Venerable Anne de Guigné, niña. 15 de enero.
Anne (Jeanne Marie Josephine Anne) nació el 25 de abril de 1911 en Annecy-le-Vieux, Francia, en una familia emparentada con la antigua monarquía francesa. Su madre, Antoinette de Charette, provenía de una familia noble y militar, y su madre, abuela de nuestra niña, Eulalie Marie Madeleine de Bourbon-Busset, era descendiente directa de Robert de Clermont, el sexto hijo de San Luis rey de Francia (25 de agosto). Su padre fue el conde Jacques de Guigné, un devoto católico y ferviente patriota.
Anne fue la mayor de sus hermanos (Jacques, Marie Madeleine y Marie Antoniette), y fue una niña muy despierta, con fuerte carácter y traviesa. Su vida cambió cuando, con solo cuatro años, su padre murió en julio de 1915 mientras participaba en la I Guerra Mundial. Desde entonces Anne se tomó en serio su primogenitura y se convirtió en ejemplo de sus hermanitos, a quien cuidaba, mimaba y entretenía para aliviar la tristeza de su madre. Con su poca edad, entendió que debía "ser buena", lo cual se traducía en agradar a Dios y a su madre, pues así su padre estaría contento en el cielo. Constantemente decía a su madre "Madre querida, no llores, papá está en el cielo. Él es feliz para siempre. Nunca más volverá a estar triste". O también "Madre querida, piensa que papá todavía puede vernos, nos ama, y algún día iremos a él".
Por esos días, tuvo su primera manifestación espiritual, que sepamos. Estando con su tía en la iglesia de Annecy-le-Vieux, esta continuó orando y para que la niña no se aburriera le quiso dar su rosario, pero Anne le respondió "Oh no, estoy hablando con el Niño Jesús", sin apartar la vista del sagrario y con el rostro transfigurado. Y su amor por el Sacramento le llevó a recibir su primera confesión con cinco años y medio, luego de saber explicar, con sencillas palabras, lo ocurrido con el pan y el vino en la Santa Misa. Su fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía era absoluta, sencilla y la llenaba de alegría cuando lo pensaba.
Cuando tenía sólo cuatro años, Nenette ya había deseado recibir a Jesús. A menudo había hablado con su madre sobre su Primera Comunión y le había pedido a su madre que le hablara del buen Jesús en el Santísimo Sacramento. Ella comprendió bien, joven como era, que el pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Santa Misa. Por ello, recibió la Eucaristía por primera vez a los seis años, el 26 de marzo de 1917. La recibió en la capilla del colegio de las Hermanas Benedictinas de Stanbrook al que asistía. La Navidad anterior había pasado un mes preparándose con pequeños sacrificios y actos de amor, para presentarlos al Niño Jesús como si de un colchón de amor se tratara, para que descansase. Puede parecer una piedad infantil, pero engarza perfectamente con la piedad de grandes místicos, quienes convertían cada gesto cotidiano en un acto de amor a Cristo. Ese día Anne hizo una promesa a Jesús, que cumpliría siempre: "Jesús mío, te amo, y para complacerte, prometo obedecer siempre".
A los nueve años escribiría: "Un niño que desobedece a sus padres y maestros, malhumorado, celoso y perezoso servirá mal a Dios, no hará su voluntad. La obediencia es la santidad de los niños". Fue este un acto sumamente heroico, que podría pasar desapercibido, pues damos por hecho que los niños han de obedecer siempre, pero como a los mayores, les cuesta y han de hacerlo por amor. Como grandes santos, Anne hizo de la obediencia y la humildad su personal escala para el cielo.
Su deseo de recibir la comunión cada día no se vio cumplido. Primero, no era lo acostumbrado, y segundo, todas las iglesias le quedaban lejos, como para ir solita. Entonces Anne "ideó" la manera: cada cierto rato dejaba sus ocupaciones, se recogía y oraba diciendo "Oh, gracias, Jesús por venir a mi corazón", recordando los efectos que la comunión sacramental hacía en su alma. Evidentemente, ella no ideó este método, llamado "comunión espiritual", pero ella no lo sabía. En su caso fue una clara monición del Espíritu Santo a hacerlo. Mas tarde supo cómo se llamaba este acto de oración y con gran alegría escribió en una estampa: "Mi querido Jesús, para complacerte, prometo hacer una comunión espiritual todos los días."
