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lunes, 20 de abril de 2015

Hildegundis, el novicio mujer.

El 20 de abril de 1188 fallecía en el monasterio de Shönau un joven novicio, el Hermano José, del que poco se conocía. Al lavar el cuerpo se descubrió que no era un joven, sino una chica. Hechas las pesquisas necesarias, se descubrió que en realidad se trataba de:

Hildegundis pide su entrada
al monasterio de Shönau.
Santa Hildegundis de Shönau, "virgen" y novicio cisterciense. 20 de abril.

Su vida fue escrita como una crónica monástica que se escribe cuando fallece un religioso de vida ejemplar, para que quede constancia de su vida y virtudes. En ocasiones se enviaba a otros monasterios, tomando el nombre de "circular". Así es que se trata de un testimonio de primera mano, según lo que el mismo José-Hildegundis contó a su entrada al monasterio y lo que luego pudo comprobarse. Luego, el cisterciense Cesáreo de Heisterbach, daría forma y añadiría otros detalles, aureoléndola de santidad en su "Vita et Miraculae".

Según este testimonio, sus padres eran oriundos de Neuss, y por largo tiempo no tenían hijos hasta que, luego de largas súplicas y devociones, tuvieron gemelas: Hildegundis e Inés las llamaron. Aún siendo pequeñas, sus padres las llevaron a un monasterio para que fueran educadas por las religiosas, como era común entre las familias nobles de la época. Cuando las niñas tenían 12 años, la madre murió de fiebres y el padre, consternado, decidió emprender una peregrinación a Tierra Santa, para venerar los Santos Lugares. Como ya era viejo, decidió que Hildegundis le acompañara, la sacó del monasterio, la vistió de chico, llamándola José, y se la llevó consigo. Pero el padre murió en el viaje, aunque antes llamó a un paisano que igualmente iba a Tierra Santa y le dijo: "cuida a mi José, que en realidad es mi querida hija Hildegundis". Al llegar a San Juan de Acre, el hombre robó a José todo el dinero, ropas y utensilios que tenía y desapareció. José salió llorando de la posada, y topó con un Templario que lo llevó a Jerusalén, al hospital que estos caballeros tenían allí. Estuvo algún tiempo trabajando en el hospital, sin revelar su sexo, hasta que llegó un pariente de su padre y le tomó afecto, así que le pidió le acompañase de vuelta a Alemania. Mala suerte, antes de llegar al Rhin, el pariente murió y José quedó solo de nuevo.

Se dirigió a Colonia, donde se colocó como sirviente de un canónigo de la catedral. Este canónigo tenía una hermana entre las monjas del monasterio de Santa Úrsula en Colonia, y fue elegida como abadesa. Pero el arzobispo, Felipe de Heinsberg, quiso que las monjas nombrasen a su sobrina, imponiéndoles penas eclesiásticas si no la aceptaban a la fuerza. El canónigo quiso apelar a Roma, pero las circunstancias políticas no lo permitían. El emperador Barbarroja estaba enemistado con el papa a cuenta de imponer un obispo a la ciudad de Treveris, en contra del elegido por el clero, así que había prohibido cualquier trato, apelación, negocio con el papa de Roma. Así que al canónigo se le ocurrió que le acompañase su sirviente José hasta Roma, con las alegaciones a favor de su hermana, dentro de un cayado hueco, que José llevaría para que no fueran encontradas, en caso de ser detenidos por los soldados del emperador. Partieron hacia Verona, donde a la sazón se hallaba el papa. Al llegar a Zusmarshausen de Suabia, el canónigo y José se separaron por seguridad.

Cuando José, ya solo, pasó la ciudad, encontró a un hombre con un saco que, fingiendo había olvidado algo, le pidió le cuidara su fardo mientras él regresaba a la ciudad. Pero era un ladrón que estaba siendo perseguido, y que aprovechó al cándido jovencito para alejar de sí toda sospecha si era hallado, por lo que sacó lo de más valor del saco y huyó. Al poco rato, los soldados hallaron a José con el botín, lo apresaron y lo llevaron a rastras a la ciudad. Como el robo había sido en un palacio muy principal de la ciudad, quisieron escarmentar al ladrón y sin oír su defensa, le condenaron a la horca. José pidió un sacerdote, al que contó su misión de embajador ante el papa y como había sido engañado por el verdadero ladrón. El sacerdote buscó en el bastón y halló los documentos, por lo que pidió al consejo de la ciudad aplazaran la ejecución, por si se hallaba al verdadero culpable. Y así pasó.

