viernes, 28 de mayo de 2021

“Veni Sponsa Christi”

Santa Ubaldesca Taccini, virgen de la Orden de Malta. 28 de mayo y 31 de julio (traslación de las reliquias). 

Nació en una familia de labradores de Calcinaia, Pisa, en 1136. Como nos cuenta su “vita”, fue una niña piadosa y dada a la religión y la penitencia. A los 14 años se le apareció su ángel de la guarda y le dijo: “Ubaldesca, siempre has rogado, y suplicado con rendimiento a mi Dios y tuyo, te manifieste su voluntad para que tomes el estado más conveniente para tu salvación, y más proporcionado a tu vida espiritual; y por tanto, habiendo oído con piedad tus peticiones, me envía desde la Eternidad a decirte, vayas luego a la Ciudad de Pisa, al monasterio de San Juan del Templo, y allí tomes el hábito de la ínclita, y Sagrada religión de San Juan de Jerusalén, y vivas en compañía de aquellas religiosas, para desposarte con Dios por medio de la virtud en que allí te has de ejercitar”. Puso algunos reparos la santa niña, sobre si podría soportar la austeridad del claustro o vivir con santas religiosas. El ángel le confortó diciendole que Dios la sostendría todo el tiempo, además de revelarle que la ciudad la necesitaría, pues por su intercesión se alcanzarían grandes beneficios.

Cuenta la leyenda que sus adres recibieron su decisión con gran alegría e, inmediatamente, dejaron unos panes que estaban cociendo y se pusieron en camino a Pisa para entregarla a Dios. Los vecinos le salían al paso y la saludaban con alegría, le pedían oraciones y se encomendaban a ella, pues sabían de su gran santidad. Igualmente la recibieron entre cánticos las 40 religiosas del monasterio de San Juan, de la Orden Hospitalaria de Malta, el elegido por Dios para Ubaldesca. La noche anterior las monjas habían tenido una aparición de un ángel, que las preparó para recibir a un dechado de virtudes y santidad. La abadesa la tomó de la mano y llevándola al templo, le dio el hábito monástico. Los padres regresaron a su casa, gozosos, pero con alguna tristeza. Pero Dios les confirmó con un portento que habían hecho bien dándole a su hija: al llegar a su casa hallaron que aquellos panes que habían dejado cociendo en el horno no solo no se habían quemado, sino que, además, estaban en su perfecto punto de cocción, como nunca habían estado. Eso dice la leyenda, no yo. 


Mientras, en el monasterio, Ubaldesca crecía en virtudes. Elegía los trabajos más bajos de la casa, estaba pronta a la caridad con las hermanas, sobre todo con las enfermas y mayores, soportando sus impaciencias y quejas. A todas amaba y perdonaba sus faltas, y por todas hacía penitencias, para que crecieran en santidad, olvidándose de pedir por ella misma. Por los pecados del mundo se disciplinaba constantemente, usando un cilicio muy punzante, ayunando y no comiendo más que pan y agua todos los días de su vida, y eso cada tres días, pues los demás, los vivía en ayuno permanente. 


Ejerció el oficio de limosnera del convento, oficio que ella aprovechó para predicar sobre las bondades de seguir a Cristo radicalmente. A muchísimos movió a mejor vida, y a otros inclinó al estado religioso. Muchos maridos trataron mejor a sus mujeres luego de tratar con Ubaldesca y su palabra firme, pero llena de caridad. De las limosnas que conseguía, pareciéndole muchas para unas monjas, daba parte a los pobres, a los que igualmente predicaba de Cristo, y entre quienes se hallaba a gusto, como una pobre más.  


En una de sus salidas, ocurrió este milagro: pasaba por el puente de la Espina, cuando una gran piedra se desprendió de un edificio y le golpeó duramente en la cabeza. Todos pensaron la habría matado, mas Ubaldesca se levantó y continuó camino a su monasterio como si nada. Allí no dejó que la curaran, considerando que, si Cristo no rehuyó de las llagas, ella tampoco debía hacerlo. La llaga fue a más, se llenó de pus y gusanos, oliendo pestilentemente, mas para ella aquello era perfume celestial. Ni los terribles dolores de cabeza que siempre padeció por ello le hizo cambiar de parecer. Solamente la obediencia le habría hecho aceptar ser curada, mas como nunca se lo mandaron, vivió toda su vida con la cabeza abierta y purulenta. 


Otro portento, que ha configurado su iconografía, cuenta que en un Viernes Santo en que volvía al monasterio llevando un cántaro de agua, encontró a unas mujeres que visitaban las iglesias, haciendo las Estaciones. Las piadosas mujeres le pidieron agua, y Ubaldesca se las dio, mas las señoras insistieron en que bendijera el líquido. La santa lo hizo y, al punto, el agua se convirtió en vino. 


Setenta años vivió Ubaldesca, siendo muy conocida y amada en Pisa, por sus milagros y su palabra santificante. Su última enfermedad, de las muchas que padeció, la llevó con harta virtud. Poco antes de su muerte la visitó Dotto, un presbítero de la Orden, quien, admirado por sus virtudes y milagros, pidió a las religiosas le avisasen cuando la santa estuviera en agonía, para presenciar lo que creería sería un momento glorioso. Ubaldesca le respondió: “Padre, no os preocupéis de estar presente a mi muerte, porque no me habéis de ver morir”. Y así fue, ido el padre, Ubaldesca quiso dormir un poco, y las religiosas la dejaron para que descansara. Y del plácido sueño pasó a la muerte, y por esta a la Vida, en soledad y silencio. Fue el 28 de mayo de 1206, Domingo de Trinidad.


Las monjas supieron de su muerte al tener todas ellas una visión en la que una legión angélica descendía del cielo cantando el “Veni Sponsa Christi”, y llevaban consigo al empíreo el alma de Ubaldesca. El cuerpo permaneció expuesto una semana para los funerales, y durante ese tiempo los fieles la veneraron incesantemente, arrancándole numerosos milagros a la que llamaban santa, y con razón. Al cabo de ese tiempo fue sepultada en la iglesia monástica. Entre los milagros que se cuentan está una aparición al padre Dotto, quien lamentaba no haber estado presente en la muerte de la santa. Ubaldesca se le apareció mostrando toda la gloria que Dios le había concedido. Este mismo padre mandó hacer un bello sepulcro para la santa, adonde él mismo trasladó las reliquias, aumentando con ello la devoción del pueblo. En el siglo XVII parte de su cuerpo fue trasladado a Zaragoza, quedando la cabeza en el convento de los Caballeros, en Pisa, y el otro resto en el convento de las monjas, dentro de una imagen relicario. El 31 de julio de 1587 otras reliquias fueron trasladadas a Malta.


Entre los patronatos de Santa Ubaldesca está el de la protección del pan y el vino. Ya contamos dos milagros realizados en vida sobre estos elementos, pero otros muchos se cuenta que ocurrieron al decir sus devotos las palabras “Santa Ubaldesca te guarde”. Como el restablecer el sabor de una cosecha de vino que estaba agrio, convertir un campo de cebada en trigo, preservar viñas del ataque de las plagas, o convertir vino tinto en vino blanco. Además se le invoca contra los rayos, el granizo y las plagas de insectos.



Fuente:
-"Vida milagrosa de la esclarecida Virgen Santa Ubaldesca". JUAN RUIZ LUMBIER. S.O.S.J.J.

A 28 de mayo además se recuerda a:

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