Cuando su hermanito Jacques recibió su primera comunión, Anne se alegró tanto como si fuera la suya propia. Ella misma le preparó concienzudamente y le decía: "Oh, Jojo mío, serás tan feliz cuando el pequeño Jesús entre en tu corazón. ¡No puedes imaginarte lo encantador que es!" A sus hermanitas también las preparó y para ellas hizo un pequeño cuadernillo con jaculatorias conocidas, dibujos y sus propios pensamientos piadosos: "Jesús de mi primera comunión, te amo." "Oh Jesús que me has dado muchas gracias en este hermoso día, te amo." "Jesús, te adoro. Jesús, te quiero. Jesús, te lo agradezco."
En una ocasión le leyeron la historia de Nellie, una niña muy piadosa que murió a los cuatro años, dando unas muestras de madurez espiritual asombrosas. Anne, luego de meditar un rato, dijo: "Una larga vida es una bendición, pues podemos sufrir mucho por Jesús". Y su deseo de sufrir por Cristo lo llevó hasta las cosas más cotidianas, incluso los juegos, las comidas o los premios por buena conducta. También ofrecía constantemente sus dificultades para aprender ciertas materias, o recordar lo aprendido. Le costaba deletrear o multiplicar, o aprenderse nombre de lugares o personajes. Sin embargo, nunca se desanimaba, sino que se esforzaba todo lo que podía, especialmente en las materias que no le gustaban. A un niño con el mismo problema, le dijo: "Podemos regalarle a Jesús nuestro trabajo en la escuela, así que cuando parezca difícil, piensa que ahora tienes algo para Él. Si lo amamos, nuestro trabajo nos parecerá fácil".
Era muy devota del crucifijo, teniéndole siempre presente, al igual que a la Virgen María, especialmente la Dolorosa, a quien encomendaba a los enfermos que conocía, o a las personas que tenían problemas. Apenas sabía de alguien que padecía, oraba por él y le consolaba animándole a mirar a Cristo padeciendo en la cruz, o las lágrimas de la Virgen, con este tipo de pensamientos: "Debemos sufrir por Jesús, porque él sufrió por nosotros". "Jesús estaba en la cruz y sufrió por nosotros sin quejarse; por eso, nosotros también debemos sufrir por él sin quejarnos".
También ofrecía sacrificios por los pecadores, especialmente los que parecían irredentos. Sabiendo que había un moribundo que renegaba de Dios y que se negaba a recibir a un sacerdote, Anne oró insistentemente por él, haciendo que su madre la llevara a la iglesia solo para ello. Hasta cinco veces en un mismo día visitó al Sacramento en el altar, para pedirle por aquel pecador. Y su persistencia logró que la gracia volviera al hombre, que se confesó y comulgó antes de morir piadosamente.
En 1921, con 10 años se comprometió con Jesús a imitarle en todo. Se propuso combatir todos los obstáculos que le impedían su meta. Para ella se trataba de una batalla consigo misma, para vencer todas sus inclinaciones a la pereza, el desánimo o el orgullo. Por esas mismas fechas escribió: "Mi alma está destinada al cielo. La gente está muy preocupada con su apariencia externa y apenas con el alma. Mi alma fue hecha para la vida eterna, para ser infinitamente feliz o infinitamente infeliz. El buen Dios quiere que sea eternamente feliz. Eso depende sólo de mí. Mamá no puede hacer ese trabajo por mí". Y comenzó a vigilarse constantemente, para no permitirse ni un pecado venial. Se confesaba frecuentemente para que el sacerdote le ayudara a escudriñar su alma y le ayudara a vencerse. "La confesión es un Sacramento muy, muy grande" - escribió - "Nos da aún más gracias de las que teníamos antes. Por eso es por lo que debemos querer confesarnos. Debemos decir nuestros pecados con mucha sinceridad. Cuando decimos nuestros pecados, y antes de hacerlo, debemos arrepentirnos mucho de ellos, ya que por ellos el amor de Dios disminuye".
