sabelianismo, una herejía que erraba en su exposición de la fe trinitaria, y desterrado a Melitine. Eusebio zanjó la cuestión afirmando por escrito que "el Hijo de Dios asumió toda nuestra naturaleza, excepto el pecado". 

La cosa podría haberse solucionado, pero se agravó más cuando San Lucifer ordenó obispo a Paulino, el jefe de los eustacianos (partido enfrentado a Melecio), que comenzó a llamarse Patriarca de Antioquía. Para colmo, el emperador Juliano consumó su apostasía y comenzó su persecución a la Iglesia. De los cristianos que padecieron estaban los mártires Santos Bonoso y Maximiano (21 de julio), a quien Melecio acompañó hasta el lugar del martirio. Para no extenderme más en este tema podéis leer este artículoEusebio se lo recriminó públicamente a Lucifer, a pesar de la amistad y los sacrificios en aras de la verdadera fe que les unían. San Lucifer reaccionó mal, enemistándose con Eusebio, rompiendo la comunión con la Iglesia de Alejandría y con todos los que buscaban la paz de la Iglesia. Esta enemistad posteriormente desembocaría en una secta entre el donatismo y el novacianismo, pero no corresponde extenderse sobre ella aquí, sino que ya lo haré cuando escriba de la vida de San Lucifer. 

Las resoluciones del Concilio de Alejandría fueron adoptadas por la gran mayoría de las iglesias, algunas de las cuales visitó Eusebio en persona antes de regresar a Vercelli, para predicar, ejercer diplomacia y abogar por la unidad de toda la Iglesia para poder hacer frente a los desmanes imperiales. En esto tuvo el incondicional y valioso apoyo de San Hilario de Poitiers, un prestigioso prelado al que todos obedecían.

En 364 el nuevo emperador, Valentiniano, llegó a Milán para entrevistarse con Eusebio e Hilario a causa de la condena de estos sobre Auxencio, el obispo, sospechoso de arrianismo. Valentiniano profesaba la recta fe católica, pero ante todo profesaba la "fe" en la estabilidad política, así que cuando Hilario y Eusebio denunciaron sus sospechas sobre que Auxencio no era sincero en su proclamación de fe ortodoxa, este les acusó de ser buscadores de problemas y emperador ordenó a ambos santos abandonar Milán.

Sobre la vuelta de Eusebio a Vercelli solo tenemos el testimonio de San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias), quien dice: "A la vuelta de Eusebio, toda Italia secó sus lágrimas". Una tradición dice que Nuestra Señora de Oropa, una bella y milagrosa imagen de la Madre de Dios fue llevada allí por Eusebio, quien la había traído consigo desde Palestina y la depositó en su primer santuario. Esto es muy probable, pues la devoción mariana en Oriente ya era fuerte en esta época.

Y en este punto, cuando Eusebio quedó en paz para dirigir su sede, perdemos la pista de "vita´". Cuando ya no fue necesario, aparentemente, para la vida de la Iglesia, el silencio cubrió su existir. Ciertamente falleció antes de 374, año en el que se menciona por primera vez en el canon de los santos. Fue sepultado en la basílica-catedral, dedicada luego a San Teonesto (30 de octubre). En ocasiones a Eusebio se le llama mártir, y ciertamente lo fue por todos sus padecimientos a causa de la verdadera fe católica. Hay una leyenda de que murió apedreado por los arrianos, pero no es nada fiable.

Su memoria litúrgica en origen era a 1 de agosto, día de su muerte o entierro, tal vez, pues no consta. El Martirologio Romano posteriormente lo recogía a 15 ó 16 de agosto. Benedicto XIII fijó su memoria a 15 de diciembre, aniversario de su ordenación episcopal. La reforma del calendario de 1979 la fijaron a 2 de agosto hasta hoy.


Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1914.
-"Dos Mil años de Santos". Tomo II, Agosto-Diciembre. FRANCISCO PEREZ GONZALEZ. Ediciones Palabra, 2001.
-www.eltestigofiel.org


A 2 de agosto además se celebra a:


Beata Juana de Aza,
viuda.
San Esteban I,
papa y mártir.
Santa Etheldrith,
virgen y eremita.






jueves, 30 de noviembre de 2017

De Santos Reyes (XIX): San Wachtang I de Georgia.

San Wachtang "Gorgassali" I de Georgia, rey. 30 de noviembre.

