martes, 20 de julio de 2021

“Moriré fiel a mi Dios y gustoso ofreceré mi vida"

San Apolinar de Rávena, obispo y mártir.

Su “passio” cuenta que Apolinar fue enviado a Rávena sobre el año 50 por el apóstol San Pedro para ser el primer obispo de la ciudad. Cuando llegó a la ciudad se hospedó en la casa de un soldado llamado Ireneo, quien le acogió con afecto y le preguntó sobre su viaje. Apolinar le respondió que venía a Rávena a predicar de Cristo y organizar su Iglesia. Y al tiempo, le enseñó la doctrina cristiana. Al terminar, Ireneo exclamó: “Si el Dios que me predicas, ¡oh extranjero!, es tan poderoso como dices, suplícale que devuelva la vista a mi hijo y creeré todas esas doctrinas que tan ardorosamente proclamas”. El hijo de Ireneo fue llevado ante Apolinar, el cual luego de hacer oración, hizo la señal de la cruz sobre el muchacho y lo sanó milagrosamente.

Este hecho se divulgó por la ciudad y al otro día muchos querían conocer y oír al santo varón y su mensaje. De hecho, al día siguiente fue llamado Apolinar a sanar a Tecla, la mujer del Tribuno de Rávena. En agradecimiento, los esposos le ofrecieron al santo su propia casa para que viviera y predicara de Cristo, al que acogieron de corazón. Poco a poco la comunidad cristiana fue creciendo y Apolinar se hizo acompañar de dos presbíteros llamados Aderito y Calocero, y dos diáconos llamados Marciano y Leucedio.

Tanta actividad apostólica, conversiones y milagros llenaron de envidia a los sacerdotes paganos, quienes se apoderaron de Apolinar y lo llevaron ante el gobernador Saturnino. Y este le interrogó en el Capitolio:

Saturnino: ¿Qué intentas hacer entre nosotros?
Apolinar: Predicar la fe de Cristo.
S: ¿Y quién es ese Cristo al que quieres predicar?
A: Es el Hijo de Dios, el que ha dado vida a cuantos seres existen.
S: Según eso, has sido enviado para destruir el culto de nuestros dioses, ¿verdad? ¿Desconoces quizá el nombre del gran Júpiter que mora en el Capitolio y a quien debes invocar con temor?
A: Ignoro en absoluto quién sea ese Júpiter de que me hablas.

Entonces Saturnino mandó lo llevaran ante la magna estatua de Júpiter. Apolinar solo se burló del dios, lo cual hizo que los paganos se amotinaran y echaran al santo de la ciudad, apaleándole y dejándolo por muerto. A la noche, los presbíteros y otros cristianos recogieron a Apolinar y le llevaron a una casa segura para que pudiera reponerse. Apenas en santo estuvo sano, fue mandado a buscar por un ex-cónsul de Rávena, llamado Rufo, quien tenía una hermosa hija gravemente enferma. El santo accedió a visitarle, llegando al punto en el cual la muchacha fallecía.

Rufo le recriminó: “¡Ojalá no te hubieras llegado a mi casa, Apolinar, pues Júpiter no hubiera vengado el desprecio que le hice al confiar en la virtud de tu Dios!” “Ten confianza, Rufo —respondió el Santo— Promete dejar a tu hija en absoluta libertad de seguir a Jesucristo y Él hará lo que le conviene a ella. Entonces se acercó Apolinar al cadáver de la muchacha, hizo oración y al punto exclamó: “En nombre de Cristo, levántate y confiesa que no hay más Dios verdadero que el de los cristianos en cuya virtud vuelves a la vida.” y milagrosamente la muchacha resucitó. Y no solo se convirtió ella y su familia a Cristo, sino que hasta 300 habitantes de Rávena rechazaron los ídolos para seguir a Cristo.

Una iglesia tan pujante alarmó de nuevo a los paganos, quienes mandaron emisarios al emperador Vespasiano, quien mandó a Mesalino, su vicario de Ravena para que interrogara por segunda vez a Apolinar. Mandó apresar Mesalino a Apolinar y le interrogó. Este habló del Dios en el que creía y de la necedad del culto a los dioses.