Ambos fueron sometidos a la prueba del fuego, común en el medievo: caminar sobre planchas ardiendo y si uno se quemaba, pues era culpable. José pasó y quedó ileso, mientras que el ladrón se quemó y sin más juicio, le colgaron de un árbol, liberando a José.
Pero la cosa no terminó ahí, sino que los compinches del ladrón le apresaron al salir de la ciudad, y como castigo, le colgaron por los pies junto al ladrón ahorcado. Allí habría muerto si no fuera por unos pastores que le hallaron y le descolgaron. José contaría luego que junto a sí veia un caballero con armadura blanca, en un caballo blanco (¿San Jorge?), quien junto a los ángeles le sostenía la cabeza, permitiendo descansara sobre su hombro.

Escultura de Hildegundis
en Neuss.
Libre José, que ya tenía 17 años, continuó hacia Verona, donde halló al canónigo, pero el papa ya había partido, así que se fueron a Roma. Como fue la legación, no nos dice su "vita", supongamos que bien. Acabada la misión, el canónigo y José regresaron a Colonia, donde el chico dejó el trabajo de sirviente y se instaló junto a la ermita de la Beata Matilde de Colonia (3 de mayo), una reclusa que tenía fama de santa, para aprender de ella. Allí conoció a un viejo caballero de nombre Bertold, que iba camino de Shönau a profesar como monje lego del Císter. José se enamoró de esta vida que el viejo le decía y decidió acompañarle para también ser monje, porque ni pensaba contar su realidad femenina. Llegado al monasterio, fue admitido como novicio lego por su piedad y sencillez. Le encomendaron la tarea de acarrear piedras y maderas desde un bosque cercano, propiedad del monasterio. Trabajaba como el que más, derrochando amabilidad y una ternura que nadie sabía de donde emanaba, ganándose en breve el cariño de los demás monjes, que veían un prometedor monje en él.

Un día su condición de mujer le jugó una mala pasada. Estando en la cena, juntó su rostro al de un connovicio llamado Hermann, y le dijo: "Hermann, que piensas de mi rostro, ¿no es hermoso?". El chico, escandalizado, le respondió: "Eres tan vano como una mujer". La conversación fue oída por el maestro, que los tomó a ambos y los castigó y les dio de palos. Este castigo, o simplemente que añoraba la vida errante, provocó en José los deseos de volver a su vida errante. Por tres veces intentó huir, pero las tres veces fue retenido. Antes de la profesión, enfermó gravemente de una pleuresía, diciendo y murió, diciendo antes: "Después de mi muerte descubriréis un gran secreto". Como dijimos, la sorpresa fue grande entre los monjes al saber que era una chica. 

El abad se negó a hacer las oraciones fúnebres, pero se oyeron voces angélicas que las entonaron, y los monjes se sumaron, impresionados por el heroísmo de la chica en vivir una vida estrecha, trabajos y dolores en el monasterio. Como José había hablado en algunas ocasiones de su hermana Inés, que estaba en el monasterio de Neuss, el abad envió un mensajero para obtener noticias sobre quien podría ser esta chica. La abadesa le respondió que Inés había muerto y que, efectivamente, tenía una hermana gemela llamada Hildegundis, a la que su padre había llevado a Tierra Santa y desde entonces no sabían nada de ella.

Salvo algún detalle añadido, la historia es verídica y consta en el monasterio. Ciertamente, de santidad hay poco que contar, aunque esta historia se suma a las de santas mujeres que se santificaron viviendo como hombres, la más famosa Santa Eufrosina-Esmaragdo (2 de enero y 10 de febrero), aunque no la única. Poco a poco la historia fue haciéndose ejemplar, y la mayoría de hagiógrafos la incluyen en sus martirologios, como Usuardo o San Pedro Canisio en su "martirologio alemán", aunque nunca ha sido canonizada. Los monjes comenzaron su culto y su historia traspasó la localidad, siendo su tumba meta de peregrinajes y devoción popular.


Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
-"Clothes Make the Man: Female Cross Dressing in Medieval Europe.  VALERIE R. HOTCHKISS. 1996.