Si bien la pequeña creyó que tendría una larga vida para padecer por Cristo, a finales de diciembre de 1921 Anne comenzó a padecer algunos dolores de cabeza, a los que se dio poca importancia, y ella misma los toó como una ofrenda más al buen Jesús. El 19 de diciembre del mismo año, la familia hizo una excursión que Anne no quiso perderse a pesar de sentirse muy mal. Esa misma noche tuvo que guardar cama a causa de los intensos dolores de cabeza y espalda que estaba padeciendo. La fiebre apareció al otro día y el sufrimiento de la niña era evidente, aunque ella lo disimulaba con una cándida sonrisa. El día 22 comenzaron una serie de ataques que le dejaban exhausta, pero que rápidamente ofrecía a Cristo por los pecadores. El 28 de diciembre el médico de la familia dictaminó una meningitis aguda y dijo que no viviría mucho más. Ese mismo día Anne se confesó y el día 30 recibió la Comunión. Ni en un solo momento rezó por su curación, aunque se lo sugirieron. El 13 de enero se puso en manos de la Virgen María, hizo algunas oraciones en medio del dolor y entró en agonía. Al amanecer del 14 de enero de 1922 abrió los ojos, miró fijamente a su madre y con una sonrisa entregó su alma a Cristo.
Todos los que la conocían tenían la certeza de que era una santa, pero los santos niños no mártires no son cosa frecuente en la Iglesia. En 1932 el Obispo de Annecy accedió a iniciar una causa de canonización, aunque primero quiso que el Vaticano le asesorara sobre si podía un niño ser santo sin ser mártir. El 30 de octubre de 1933, se abrió la bóveda de la familia en el cementerio de Annecy-le-Vieux para el análisis del cuerpo, el cual se encontró incorrupto. El ataúd fue redecorado y el cuerpo fue colocado de nuevo en el ataúd y este metido dentro de otro. No se le cambiaron los vestidos, como en un principio se pensó. 300 personas pudieron ver el cuerpo de la santa niña, venerarlo y tocar en él artículos piadosos.
Los avatares de la II Guerra Mundial dejaron la causa en el olvido hasta 1979. En 1981 la respuesta sobre la posible santidad de los infantes fue positiva, y luego de reabrirse la causa Anne fue proclamada Venerable por el Papa Juan Pablo II el 3 de marzo de 1990. Su cuerpo no se ha vuelto a exponer.
Fuentes:
http://www.catholictradition.org
http://www.nobility.org
A 15 de enero además se recuerda a:
Anne (Jeanne Marie Josephine Anne) nació el 25 de abril de 1911 en Annecy-le-Vieux, Francia, en una familia emparentada con la antigua monarquía francesa. Su madre, Antoinette de Charette, provenía de una familia noble y militar, y su madre, abuela de nuestra niña, Eulalie Marie Madeleine de Bourbon-Busset, era descendiente directa de Robert de Clermont, el sexto hijo de San Luis rey de Francia (25 de agosto). Su padre fue el conde Jacques de Guigné, un devoto católico y ferviente patriota.
Anne fue la mayor de sus hermanos (Jacques, Marie Madeleine y Marie Antoniette), y fue una niña muy despierta, con fuerte carácter y traviesa. Su vida cambió cuando, con solo cuatro años, su padre murió en julio de 1915 mientras participaba en la I Guerra Mundial. Desde entonces Anne se tomó en serio su primogenitura y se convirtió en ejemplo de sus hermanitos, a quien cuidaba, mimaba y entretenía para aliviar la tristeza de su madre. Con su poca edad, entendió que debía "ser buena", lo cual se traducía en agradar a Dios y a su madre, pues así su padre estaría contento en el cielo. Constantemente decía a su madre "Madre querida, no llores, papá está en el cielo. Él es feliz para siempre. Nunca más volverá a estar triste". O también "Madre querida, piensa que papá todavía puede vernos, nos ama, y algún día iremos a él".
Por esos días, tuvo su primera manifestación espiritual, que sepamos. Estando con su tía en la iglesia de Annecy-le-Vieux, esta continuó orando y para que la niña no se aburriera le quiso dar su rosario, pero Anne le respondió "Oh no, estoy hablando con el Niño Jesús", sin apartar la vista del sagrario y con el rostro transfigurado. Y su amor por el Sacramento le llevó a recibir su primera confesión con cinco años y medio, luego de saber explicar, con sencillas palabras, lo ocurrido con el pan y el vino en la Santa Misa. Su fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía era absoluta, sencilla y la llenaba de alegría cuando lo pensaba.