Nació sobre 430, y de su infancia se desconoce todo. Comenzó a reinar en 452, heredando de su padre las pugnas con los persas, quienes le llamaban "gorgassar", o sea, "cabeza de lobo", pues tenía un porte imponente y una cabeza muy marcada, de nariz afilada y mirada profunda. Como un lobo, vamos.

Su reinado se caracterizó por impulsar la unión de la Iglesia Georgiana con la Iglesia de Constantinopla, como medio de afianzar su cercanía al Imperio Bizantino, sobre todo después de la caída del Imperio Romano de Occidente. Esta alianza político-religiosa era fundamental en su guerra contra Persia y en orden a consolidar la unidad del país. Reorganizó la Iglesia de Georgia en más diócesis, logrando que los obispos al frente de estas fueran cultos, piadosos, de recta fe católica, patriotas, y que tuvieran buenas relaciones con los obispos griegos. Fue el fundador de Tbilisi, ciudad a la que pretendía cambiar la capital del reino y la sede de la Iglesia, pero no llegó a hacerlo, pues murió en 502, a causa de las múltiples heridas recibidas en la batalla de Ujarma.

La Iglesia de Georgia le venera como uno de sus más eximios monarcas santos.


Fuente:
-https://www.heiligenlexikon.de

A 30 de noviembre además se celebra a
San Tugdual de Bretaña, obispo.
San José Marchand, presbítero y mártir.
San Andrés, Apóstol.

jueves, 12 de enero de 2017

Santos Mártires de las falsas acusaciones.

Santos Tigrio, presbítero, y Eutropio, lector; mártires. 12 de enero y 16 de junio (Iglesias griegas).

Todos los martirologios recogen su memoria. La principal fuente sobre su vida y martirio es Sozomeno en sus adiciones a la "Historia Eclesiástica", libro VIII, 22 y 23. También San Juan Crisóstomo (27 de enero, traslación de las reliquias a Constantinopla; 30 de enero, Synaxis de los Tres patriarcas: Juan, Gregorio y Basilio; 13 de septiembre, muerte; 13 de noviembre, Iglesia oriental; 15 de diciembre consagración episcopal) hace mención del ejemplo del presbítero Tigrio en una carta a Santa Olimpia (17 de diciembre). Y es que fue precisamente a partir de la defensa de la fe católica por parte del Crisóstomo cuando estos santos hallaron la gloria del martirio:

En 404 la emperatriz Eudoxia colocó una estatua suya en la basílica de Santa Sofía de Constantinopla, cosa que el Crisóstomo denunció por prestarse a la antigua idolatría que reclamaban los emperadores para sí. Esto, junto a las maquinaciones de San Teófilo de Alejandría (15 de mayo, Iglesia Copta), lograron que el santo obispo fuera depuesto de su sede, poniendo en su lugar al obispo Arsacio. Juan permaneció en la ciudad, aunque sin pretender tomar su sede. La mayoría del clero y del pueblo protestó contra aquel atropello negándose a reconocer al nuevo obispo, por lo que fueron expulsados de las iglesias, a las que solo permitían entrar a los que renegaran de Juan. Dos meses duró esto, hasta el emperador Arcadio le desterró oficialmente, pensando que así se calmarían los que le defendían.

Esa misma noche se incendió fortuitamente una iglesia de la ciudad, llegando las llamas al senado, que igualmente ardió. Los detractores del Crisóstomo difundieron la calumnia de que los "joanitas" habían incendiado la iglesia y el senado, como protesta. Ambos bandos se acusaron mutuamente, pues los partidarios de Juan no dudaron en decir que los contrarios a este habían incendiado la iglesia para culparles a ellos. Y se desató la insurrección popular. Optato, prefecto de Constantinopla, aprovechó la ocasión para quitarse de en medio a cristianos de valor, a los que detestaba (era pagano aún), quejándose al emperador de los partidarios del obispo Juan. Denunció que estos se reunían en iglesias aparte, celebrando la liturgia en casas o iglesias que tenían en su poder, negándose a orar con los otros, ni a aceptar al nuevo obispo, habiendo peligro de cisma. Arcadio que mandó a los soldados que encerraran a los más destacados defensores del Crisóstomo. Los soldados hicieron lo mandado, y más aún, pues con golpes y heridas, reunieron a algunos miembros del clero y seglares. Entre ellos, cuenta Sozomeno estaban nuestros Santos Tigrio, que era presbítero, y el lector Eutropio. Fueron los sayones capaces de desnudar a las mujeres, para burlarse de ellas y humillarlas. Esto no logró el miedo entre los partidarios de San Juan Crisóstomo, sino que los hizo más fuertes.

