Beato Salvador Lilli, franciscano, y compañeros mártires. 22 de noviembre.
Infancia y vocación.
Nació Salvador en Capadocia, pueblo de L’Aquila, en Italia, el 19 de junio de 1853, en una familia trabajadora y cristiana, siendo el sexto y más pequeño de los hijos. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento. Desde pequeño hubo de trabajar junto a su padre para ayudar a mantener a la familia, que se trasladaba durante meses a otros sitios, para hacer carbón y luego venderlo. Una de sus hermanas se consagró a Dios en el monasterio de las trinitarias de Capadocia, y Salvador quiso seguir su ejemplo.
Hasta 1870 ayudó a su familia, pero en este año se dispuso a seguir su vocación y con 17 años tomó el hábito franciscano en Nazzano, Roma. Allí profesó el 6 de agosto de 1871. De ahí pasó a Castel Gandolfo, donde comenzó a estudiar la filosofía. En 1872 le envían a Palestina para que pueda seguir estudiando, ante la notificación de que le llevaría el servicio militar. En 1873 le hallamos en Jerusalén, luego en Belén, donde reanuda la filosofía y aprende árabe, turco y armenio. Termina la filosofía y estudiando teología, el 19 de septiembre de 1876 recibe el subdiaconado. El 18 de septiembre del año siguiente es ordenado diácono y el 6 de abril de 1878 es ordenado presbítero. Con ocasión de esta última fecha escribe a su hermana María Pía, la trinitaria: "le notifico que el 6 de abril voy a tener la suerte de ser contado entre los ministros el Señor, seré solemnemente ordenado sacerdote, y ¿qué más puedo desear que, si por ahora he perseverado a mis votos? ¡Siento un consuelo abrumadora que se multiplica por más razones. En primer lugar, la gracia singular de ser elevado a esta dignidad, y en segundo lugar, porque ofreceré el Santo Sacrificio en el mismo lugar en que se hizo por primera vez. Que juzgue el corazón, si podría haber circunstancia más propicia".
Misionero y prisionero.
Y efectivamente, el 7 de abril cantaba su primera misa en el altar del Monte Calvario, donde el Salvador derramó su sangre por nosotros. Una vez ordenado, fue enviado como misionero a Turquía con el título de ''Misionero Apostólico". En la misión desarrolló su labor con alegría y entrega. Celebraba misas, confesaba, instruía, trabajaba con los turcos, escribía opúsculos y celebraba devociones populares. En 1880 manda pedir de Italia un precioso belén con muchas figuras, para catequizar y celebrar la Navidad, algo típicamente franciscano.
En 1885 pudo ir a Italia y cumplir un sueño: celebrar la santa misa en su querida iglesia de su pueblo natal, el día de la Asunción. Pasó días de paz con su familia, pero el día 18 le fueron a buscar por orden del juez de Avezzano para que justificara su ausencia cuando le convocó el servicio militar. el padre Salvador se defendió: "sé que no soy un desertor, sino un misionero de Cristo, que he llevado a un país extranjero a la luz del Evangelio y de la civilización. Además, he sido un propagador del espíritu italiano en el levante de la Tierra, y puede testificar por mí el cónsul de Alepo, Enrico Vitto. Usted, por lo tanto, podría estar castigando a alguien que ha mostrado el nombre de Italia, en el Oriente".
El juez le puso una pena ejemplarizante: tres años sin salir de Capadocia. En este tiempo, Salvador aprendió los oficios de sastre, albañil y zapatero, juzgando que le servirían para cuando volviera a la misión, como era su vocación. Además, aprendió técnicas de agricultura, regadío y todo aquello que sirviera para la mejora de la vida de sus misionados. La condena se interrumpió cuando se le concedió la remisión de la pena el 17 de junio de 1886.
Libre y de nuevo misionero.
