Fue Ciro un médico cristiano de Alejandría, quien atendía a los pobres sin cobrarles por sus servicios, y a quienes, sobre todo, evangelizaba con su palabra y ejemplo, convirtiendo a muchos a Cristo. Cuando estalló la persecución a los cristianos imperando Diocleciano, Ciro hubo de huir a Arabia, donde vivió como eremita, aunque sin abandonar su profesión de médico.
Allí se le unió Juan, un soldado de Edesa que estaba destinado en Jerusalén. En la Ciudad Santa supo del eremita egipcio que tantos portentos hacía y allí se fue a ser su discípulo en la oración y la penitencia. Al cabo de un tempo ambos conocieron como padecían los cristianos encarcelados en la ciudad de Canoppe. Especialmente les conmovió la historia que supieron de una mujer llamada Atanasia, quien padecía con sus hijas Teodota, Teoctista y Eudoxia, quienes estaban enfermas en la cárcel. Sin pensarlo allá se fueron a socorrerlas y con ellas a los demás.
Ambos fueron apresados y metidos con los demás en la cárcel, donde Ciro les alentó a perseverar en la fe de Cristo y como pudo les iba cuidando sus heridas. Fueron sometidos a varios tormentos y finalmente los seis invictos confesores fueron decapitados. Apenas la persecución terminó, las reliquias de los mártires, que habían sido cuidadosamente guardadas, fueron depositadas en el altar de la basílica de San Marcos en Alejandría. De allí San Cirilo de Alejandría (27 de enero) las trasladó a Menuthis en el siglo V, y las puso en un templo de Isis convertido en basílica, que tomó el nombre de Abukir, o sea, "Padre Ciro”.
Probablemente habría pasado desapercibido en Occidente de no ser por la traslación (o expoliación) que los cruzados hicieron de sus reliquias, llevándolas a Nápoles, desde donde su culto se extendió como santo médico taumaturgo. La iglesia de los jesuitas "Gesu Nuovo" obtuvo custodiar las reliquias, y desde allí muchos misioneros italianos llevaron partículas de sus reliquias a las misiones y de algún modo exportaron su devoción. Gran devoto suyo fue el misionero jesuita San Francisco de Gerónimo (11 de mayo), quien tenía consigo una reliquia del brazo del santo que le acompañaba siempre y por medio de la cual obró grandes milagros.
Probablemente habría pasado desapercibido en Occidente de no ser por la traslación (o expoliación) que los cruzados hicieron de sus reliquias, llevándolas a Nápoles, desde donde su culto se extendió como santo médico taumaturgo. La iglesia de los jesuitas "Gesu Nuovo" obtuvo custodiar las reliquias, y desde allí muchos misioneros italianos llevaron partículas de sus reliquias a las misiones y de algún modo exportaron su devoción. Gran devoto suyo fue el misionero jesuita San Francisco de Gerónimo (11 de mayo), quien tenía consigo una reliquia del brazo del santo que le acompañaba siempre y por medio de la cual obró grandes milagros.
A 31 de enero además se recuerda a:
Santa Ulpia, virgen. |
Santa Marcela, viuda. |
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