Optato, mientras decía querer esclarecer la verdad, se regocijaba en público de la desunión de los cristianos y mostraba alegría por la destrucción de la iglesia. Mandó a llamar a Eutropio, al que pretendía obligar a decir los nombres de los que habían quemado la iglesia. Este, que era inocente, ni sabía nada del incendio, solo callaba. Por ello fue desgarrado en los costados y cortadas sus mejillas. A la par, nos dice una versión de los herejes novacianos, que Sisinio, el obispo de los novacianos (herejes que, entre otras cosas, negaban la absolución de los cristianos "lapsi" y su vuelta a la comunión de la Iglesia) de Constantinopla tuvo una visión acerca de un hombre bello y enorme que aparecía sobre la iglesia de San Esteban de Constantinopla, que era la "catedral" de estos herejes. Este hombre misterioso le dijo que solo había un hombre bueno y santo en la ciudad, llamado Eutropio, y desapareció. Entonces Sisino dedujo que solo podía ser el lector Eutropio. Le buscó, supo de su prisión y martirio, y mandó un sacerdote novaciano a que le conociera y le pidiera oraciones por él, cosa que prometió hacer el santo. A los pocos días le apalearon con varas de hierro después y fue arrojado a la cárcel. Allí murió y los soldados tomaron su cuerpo para arrojarlo a los perros, pero unos católicos lo recuperaron y lo sepultaron en secreto. Al momento de enterrarlo, se oyó cantar a los ángeles, dirá su oficio litúrgico.

Por su parte, el presbítero Tigrio había sido esclavo de un noble que, viendo su piedad y laboriosidad, le dio la libertad. Ordenado presbítero, era conocido por su extrema caridad con los pobres. Cuando fue apresado, fue desnudado y flagelado en público al decir que no sabía nada del incendio, como era la verdad. Luego le estiraron de manos y pies en el potro. Así, descoyuntado, le enviaron a Mesopotamia, donde murió en la cárcel.

Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Volumen I. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.

A 12 de anero además se celebra a  
San Martín de León, presbítero.
San Arcadio, mártir.

lunes, 2 de enero de 2017

Isidoro, era de un sitio y le llevaron a otro.

San Isidoro de Zaragoza, obispo y mártir. 2 de enero.

Nació Isidoro en Sevilla, de padres ilustres, en el siglo V. Desde niño se inclinó por el estudio de las ciencias y la medicina, siendo uno de los más importantes sabios de su tiempo. Eso según su leyenda, que intenta de alguna manera compararle con el gran San Isidoro (4 y 26 de abril). También nos cuenta su leyenda que fue elegido por el clero y el pueblo como obispo de Zaragoza, para sustituir a Valerio III. El problema está en que nunca hubo un Valerio III, ni un Isidoro como obispo de dicha sede.

Pero sigamos con la leyenda, según esta, Isidoro fue obispo vigilantísimo de su rebaño. Fue solícito con el culto, la reforma de costumbres y la disciplina eclesiástica. Por ello fue uno de los prelados que apoyó a Ascanio, arzobispo de la primada Tarragona contra el obispo Silvano de Calahorra, que ordenó obispos y creó una diócesis sin el permiso del papa San Hilario (29 de febrero). Ascanio escribió al papa, ciertamente, pero en este asunto no aparece ningún Isidoro. Se nos cuenta también que Isidoro el arrianismo había penetrado Galicia por los suevos y su rey Ramismundo, y allá fue a defender la fe católica en la capital de Ourense, llamada antiguamente Anfiloquia (este es detalle importante). Allí predicó, convirtiendo a muchos arrianos, explicándoles la verdad de fe que es la Santísima Trinidad. Pero, sin embargo, aunque muchos herejes se convertían, los principales se veían vencidos y por ello planearon la muerte del santo. Así que la noche del 2 de enero de 466 le prendieron y degollándole, le arrojaron al río Miño. De allí le sacaron los católicos y le sepultaron a la orilla del mismo río. En 504 le desenterraron y lo llevaron a Ibiza, donde se veneran sus reliquias.

En realidad, en el origen de todo hay un error de escritura: Sí que consta un obispo mártir llamado Isidoro, pero en Antioquía de Siria. En algún momento "Antioquía" se transcribió como "Anfiloquia", lo que dio a pensar que la ciudad del martirio había sido la española y actual Ourense. De ahí a dar una “vita” semejante al gran Isidoro español no hubo más que un paso. Para colmo, en el siglo XVII, el "historiador" y gran falsificador de vitas de santos, el presbítero Tamayo Salazar la publicó y la hizo más conocida.