En julio de 1886 volvió a Roma, de allí pasó a Nápoles, donde abordó rumbo a Jaffa. Tuvo un viaje terrible, durante el cual una tormenta casi hace naufragar el barco. Finalmente llegó sano y salvo y el 6 de agosto ya estaba en el convento franciscano de Belén. Su segunda etapa de misionero arranca en la Navidad de ese año, durante la cual predicó incansablemente por toda la región de Armenia Menor. A caballo, a pie, solo o con compañía, siempre predicando y predicando. Allí donde le llamaran, allí estaba el P. Salvador. En 1890 se enfrentó a una epidemia de cólera, durante la cual su caridad se mostró heroica cuidando, confortando, asistiendo a los enfermos, consolando a los que perdían familiares, enterrando a los muertos. Estaba en tantos lados que algunos llegaron a creer que gozaba del don de la bilocación.
En 1894 bendijo la nueva capilla de Marasc, dedicada a San Antonio de Padua (13 de junio), cuya construcción, y la de la granja anexa, le había traído ojeriza por parte de algunos frailes timoratos que no veían con buenos ojos una actividad misionera tan febril. Por ello, en el Capítulo de Jerusalén de ese mismo año, se le depuso de sus cargos y se le envió de misionero a Mugiuk-Deresi, un pueblo remoto, misión que aceptó con resignación y obediencia, aunque sin dejar de alegar por su inocencia, reclamando que si algún mal había hecho, pues podían habérselo avisado antes.
En su nueva misión el P. Salvador se mostró como el hombre de fe y acción que era. En un año había una nueva iglesia, granjas para el trabajo y una escuela para las niñas. Había llevado agua, comprado maquinaria y mejorado mucho la vida de sus misionados, sin hablar del fervor católico que sembró en ellos, que no fue poco.
Martirio.
Pero justo cuando aquella obra evangelizadora estaba en su apogeo estalló la persecución contra los católicos por parte de los turcos. A finales de 1895 toda la misión fue saqueada y los pobladores que pudieron tuvieron que huir a las montañas. Nuestro Beato lo tenía todo listo para huir también cuando los que habían quedado en el pueblo le pidieron no los abandonara, y se quedó con ellos. "No puedo abandonar a mis ovejas" – escribiría en una de sus últimas cartas – "prefiero morir con ellos si es necesario".
Al mes más o menos después llegaron los soldados, y Salvador les recibió pacíficamente, sin embargo, recibió un bayonetazo en una pierna. Aún así, sonrió e invitó a los soldados a quedarse en el convento para que las casas sobrevivientes no fueran tocadas. Les dio de comer y viendo que los turcos no comían ni bebían porque pensaban todo estaba envenenado, él mismo comió y bebió el primero. Su amigo Dykran intentó arreglar que le fuera dada la libertad al P. Salvador, pero este estaba sentenciado. Regresó al poblado pero no pudo decir nada al Beato y se fue a las montañas.
El 22 de noviembre los soldados turcos incendiaron y destruyeron el monasterio y la iglesia y apresaron siete cristianos armenios llamado Juan, K’adir, Cerun, Vardavar, Pablo, David y Teodoro, y al P. Salvador, llevándoselos de allí. Al llegar a la orilla del río Zihun, luego de dos horas de camino, pararon para descansar. El coronel al mando propuso a los ocho prisioneros renegar de Cristo y hacerse musulmanes a cambio de perdonarles la vida, pero ellos se negaron firmemente. El P. Salvador dijo: "Soy un sacerdote católico, un seguidor y ministro de Jesucristo y nunca negaré mi fe. ¡Dios nos libre de esta tentación, nunca aceptaré ser musulmán!" Y le golpearon salvajemente y le cosieron a bayonetazos.
Luego la emprendieron con los demás, acuchillándoles salvajemente. Para terminar, y con algunos de lo mártires aún vivos, les rociaron con petróleo y les quemaron. Finalmente les sepultaron en una fosa y se fueron, luego de hacer que los soldados prometieran no contarían nada. Pero el testimonio del martirio pronto se hizo conocido y en menos de una semana ya era conocido y denunciado en todo el país. Una niña que lo había visto todo llevó a los frailes franciscanos al lugar de la sepultura, se excavó y se recogieron los huesos y ropas quemadas que se hallaron, como preciosas reliquias.
Culto.
En 1930 se abrió el proceso de canonización de los ocho mártires de Cristo, llegando a Roma en 1959. En 1962 se renovó el proceso, con investigaciones en Alepo y Beirut. El 3 de octubre de 1982, Juan Pablo II los beatificó en Roma.