Otras  mujeres que vistieron de hombre son:
Santa Eugenia-Eugenio. 25 de diciembre.
Santa Eusebia-Hospedes. 23 24 de enero.
Santa Eufrosina-Esmaragdo. 2 y 10 de enero, 11 de febrero.
Santa Ángela-Ángelo. 6 de julio. 

Santa Teodora-Teodoro. 11 de septiembre. 


A 20 de abril además se celebra a






sábado, 30 de junio de 2012

La Preciosísima Sangre


Los Santos beben
de la Sangre de Cristo
En el Calendario Litúrgico anterior a la reforma conciliar, el 1 de julio se celebraba la Festividad de la Preciosísima Sangre de Cristo.

Es interesante ver cómo mientras la sangre es algo que repugna, prácticamente la totalidad de las religiones primitivas hacían uso del derramamiento de sangre como símbolo expiatorio. Ya fuera sangre de animales o de personas, este caudal de vida era un “aplacador de deidades”. Aún en las religiones de origen africano se sacrifican animales para atraer el bien o alejar el mal. El judaísmo no fue ajeno a estas prácticas, aunque, en una evolución de la conciencia religiosa, comprendió que la vida humana era demasiado importante como para derramar su sangre (haciendo la vista gorda en el caso de las guerras, tanto como los cristianos), por lo que comienza a utilizar animales, y haciendo gratos estos sacrificios a Dios, a la par que sacraliza la sangre humana en sentido negativo (tocarla es incurrir en una gran impureza). Pero esto es el judaísmo primitivo, según evoluciona, y se acerca en el tiempo, los profetas anunciarán el cambio de los sacrificios por la misericordia; de la sangre de los corderos, por la Definitiva Sangre del Definitivo Cordero.

La consideración y devoción católica por la sangre de Cristo nace en las mismas palabras bíblicas “por su Sangre nos ha redimido”. Como dije, en el contexto judío, el derramamiento de sangre era algo de mal signo, y quien moría de muerte violenta y desangrado, al ser enterrado, los deudos que habían tocado el cadáver debían purificarse. Y he aquí que el cristianismo rompe drásticamente con esto, aún en el ambiente judío: la sangre ya no es signo y sustento de la vida, sino que hay una vida superior, un alma, comprada a precio de Sangre, de la única Sangre Justa, que clama al cielo más aún que la de Abel. Y una sangre que, ¡escándalo!, se bebe y degusta como prenda salvífica. No en balde, la inspiración bíblica de la Sangre Salvadora nos viene del Profeta Isaías:
"¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? - Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador. - Y ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? - El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con ira, los pateé con furia, y salpicó su sangre mis vestidos, y toda mi vestimenta he manchado." (Isaías 63, 1-3)

Cristo, Fons Salutis.
El arte ha sido generoso con la Sangre de Cristo: El barroco se explayó en crucifijos ensangrentados, imágenes de la flagelación que dejan ver hasta los tendones. Bellísimos lienzos de Cristo, Varón de Dolores, en que el Señor aparece en un lagar y pisando uvas, que destilan su propia sangre, de la que, cual fuente de salud, beben las almas. A la vista y la sensibilidad modernas todo esto parece a los hombres de hoy un baño de sangre y morbo innecesarios, pero no es la vista de la sangre y el dolor lo que les horroriza (el mundo se deleita en películas o escenas más sangrientas aún), sino que es la vista de ESA sangre y ESE dolor, los que los interpela. Es ese fue por ti lo que aún hoy escuece.

El siglo XIX, tiempo de gran expansión de la devoción, centró la iconografía en torno al cáliz, recordando el Sacrificio Redentor y su renovación en la misa de cada día. Se populariza la imagen de Jesús portando un cáliz, o la conocida Nuestra Señora de la Preciosa Sangre (sábado anterior al 1 de julio), en la que el Niño ofrece el cáliz con su sangre. Es la invitación a participar del misterio redentor, en suma, a “beber su cáliz”.