Fuente:
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año: Enero". R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1862.


A 2 de enero además se celebra a 
Santa Eufrosina, virgen carmelita
San Basilio de Ancyra, mártir.

lunes, 5 de diciembre de 2016

San Sabas, el Grandísimo.

San Sabas, Abad. 5 de diciembre.

Nació el santo en 439, en Mutalasca, Cesarea de Capadocia. Sus padres, Juan y Sofía eran nobles y virtuosos. Cuando Sabas tenía 5 años su padre, que era oficial del emperador Valentiniano III, hubo de ir a Alejandría a sofocar una revuelta, y su mujer le siguió. Dejaron al pequeño Sabas con Hezmias, su tío materno, el cual tenía una mujer insoportable y que hizo sufrir mucho al niño. Así pasaron tres años, hasta que Sabas escapó de casa de su tío y se fue a Escandes, donde vivía Gregorio, su tío paterno. Esto provocó una pelea entre las dos familias, no por cuidar del niño, sino por administrar sus bienes. Viéndose Sabas en medio de todo aquello, con solo 10 años comprendió la vanidad del mundo, sus lazos y ambiciones y se escapó al monasterio de Flaviano, cerca de su aldea natal. Aunque era pequeño, los monjes vieron en él un porte inocente y una sencillez que les hizo admitirle al monasterio y sin darle el hábito aún, accedieron a educarle. Pasó el tiempo y sus tíos se reconciliaron, y quisieron que saliera del monasterio. Pero Sabas quiso completar su educación, y además, cuando llegó a la juventud manifestó que quería dedicarse a la oración y la penitencia como monje.

A los 18 años Sabas pidió permiso a su abad para visitar los Santos Lugares. El abad, que sabía que aquello no venía de la vana curiosidad y confiaba en la integridad de Sabas, le permitió hacer el viaje. En 457 llegó a Jerusalén, donde vivió en el monasterio de San Pasarion, donde mucho le quisieron e intentaron que se quedara con ellos. Visitó a San Eutimio el Grande (20 de enero), donde este santo abad le tomó mucho cariño y le recomendó que visitara a San Teoctisto (4 de enero) en su monasterio y allá se fue Sabas. A Sabas le gustaba el recinto, pues era un monasterio donde cada monje vivía separado por completo, y solo se compartía la oración. Este era un monasterio donde se vivía la Regla con total observancia, el trabajo en silencio, la oración en común y en privado, la comida era frugalísima. Así que Sabas quiso vivir allí un tiempo, y todos encantados. Pronto fue el primero de todos en la observancia y en la caridad con los hermanos, sobre todo con los ancianos.

Allí vivió el santo durante casi 5 años, en esa paz que da el servicio divino cuando sucedió que le nombraron compañero de un monje en un viaje a Alejandría. En la ciudad encontró a sus padres, que le reconocieron a pesar de los años y lo macilento de su rostro, por la austeridad y penitencias. Su madre hizo todo lo posible para volverle al mundo, prometiéndole amor, bienes, honor y algún ventajoso matrimonio. Ruegos, lágrimas y amenazas… nada pudo doblegarle. Y aún dijo el santo a su padre: "Si las leyes de la guerra castigan con tanto rigor a los desertores, ¿qué castigo no ha de esperar de Dios el que abandonaba su servicio?". Con esta respuesta sus padres quedaron muy edificados y conscientes de que su hijo era un santo, se encomendaron a sus oraciones y le dejaron servir a Dios.

En 469 murió Teoctisto y Eutimio aconsejó a Sabas que se retirase a una soledad más estricta aún. Así que Sabas se alejó de los monjes y vivía en una cueva durante cinco días tejiendo cestos y orando. Solo dormía tres horas, para volver a la oración. El sábado llevaba sus cestos a los monjes, estaba con ellos por la tarde y el domingo oraban todos juntos. Cada año San Eutimio lo llevaba consigo al desierto de Ruban, donde se creía que Cristo había pasado sus cuarenta días de desierto. Partían el 14 de enero y allí estaban hasta el Domingo de Ramos, cuando volvían luego de pasar una austerísima cuaresma en ayuno casi total y penitencia extrema.
En unos años la relajación hizo presencia en el monasterio de San Teoctisto y Sabas, que ya tenía 35 años, se alejó de allí enseguida, yéndose al desierto, cerca del monasterio de San Gerásimo (4 y 20 de marzo, Iglesias Griegas), donde se retiró a una cueva. Allí le atacó el demonio sin piedad, tentándole, golpeándole, apareciéndose en formas horribles, haciendo ruidos para que no durmiese lo poco que lo hacía. Pero Sabas le vencía una y otra vez a fuerza de oración y penitencia. En 478 Sabas buscó aún una soledad mayor, y la halló entre las rocas del monte donde antes había vivido San Teodosio el Cenobiarca (11 de enero). Solo se elimentaba de las raíces que hallaba entre los riscos y bebía agua de una fuente que estaba a dos leguas. Se descolgaba diariamente por una cuerda que había trenzado iba a la fuente, bebía y volvía a su retiro. Un día unos transeúntes vieron la cuerda, subieron por ella y le hallaron en oración, y admirados de su penitencia, comenzaron a visitarle frecuentemente. Al poco tiempo ya eran cientos los que le pedían consejo, oraciones y escuchaban sus palabras santificantes.