Cuando tenía sólo cuatro años, Nenette ya había deseado recibir a Jesús. A menudo había hablado con su madre sobre su Primera Comunión y le había pedido a su madre que le hablara del buen Jesús en el Santísimo Sacramento. Ella comprendió bien, joven como era, que el pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Santa Misa. Por ello, recibió la Eucaristía por primera vez a los seis años, el 26 de marzo de 1917. La recibió en la capilla del colegio de las Hermanas Benedictinas de Stanbrook al que asistía. La Navidad anterior había pasado un mes preparándose con pequeños sacrificios y actos de amor, para presentarlos al Niño Jesús como si de un colchón de amor se tratara, para que descansase. Puede parecer una piedad infantil, pero engarza perfectamente con la piedad de grandes místicos, quienes convertían cada gesto cotidiano en un acto de amor a Cristo. Ese día Anne hizo una promesa a Jesús, que cumpliría siempre: "Jesús mío, te amo, y para complacerte, prometo obedecer siempre".
Anne y sus hermanitos |
A los nueve años escribiría: "Un niño que desobedece a sus padres y maestros, malhumorado, celoso y perezoso servirá mal a Dios, no hará su voluntad. La obediencia es la santidad de los niños". Fue este un acto sumamente heroico, que podría pasar desapercibido, pues damos por hecho que los niños han de obedecer siempre, pero como a los mayores, les cuesta y han de hacerlo por amor. Como grandes santos, Anne hizo de la obediencia y la humildad su personal escala para el cielo.
Su deseo de recibir la comunión cada día no se vio cumplido. Primero, no era lo acostumbrado, y segundo, todas las iglesias le quedaban lejos, como para ir solita. Entonces Anne "ideó" la manera: cada cierto rato dejaba sus ocupaciones, se recogía y oraba diciendo "Oh, gracias, Jesús por venir a mi corazón", recordando los efectos que la comunión sacramental hacía en su alma. Evidentemente, ella no ideó este método, llamado "comunión espiritual", pero ella no lo sabía. En su caso fue una clara monición del Espíritu Santo a hacerlo. Mas tarde supo cómo se llamaba este acto de oración y con gran alegría escribió en una estampa: "Mi querido Jesús, para complacerte, prometo hacer una comunión espiritual todos los días."
Cuando su hermanito Jacques recibió su primera comunión, Anne se alegró tanto como si fuera la suya propia. Ella misma le preparó concienzudamente y le decía: "Oh, Jojo mío, serás tan feliz cuando el pequeño Jesús entre en tu corazón. ¡No puedes imaginarte lo encantador que es!" A sus hermanitas también las preparó y para ellas hizo un pequeño cuadernillo con jaculatorias conocidas, dibujos y sus propios pensamientos piadosos: "Jesús de mi primera comunión, te amo." "Oh Jesús que me has dado muchas gracias en este hermoso día, te amo." "Jesús, te adoro. Jesús, te quiero. Jesús, te lo agradezco."
En una ocasión le leyeron la historia de Nellie, una niña muy piadosa que murió a los cuatro años, dando unas muestras de madurez espiritual asombrosas. Anne, luego de meditar un rato, dijo: "Una larga vida es una bendición, pues podemos sufrir mucho por Jesús". Y su deseo de sufrir por Cristo lo llevó hasta las cosas más cotidianas, incluso los juegos, las comidas o los premios por buena conducta. También ofrecía constantemente sus dificultades para aprender ciertas materias, o recordar lo aprendido. Le costaba deletrear o multiplicar, o aprenderse nombre de lugares o personajes. Sin embargo, nunca se desanimaba, sino que se esforzaba todo lo que podía, especialmente en las materias que no le gustaban. A un niño con el mismo problema, le dijo: "Podemos regalarle a Jesús nuestro trabajo en la escuela, así que cuando parezca difícil, piensa que ahora tienes algo para Él. Si lo amamos, nuestro trabajo nos parecerá fácil".