La contemplación de la sangre de Cristo alentó a santos, teólogos, poetas y místicos en su comprensión del misterio de la Redención. Algún ejemplo: la contemplación de un Cristo “muy llagado, que bien mostraba lo que por nosotros padeció”, convierte a Santa Teresa, sacándola de su vida triste y gris:
"¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que El nos ganó a costa de tanta sangre? -Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remedar un desprecio como El sufrió para que nosotros reinemos para siempre?-No lleva camino, errado, errado va el camino. Nunca llegaremos allá." (Vida 27, 13)
San Juan de la Cruz (14 de diciembre) entrando un día al monasterio de las carmelitas de Segovia vio un lienzo representando a Cristo, Varón de Dolores, según Isaías: Racimo divino, que se desangra en el lagar, bajo el pero de la Cruz, con aspecto de lagar. contemplándolo, se echa a llorar, e inspiradísimo, compone unas coplillas devotas. (Vida de San Juan de la Cruz. P. Crisógono de Jesús)

"¡Sangre y fuego, inestimable amor!", escribió Santa Catalina de Siena (1, Impresión de las llagas, y 29 de abril). Y San Buenaventura: "La flor preciosa del cielo, al llegar la plenitud de los tiempos, se abrió del todo y en todo el cuerpo, bañada por rayos de un amor ardentísimo. La llamarada roja del amor refulgió en el rojo vivo de la Sangre".

Las Almas se sumergen
en la Sangre de Cristo
Es por ello que, en la liturgia de la Iglesia, la referencia a la Sangre Redentora es constante, incluso junto a los acaramelamientos navideños, en que un recordatorio de la sangre de Cristo parece (solo parece) fuera de lugar, la Iglesia canta: “Nosotros los redimidos por tu sangre, en el día de tu nacimiento te cantamos un himno nuevo”. Así también, el Viernes Santo, día en que la Sangre redentora cobra especial vigencia, la liturgia de la Adoración de la Cruz clama: “Traspasado el cuerpo manso, de donde brotó la sangre que lavaron la tierra, el mar y los astros”.

Es por eso, y por mucho más que no cabría explicar en un artículo, que se comprende la necesidad de la festividad de la Sangre de Cristo. Esta festividad litúrgica fue instituida en 1849 por Pío IX, y confiada a los Misioneros de la Preciosa Sangre, congregación misionera fundada a principios del siglo XIX por San Gaspar de Buffalo (28 de diciembre), gran devoto de la Preciosa Sangre. Benedicto XIV mandó componer la misa y el oficio propios definitivos. Pío XI la elevó a Solemnidad y la extendió a toda la Iglesia en 1933, con motivo del  jubileo por el XIX centenario de la Redención.

La Sangre de Cristo,
remedio de todos los males.
El 30 de junio de 1959 Juan XXIII publicó la carta apostólica “Inde a primis” donde recalcaba la importancia de dicha festividad, insertada en el marco litúrgico de las fiestas del Sagrado Corazón de Jesús y la fiesta del Corpus Christi (1). Pero, finalmente, la reforma del Vaticano II la suprimió (2), entendiendo que ya en el Corpus estaban intrínsecamente expuestos la adoración, importancia y significado de la Sangre de Cristo. Sí, pero no, la experiencia demuestra que ni en la piedad, las representaciones, ni en las homilías queda clara la importancia de la Sangre Redentora de Cristo. 

Y termino con una frase de la anterior citada Carta Encíclica:
"Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes
consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado)".
 (1) También ordenó que a las alabanzas al Santísimo, en el momento de la Reserva se añadiera la exclamación “Bendita sea su Preciosísima Sangre”, para que así como se alababa su Cuerpo y su Corazón, se alabase su Sangre.
(2) Los Misioneros de la Preciosa Sangre y las Adoratrices de la Preciosísima Sangre la celebran aún a 1 de julio. Y también, como me anotan en los comentarios, la Archidiócesis de Valencia, España, y los Pasionistas.




A 1 de julio además se celebra a
San Cybar, abad.
San Lunaire de Bretaña, abad.
San Simeón el Salo, loco por Cristo.


MI LIBRO ELECTRÓNICO

"TUS PREGUNTAS SOBRE LOS SANTOS

(SANTOS PATRONOS DE LAS ENFERMEDADES)

YA ESTÁ DISPONIBLE.

Santa Almedha, virgen y mártir.

Santa Almedha, virgen y mártir. 1 de agosto.   Fue esta una de las legendarias hijas del rey de Britania, San  Brychan  ( 6 de abril ). Hast...