Lauras de San Sabas.
Y comenzó a tener discípulos, a pesar de sus deseos de soledad, y cuando comprendió era voluntad divina fundase monasterio, consintió en levantar una capilla en medio de las cuevas, con un altar en ella para que los domingos un sacerdote subiera a cantarles misa. Porque entre ellos no había sacerdote alguno. Es que Sabas tenía un alto concepto del sacerdocio y por eso no se consideraba digno de serlo, y además, tampoco quería lo fuesen sus monjes, a los que quería como simples siervos de Cristo y no como presbíteros con cargos y dignidades. Algunos discípulos se quejaron ante San Salustio de Jerusalén (3 de marzo), el obispo, el cual les citó a todos para tomar cartas en el asunto. Los monjes díscolos pensaban que el obispo iba a destituir a Sabas como superior, pero el obispo lo que hizo fue ¡ordenar presbítero al santo!, juzgando, con razón, que en aquellas soledades, al menos un sacerdote debían tener. Y dijo a los monjes: "este es vuestro Superior: no han sido los hombres, sino Dios quien lo ha puesto en este oficio. Yo no he hecho otra cosa, que pres tar mis manos al Espíritu Santo para conferirle el Sacerdocio. Honradlo como a vuestro padre, y obedecedle como a vuestro Superior". Esto fue en 491.

Entre los que fueron sus discípulos más fieles estuvo San Juan Silenciario (13 de mayo), el cual fue guiado a las lauras de Sabas por una misteriosa luz. Sabas le recibió, pero antes de armitirle en el monasterio, le encomendó los trabajos más penosos, como tirar las inmundicias, servir a los enfermos y besarles las llagas, acarrear piedras y cubas de agua, lo que hacía Juan siempre sin quejarse. Fue Juan mayordomo o provisor del monasterio, y a los cuatro años de su llegada quiso Sabas ordenarle presbítero también. Pero el santo se negó rotundamente, pues él era nada menos que obispo de Culoaia, de donde había escapado. Dios reveló a Sabas el por qué no podía ser ordenado presbítero, pues ya lo era, y Sabas se postró a los pies de Juan llamándole padre y prometiéndole no revelar su secreto.

Tuvo el santo la dicha de ver a su madre unos años después, cuando esta, ya viuda y anciana, fue a visitarle a su monasterio. Murió en sus brazos la santa mujer y Sabas, con el dinero que su madre le había dejado, edificó una hospedería para los monjes de paso y un hospital a los pies del monte, para los peregrinos. Además, fundó otra laura para educar a los jóvenes que se preparaban para ser religiosos, la cual podría decirse fue la primera Casa Noviciado conocida. Como la fama de Sabas crecía entre los monjes, muchos querían aprender de él y muchos monasterios querían seguir su modo de vida, el obispo Elías de Jerusalén le nombró Exarca, o superior de todos anacoretas que habitaban los desiertos. Algunos no aceptaron aquella tutela, que no entraba en el gobierno interno de los monasterios, y promovieron litigios. Sabas entonces se retiró a un alejado desierto, donde tenía por techo únicamente una palmera. Allí esperaba no lo hallasen y no le volviesen a hablar de mandatos y prioratos, pero le hallaron y le devolvieron a su monasterio. Una segunda huida, y de nuevo al monasterio. Entonces, para acabar con los problemas, aceptó que los monjes y anacoretas rebeldes fundasen su propio monasterio, fuera de su exarquía, para lo cual él les proveyó de lugar y algunos bienes. Y todos en paz.