Era muy devota del crucifijo, teniéndole siempre presente, al igual que a la Virgen María, especialmente la Dolorosa, a quien encomendaba a los enfermos que conocía, o a las personas que tenían problemas. Apenas sabía de alguien que padecía, oraba por él y le consolaba animándole a mirar a Cristo padeciendo en la cruz, o las lágrimas de la Virgen, con este tipo de pensamientos: "Debemos sufrir por Jesús, porque él sufrió por nosotros". "Jesús estaba en la cruz y sufrió por nosotros sin quejarse; por eso, nosotros también debemos sufrir por él sin quejarnos".
También ofrecía sacrificios por los pecadores, especialmente los que parecían irredentos. Sabiendo que había un moribundo que renegaba de Dios y que se negaba a recibir a un sacerdote, Anne oró insistentemente por él, haciendo que su madre la llevara a la iglesia solo para ello. Hasta cinco veces en un mismo día visitó al Sacramento en el altar, para pedirle por aquel pecador. Y su persistencia logró que la gracia volviera al hombre, que se confesó y comulgó antes de morir piadosamente.
En 1921, con 10 años se comprometió con Jesús a imitarle en todo. Se propuso combatir todos los obstáculos que le impedían su meta. Para ella se trataba de una batalla consigo misma, para vencer todas sus inclinaciones a la pereza, el desánimo o el orgullo. Por esas mismas fechas escribió: "Mi alma está destinada al cielo. La gente está muy preocupada con su apariencia externa y apenas con el alma. Mi alma fue hecha para la vida eterna, para ser infinitamente feliz o infinitamente infeliz. El buen Dios quiere que sea eternamente feliz. Eso depende sólo de mí. Mamá no puede hacer ese trabajo por mí". Y comenzó a vigilarse constantemente, para no permitirse ni un pecado venial. Se confesaba frecuentemente para que el sacerdote le ayudara a escudriñar su alma y le ayudara a vencerse. "La confesión es un Sacramento muy, muy grande" - escribió - "Nos da aún más gracias de las que teníamos antes. Por eso es por lo que debemos querer confesarnos. Debemos decir nuestros pecados con mucha sinceridad. Cuando decimos nuestros pecados, y antes de hacerlo, debemos arrepentirnos mucho de ellos, ya que por ellos el amor de Dios disminuye".
Si bien la pequeña creyó que tendría una larga vida para padecer por Cristo, a finales de diciembre de 1921 Anne comenzó a padecer algunos dolores de cabeza, a los que se dio poca importancia, y ella misma los toó como una ofrenda más al buen Jesús. El 19 de diciembre del mismo año, la familia hizo una excursión que Anne no quiso perderse a pesar de sentirse muy mal. Esa misma noche tuvo que guardar cama a causa de los intensos dolores de cabeza y espalda que estaba padeciendo. La fiebre apareció al otro día y el sufrimiento de la niña era evidente, aunque ella lo disimulaba con una cándida sonrisa. El día 22 comenzaron una serie de ataques que le dejaban exhausta, pero que rápidamente ofrecía a Cristo por los pecadores. El 28 de diciembre el médico de la familia dictaminó una meningitis aguda y dijo que no viviría mucho más. Ese mismo día Anne se confesó y el día 30 recibió la Comunión. Ni en un solo momento rezó por su curación, aunque se lo sugirieron. El 13 de enero se puso en manos de la Virgen María, hizo algunas oraciones en medio del dolor y entró en agonía. Al amanecer del 14 de enero de 1922 abrió los ojos, miró fijamente a su madre y con una sonrisa entregó su alma a Cristo.
Bóveda de la familia y sepultura de Anne. |
Los avatares de la II Guerra Mundial dejaron la causa en el olvido hasta 1979. En 1981 la respuesta sobre la posible santidad de los infantes fue positiva, y luego de reabrirse la causa Anne fue proclamada Venerable por el Papa Juan Pablo II el 3 de marzo de 1990. Su cuerpo no se ha vuelto a exponer.
Fuentes:
http://www.catholictradition.org
http://www.nobility.org
A 15 de enero además se recuerda a:
San Erembert de Arras, obispo. |
San Alejandro el Acemeta, abad. |
San Bonet de Clermont, obispo y monje |
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