Fuente:
- http://cappadociawebmarsica.blogspot.com/2015/08/nato-il-19-giugno-1853-missionario-in.html
A 22 de noviembre además se celebra a
Santa Cecilia de Roma, virgen y mártir.
Infancia y vocación.
Nació Salvador en Capadocia, pueblo de L’Aquila, en Italia, el 19 de junio de 1853, en una familia trabajadora y cristiana, siendo el sexto y más pequeño de los hijos. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento. Desde pequeño hubo de trabajar junto a su padre para ayudar a mantener a la familia, que se trasladaba durante meses a otros sitios, para hacer carbón y luego venderlo. Una de sus hermanas se consagró a Dios en el monasterio de las trinitarias de Capadocia, y Salvador quiso seguir su ejemplo.
Hasta 1870 ayudó a su familia, pero en este año se dispuso a seguir su vocación y con 17 años tomó el hábito franciscano en Nazzano, Roma. Allí profesó el 6 de agosto de 1871. De ahí pasó a Castel Gandolfo, donde comenzó a estudiar la filosofía. En 1872 le envían a Palestina para que pueda seguir estudiando, ante la notificación de que le llevaría el servicio militar. En 1873 le hallamos en Jerusalén, luego en Belén, donde reanuda la filosofía y aprende árabe, turco y armenio. Termina la filosofía y estudiando teología, el 19 de septiembre de 1876 recibe el subdiaconado. El 18 de septiembre del año siguiente es ordenado diácono y el 6 de abril de 1878 es ordenado presbítero. Con ocasión de esta última fecha escribe a su hermana María Pía, la trinitaria: "le notifico que el 6 de abril voy a tener la suerte de ser contado entre los ministros el Señor, seré solemnemente ordenado sacerdote, y ¿qué más puedo desear que, si por ahora he perseverado a mis votos? ¡Siento un consuelo abrumadora que se multiplica por más razones. En primer lugar, la gracia singular de ser elevado a esta dignidad, y en segundo lugar, porque ofreceré el Santo Sacrificio en el mismo lugar en que se hizo por primera vez. Que juzgue el corazón, si podría haber circunstancia más propicia".
Misionero y prisionero.
Y efectivamente, el 7 de abril cantaba su primera misa en el altar del Monte Calvario, donde el Salvador derramó su sangre por nosotros. Una vez ordenado, fue enviado como misionero a Turquía con el título de ''Misionero Apostólico". En la misión desarrolló su labor con alegría y entrega. Celebraba misas, confesaba, instruía, trabajaba con los turcos, escribía opúsculos y celebraba devociones populares. En 1880 manda pedir de Italia un precioso belén con muchas figuras, para catequizar y celebrar la Navidad, algo típicamente franciscano.
En 1885 pudo ir a Italia y cumplir un sueño: celebrar la santa misa en su querida iglesia de su pueblo natal, el día de la Asunción. Pasó días de paz con su familia, pero el día 18 le fueron a buscar por orden del juez de Avezzano para que justificara su ausencia cuando le convocó el servicio militar. el padre Salvador se defendió: "sé que no soy un desertor, sino un misionero de Cristo, que he llevado a un país extranjero a la luz del Evangelio y de la civilización. Además, he sido un propagador del espíritu italiano en el levante de la Tierra, y puede testificar por mí el cónsul de Alepo, Enrico Vitto. Usted, por lo tanto, podría estar castigando a alguien que ha mostrado el nombre de Italia, en el Oriente".
El juez le puso una pena ejemplarizante: tres años sin salir de Capadocia. En este tiempo, Salvador aprendió los oficios de sastre, albañil y zapatero, juzgando que le servirían para cuando volviera a la misión, como era su vocación. Además, aprendió técnicas de agricultura, regadío y todo aquello que sirviera para la mejora de la vida de sus misionados. La condena se interrumpió cuando se le concedió la remisión de la pena el 17 de junio de 1886.