En estos años se desató la herejía nestoriana, por lo que Sabas estaba alerta permanentemente, no fuera que la herejía inficionase alguno de sus monasterios. Por esta razón visitaba frecuentemente los recintos bajo su exarquía. Y efectivamente, en algunos de esos viajes convirtió a algunos nestorianos o eutiquianos que hallaba por el camino. Y aunque amaba el retiro y detestaba los asuntos del mundo, hasta dos veces viajó a Constantinopla para enfrentarse al emperador Anastasio, que favorecía a los herejes y llegó a desterrar al obispo Elías de Jerusalén. Con solo su presencia redujo la necedad imperial, contuvo a los eutiquianos y animó a los católicos a permanecer firmes en la verdadera fe. 

Una tercera vez viajaría, esta vez a Cesarea de Palestina, para poner por obra en los monasterios y las iglesias los edictos del Concilio de Constantinopla, y eso a pesar de que tenía 80 años y estaba muy debilitado por las penitencias. Y aún en 529, con 90 años, viajó por tercera vez a Constantinopla a defender a los católicos de Palestina, que habían sido calumniados ante el emperador Justiniano. Este quedó satisfecho y se prendó de la santidad de Sabas, accediendo a su ruegos de edificar un hospital en Jerusalén, que reparase algunas iglesias y edificar una muralla alrededor de su laura, para que los eremitas estuvieran a salvo de forajidos. Una anécdota dice que, estando en una reunión con el emperador, tocaron a Tercia y Sabas se levantó sin más para ir a la oración. El monje que le acompañaba le preguntó discretamente si pensaba dejar al emperador plantado en medio de la audiencia. Y Sabas le respondió en voz alta: "lo que pienso es que es hora de Tercia, y que Dios me quiere más en otra parte que aquí". Y salió tranquilamente rumbo a la iglesia.

Reliquias de San Sabas en su monasterio.
De su vida monástica se cuentan muchas anécdotas que resaltan su amor a la Regla, a la caridad, su extrema obediencia, penitencia y ascetismo. Una narra que, habiendo un día tomado una manzana del huerto común, le dio tanta vergüenza haberlo hecho, que no solo no la comió, sino que jamás volvió a probar fruta alguna. Era sobrio en todo. Comer, dormir, hablar… todo su día era una oración constante, incluso cuando trabajaba, como enseñan las costumbres monásticas. Otra anécdota, con ese sabor de la sabiduría de los Padres, cuenta que yendo con un monje de camino, al pasar junto al río Jordán, vio venir a dos mujeres. Desde su Juventud Sabas jamás había mirado a mujer alguna al rostro, imponiéndose siempre la mortificación de mirar al suelo. Queriendo saber si su compañero igualmente cuidaba su pureza, le dijo: "Que pena de señorita esa. Tan joven y le falta un ojo". El monje replicó: "la he mirado al pasar y está perfecta, no le falta ojo alguno". Y Sabas le reprendió acerca de lo importante de cuidar la modestia para preservar la inocencia, y para que la ejercitase, le envió a un desierto solitario, para que se acostumbrara a ello. Sabido es que Dios le concedió al santo el don de milagros, pues más de una vez multiplicó el pan para los pobres y para los monjes. En una ocasión en que no tenían ni para celebrar misa, San Juan Silenciario, a la sazón ecónomo suyo, le advirtió que no podían celebrarla, y Sabas levantó los ojos al cielo y clamó al cielo. En ese instante una recua de treinta mulas llegaron al monasterio cargadas de pan.

Finalmente, en 531, con 92 años, Sabas supo por revelación que su fin estaba cercano. El patriarca de Jerusalén le llevó consigo, para cuidarle bien, pero una vez que obedeció, Sabas quiso regresar a su celdita, donde no tenía nada de distracción, y se dispuso a morir, o mejor dicho, a vivir para siempre. Subió al cielo el 5 de diciembre del mismo año, y se le sepultó en medio del monasterio, luego de sentidos funerales al que asistieron muchos obispos, presbíteros y fieles. Su cuerpo se venera en la iglesia principal de su laura. En el siglo XII los cruzados se trajeron algunas reliquias a Venecia, donde aún se veneran, y otras reliquias se veneran en la iglesia que el santo tiene dedicada en Roma.

Leer sobre sus hijos, los Santos monjes rtires de las lauras. Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.


A 5 de diciembre además se celebra a  
San Gerbold de Bayeux, obispo
Beato Bartolomé Fanti, presbítero carmelita.

martes, 29 de septiembre de 2015

San Ciriaco, eremita carmelita

San Ciriaco, el Venerable, eremita. 29 de septiembre.