Los sacerdotes paganos protestaron porque más que interrogatorio, parecía aquello un sermón de Apolinar, y temieron convenciera a más. Entonces Mesalino mandó que Apolinar fuera flagelado. y no solo ello, sino que le mandó al potro, y aún fue metido en aceite hirviendo, mas milagrosamente el santo sobrevivió a todo. Finalmente mandó que fuera arrojado de la ciudad y desterrado a Iliria. Pero antes, pretendieran los paganos romperle la boca con piedras, pero unos cristianos defendieron al obispo, quien fue arrojado en una cárcel-pozo para que muriera allí. Pero Dios le envió un ángel quien alimentó y sanó a Apolinar.

A los cuatro días, viendo que no moría, se determinaron a desterrarlo como se había mandado. De camino, una tormenta parecía hacer zozobrar el barco, mas Apolinar calmó las aguas con su oración, logrando convertir a Cristo a los marineros. El santo desembarcó en Mesia, donde predicó y sanó milagrosamente de la lepra a un noble de la ciudad, logrando conversiones. Continuó su predicación itinerante a Tracia, donde había un ídolo por el cual hablaba un demonio, y que tenía a todos atemorizados ante su poder, por lo que le rendían culto. Apolinar le hizo callar y por ello fue castigado por los paganos y expulsado de vuelta a la península itálica.

Así volvió Apolinar a Rávena luego de 3 años de apostolado errante. Los paganos enseguida le apresaron y le llevaron al templo de Apolo para que sacrificara, mas la estatua del dios se rompió en pedazos. Fue puesto el santo en custodia del pretor Tauro, quien tenía un hijo ciego al que, como no, nuestro santo sanó y bautizó. Convertida la familia a lafe católica, Tauro puso en seguro a Apolinar en una quinta que poseía. Allí vivió el santo haciendo crecer a la iglesia en secreto.

A los cuatro años, siendo ya la Iglesia de Rávena una solida comunidad cristiana, con más presbíteros y diáconos los sacerdotes paganos volvieron a apelar al emperador. Entonces Vespasiano mandó al patricio Demóstenes que apresara a Apolinar ¡una vez más! Demóstenes le interrogó, y Apolinar confesó, una vez más su fe en Jesucristo. “Lejos de mí semejante villanía” — dijo Apolinar — “Moriré fiel a mi Dios y gustoso ofreceré mi vida en holocausto por mis hijos espirituales. Y, ay de vosotros, Demóstenes, ¡y demás paganos, que rehusáis adorar a Cristo! Las llamas eternas del infierno serán el galardón que premie el culto que dais a los demonios personificados en vuestras estatuas".

Arca relicario del santo.
Demóstenes, tomando tiempo para buscar un castigo adecuado para Apolinar, lo entregó a un centurión que era cristiano en lo secreto. Este planeó la fuga del santo, mas los paganos lo sorprendieron y le apalearon, hasta dejarlo por muerto. Los cristianos le auxiliaron y le llevaron a casa de un pobre leproso. Allí vivió el santo obispo siete días, hasta fallecer en la paz del Señor, el 27 de julio del año 78.

El santo fue sepultado en Classe, Rávena. Aun antes de la paz de Constantino ya recibió culto y veneración. En el siglo VI se levantó una iglesia sobre la sepultura, y en el siglo VII las reliquias se elevaron a un relicario de plata. La basílica es un hermosísimo ejemplo de la arquitectura y arte bizantinos, y hasta hoy se conserva, siendo una joya en medio del mundo. Un monasterio se añadió a la basílica, siendo los monjes muy devotos del santo, y propagadores de su devoción. En los siglos XII y XVI se hicieron solemnes reconocimientos de las reliquias. Estas estuvieron en medio de un pleito cuando los monjes abandonaron la iglesia y se llevaron con ellos las reliquias. El cabildo catedralicio entabló un juicio, que Roma resolvió en 1564, reconociendo que el primer obispo de la ciudad debía reposar en la ciudad por él fundada. Así, las las reliquias volvieron a la venerable basílica, donde aguardan la Resurrección.

Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo VIII. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1914.
-"El Santo de cada día". EDELVIVES. Huesca, 1946.

A 20 de julio además se celebra a:









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