Martirio del P. Salvador. |
En julio de 1886 volvió a Roma, de allí pasó a Nápoles, donde abordó rumbo a Jaffa. Tuvo un viaje terrible, durante el cual una tormenta casi hace naufragar el barco. Finalmente llegó sano y salvo y el 6 de agosto ya estaba en el convento franciscano de Belén. Su segunda etapa de misionero arranca en la Navidad de ese año, durante la cual predicó incansablemente por toda la región de Armenia Menor. A caballo, a pie, solo o con compañía, siempre predicando y predicando. Allí donde le llamaran, allí estaba el P. Salvador. En 1890 se enfrentó a una epidemia de cólera, durante la cual su caridad se mostró heroica cuidando, confortando, asistiendo a los enfermos, consolando a los que perdían familiares, enterrando a los muertos. Estaba en tantos lados que algunos llegaron a creer que gozaba del don de la bilocación.
En 1894 bendijo la nueva capilla de Marasc, dedicada a San Antonio de Padua (13 de junio), cuya construcción, y la de la granja anexa, le había traído ojeriza por parte de algunos frailes timoratos que no veían con buenos ojos una actividad misionera tan febril. Por ello, en el Capítulo de Jerusalén de ese mismo año, se le depuso de sus cargos y se le envió de misionero a Mugiuk-Deresi, un pueblo remoto, misión que aceptó con resignación y obediencia, aunque sin dejar de alegar por su inocencia, reclamando que si algún mal había hecho, pues podían habérselo avisado antes.
En su nueva misión el P. Salvador se mostró como el hombre de fe y acción que era. En un año había una nueva iglesia, granjas para el trabajo y una escuela para las niñas. Había llevado agua, comprado maquinaria y mejorado mucho la vida de sus misionados, sin hablar del fervor católico que sembró en ellos, que no fue poco.
Martirio.
Pero justo cuando aquella obra evangelizadora estaba en su apogeo estalló la persecución contra los católicos por parte de los turcos. A finales de 1895 toda la misión fue saqueada y los pobladores que pudieron tuvieron que huir a las montañas. Nuestro Beato lo tenía todo listo para huir también cuando los que habían quedado en el pueblo le pidieron no los abandonara, y se quedó con ellos. "No puedo abandonar a mis ovejas" – escribiría en una de sus últimas cartas – "prefiero morir con ellos si es necesario".
Al mes más o menos después llegaron los soldados, y Salvador les recibió pacíficamente, sin embargo, recibió un bayonetazo en una pierna. Aún así, sonrió e invitó a los soldados a quedarse en el convento para que las casas sobrevivientes no fueran tocadas. Les dio de comer y viendo que los turcos no comían ni bebían porque pensaban todo estaba envenenado, él mismo comió y bebió el primero. Su amigo Dykran intentó arreglar que le fuera dada la libertad al P. Salvador, pero este estaba sentenciado. Regresó al poblado pero no pudo decir nada al Beato y se fue a las montañas.
El 22 de noviembre los soldados turcos incendiaron y destruyeron el monasterio y la iglesia y apresaron siete cristianos armenios llamado Juan, K’adir, Cerun, Vardavar, Pablo, David y Teodoro, y al P. Salvador, llevándoselos de allí. Al llegar a la orilla del río Zihun, luego de dos horas de camino, pararon para descansar. El coronel al mando propuso a los ocho prisioneros renegar de Cristo y hacerse musulmanes a cambio de perdonarles la vida, pero ellos se negaron firmemente. El P. Salvador dijo: "Soy un sacerdote católico, un seguidor y ministro de Jesucristo y nunca negaré mi fe. ¡Dios nos libre de esta tentación, nunca aceptaré ser musulmán!" Y le golpearon salvajemente y le cosieron a bayonetazos.
Rosario del B. Salvador. |
Culto.
En 1930 se abrió el proceso de canonización de los ocho mártires de Cristo, llegando a Roma en 1959. En 1962 se renovó el proceso, con investigaciones en Alepo y Beirut. El 3 de octubre de 1982, Juan Pablo II los beatificó en Roma.
Fuente:
- http://cappadociawebmarsica.blogspot.com/2015/08/nato-il-19-giugno-1853-missionario-in.html
A 22 de noviembre además se celebra a
Santa Cecilia de Roma, virgen y mártir.
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