La leyenda del Carmelo hace santo propio a este eremita, cuya memoria recogen casi todos los menologios orientales, siempre añadiendo una leyenda laudatoria. Según nos ha llegado, fue San Ciriaco hijo de un presbítero llamado Juan, y su madre se llamaba Eudoxia. Su tio, obispo de Corinto, viendo las prendas de sabiduría, piedad y sensatez impropias de su corta edad, lo tomó junto a sí, y con solo 10 años le ordenó de lector de su catedral. Este oficio le hizo conocer y amar las Sagradas Escrituras, en las que hallaba consuelo, inspiración y por las que sentía crecer su deseo de ser totalmente para Cristo. Aún era adolescente cuando las palabras de San Mateo 16, 24 ''si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, tome su cruz y sígame'' se le revelaron como definitivas y apremiantes. Sin más dilación lo dejó todo, se fue al puerto de Corinto, tomó un barco en el que se ofreció para trabajar y se embarcó hacia Jerusalén.

En la santa ciudad veneró todos los Santos Lugares, conoció a los monjes “carmelitas” del convento del monte Sión, a los que pidió el hábito. Pero estos, constatando que el joven buscaba más soledad, le enviaron a las lauras de San Eutimio el Grande (20 de enero), el cual le dio el hábito y viendo en él grandes perlas, lo mandó al Jordán, junto al célebre abad San Gerásimo (4, 5 y 20 de marzo). Este, para formarle, no le permitió vivir en soledad como era el deseo de Ciriaco, sino que le ordenó vivir en la comunidad con los otros monjes. Era un monasterio este en el que los monjes dividían los días entre la soledad y la vida comunitaria. De lunes a viernes eran solitarios, salvo aquellos de los que se precisaban sus oficios para la comunidad. Los sábados y domingos compartían la iglesia y las oraciones. Apenas llegar, Ciriaco se dio a una vida de oración y penitencia. Observaba dos cuaresmas al año en las que solo se alimentaba de pan y agua, y en otros tiempos solo añadía algunas verduras a estos. Era devotísimo de la Virgen Santísima, a la que llamaba su Señora. Era perfectamente obediente, no dejaba oportunidad para servir a los demás aunque le costara.

Tenía la costumbre San Gerásimo de retirarse por Cuaresma al desierto de Rouva, donde vivía una temporada de austeridad y penitencia extremas. Jamás llevó compañero alguno, pues consideraba que ninguno resistiría su nivel de penitencia. Eso hasta que llegó Ciriaco, pues el santo abad, viendo la pureza, obediencia y vida sencilla de aquel, le eligió para que le acompañase. Así durante varios años: se iban al inicio de Cuaresma hasta el Domingo de Ramos y allí en el desierto se daban del todo a Dios, sin comunicarse entre ellos más que para alabar a Dios juntos. En 474, luego de la muerte de San Gerásimo, San Ciriaco regresó a las lauras de San Eutimio, teniendo 27 años y habiendo muerto también Eutimio. Ciriaco, ya monje experto obtuvo una celda solitaria en la que dedicarse a la contemplación. Su vínculo con el monasterio era el virtuoso monje Tomás, que sería elegido Patriarca de Alejandría. Diez años pasó en soledad Ciriaco en su celda, solo recibiendo alguna comida por parte de los otros monjes. Su principal alimento era la Palabra de Dios y su amor acendrado a Cristo y su Madre Santísima. Tenía 37 años cuando el obispo quiso servirse de su sabiduría y santidad para el apostolado y le ordenó diácono.

Luego de unos años la disciplina se relajó en el monasterio, surgieron partidos y la herejía se coló entre los monjes, por lo que Ciriaco se fue al monasterio de San Caritón (28 de septiembre), en Souka. Este monasterio era tan austero, que recibía a todos como novicios, aunque fueran monjes ancianos, presbíteros u obispos. Para estos monjes, su vida era tan preciosa que los que venían de fuera necesitaban comenzar de 0, eliminando incluso sus costumbres adquiridas en otros cenobios. Así que Ciriaco calló su vida con Gerásimo y sus años de soledad para ser el último de la comunidad, sirviendo a todos con alegría y paciencia. Ejercitó la paciencia, se introdujo aún más en la liturgia de la Iglesia y la lectura de las Escrituras. Pasaba gran parte de la noche en oración y alabanza. Esto hizo que le eligieran canonarca, o sea, aquel monje que procura que el canto y la salmodia sean correctos, en el tono justo. Además, por su oficio de diácono, era el encargado de entonar algunos cánticos como los “Kirie eleison”.

Treinta años vivió Ciriaco en las lauras de San Caritón, hasta que con setenta años se cansó de oficios y compañías, y se fue al desierto, admitiendo un discípulo, el monje Juan. Por cinco años vivieron sin ver a nadie más, alimentándose de verduras y agua, entregados a la oración y de vez en cuando a santas conversaciones. Al cabo de ese tiempo fueron descubiertos por un transeúnte, cuyo hijo estaba endemoniado. Lo llevó el hombre a la presencia de Ciriaco y este le sanó, haciendo la señal de la cruz. Y fue su cruz, pues el hombre hizo correr la voz y comenzaron las visitas de aquellos que buscaban consejo, curación, resolución de negocios o querían ser sus discípulos. Huían Ciriaco y Juan, pero allá adonde fueran, les perseguían los necesitados. Aún escondiéndose, de lejos, libraba a los pobres posesos, manifestando su poder contra los demonios. Finalmente se dejó vencer y comenzó a atenderlos, sanando a todos con la santa cruz y ungiéndoles con aceite. Así diez años, hasta que con ochenta años se adentró más al desierto, a un sitio entre dos riachuelos. Siete años vivió solo y en paz, hasta que los monjes de Souka le hallaron y pidieron volviera con ellos, pues le necesitaban para contener a los herejes. Y lo hizo, por caridad, ocupando la celda que había sido de San Caritón.

La apologética, tarea que nunca había acometido, se convirtió en su nuevo trabajo por Cristo. Para ello contó con la inestimable ayuda de la Madre de Dios, la cual se le apareció acompañada de San Juan Bautista (24 de junio, Natividad; 23 de septiembre, Imposición del nombre; 24 ó 21 de febrero, primera Invención de la cabeza; 29 de agosto, segunda Invención de la cabeza, hoy fiesta de la Degollación; 25 de mayo, tercera Invención de la cabeza) y San Juan Evangelista (27 de diciembre, 6 de mayo, "Ante portamLatinam"; 8 de mayo y 26 de septiembre, Iglesias Orientales). En esta visión, la Santísima Virgen le ordenó Ciriaco guardar la enseñanza de la fe en su pureza y combatir la herejía esforzadamente, prometiéndole que Ella sería su valedora y consuelo. Y para probarlo, le alertó de un monje de su monasterio diciéndole: “En su celda está mi enemigo”. Mandó Ciriaco revisar la celda del monje y halló una copia de las herejías de Nestorio contra la Maternidad Divina de la Virgen, con lo que le castigó y le hizo abjurar de sus errores. Esta aparición de la Madre de Dios al santo se conmemora el 8 de junio por algunas comunidades ortodoxas. Así que con este socorro rebatió mediante palabra y obra a los herejes origenistas, que desvirtuaban las enseñanzas de Orígenes. Ciriaco convencía a unos, descubría los errores a otros, corregía a los monjes o les expulsaba cuando veía no había arreglo. Se enfrentó a los principales herejes origenistas de su época: Nonus y Cirilo, a los que predijo su desgraciada muerte si no se convertían, como ocurrió.

Cuando tenía ya noventa y nueve años, tomó de nuevo a su discípulo Juan y volvió al desierto de Susakim. No era este un desierto tranquilo, pues en él se escondían ladrones y merodeadores, pero el santo contó con una especial ayuda del cielo: un león le esperaba, para protegerle de los males. No permitía que nadie se acercara al santo, a la par que se dejaba acariciar y alimentar por el santo, que logró comiera de sus mismas hierbas, puesto que la carne la tenía prohibida. Otros portentos realizó nuestro San Ciriaco, como hacer llover en el desierto para llenar el agujero de una piedra donde ambos eremitas almacenaban el agua. Con 107 años volvió al monasterio, a su pobre celda, para darse al estudio y la oración y el trabajo. Sin ser el abad, era el monje más venerado y escuchado por los monjes. Al final, con 109 años, sintiéndose morir, llamó a los monjes, les dio algunas máximas espirituales, les bendijo y entregó el alma al Creador.  


Fuentes:
-“Tratado de la Iglesia de Jesucristo o Historia eclesiástica” Volumen 5. Dn. FÉLIX AMAT DE PALAU Y PONT. Madrid, 1806.
-"Glorias del Carmelo". Tomo III. P. JOSÉ ANDRÉS. S.I. Palma, 1860


A 29 de septiembre además se celebra a 
San Miguel Arcángel.
San Lotario I, emperador.

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