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miércoles, 5 de mayo de 2021

Monje ejemplar, fundador y prelado humilde.

San Martín de Sigüenza, obispo cisterciense. 5 de mayo y 16 de septiembre. 

Nació sobre 1140, en la familia noble castellana de los Finojosa (o Hinojosa), emparentada con los reyes navarros. Sus padres fueron Miguel Muñoz de Finojosa, y Sancha Fernández. Fue un niño despierto para las letras, por lo que pronto comenzó a estudiar, a la par que acrecentaba sus virtudes. Siendo aún jovencito murió su padre, el cual fue enterrado en Silos. El día de los funerales, el ver la solemnidad de los monjes, su dedicación a la alabanza divina y su compostura, le decidieron a ser monje. Somo era el segundo de los hermanos, al decirle a su madre, esta no opuso reparos, pues la sucesión era toda del hermano mayor, Nuño.  

Sin embargo, Martín no se decidió por los benedictinos de Silos, sino por los cistercienses de Cántavos (primer monasterio de la comunidad que luego pasaría a Huerta), fundado en 1151. La vida ascética del Císter y su sencillez le atrajo mucho más que la benedictina. Junto con el hijo, la madre entregó al monasterio el pueblo de Boñizes, que le pertenecía al hijo. A pesar de su origen noble, Martín no desdeñó tareas impuestas: siempre callado, humilde y obediente, sus delicias eran la oración y el trabajo manual. Al poco tiempo de hacer sus votos ya era muy considerado por los monjes como un digno hijo de San Benito y San Bernardo. 

En 1162 la comunidad se trasladó al hermoso monasterio de Huerta, y Martín fue elegido como abad, habiendo fallecido el abad Dom Blas. Sólo tenía 26 años. Aparte de sus prendas, influyó, como no, su familia y su origen nobiliario. Su tiempo como abad hizo florecer Huerta, convirtiéndolo en un verdadero huerto de virtudes y erudición. El monasterio tiene una biblioteca estupenda que fue iniciada en tiempos de Martín, al que Huerta llama, con justicia, “nuestro Padre”.  

Sus ejemplos, escritos y la labor de los monjes hicieron al recinto y a Martín ganar la admiración del rey Alfonso VIII y de los nobles castellanos y leoneses. En 1179 comenzó la edificación de la nueva iglesia monástica, poniendo la primera piedra el rey y su mujer, la reina Leonor. Este rey, además, le concedió varios pueblos, salinas y no pocos beneficios de impuestos para que la obra no se detuviese. Los reyes de Aragón también fueron espléndidos con el monasterio, dotándolos con alhajas, exenciones, ricas telas y vasallos, a cambio de las constantes oraciones de los monjes por los monarcas y sitio de enterramiento. Incluso había una ceremonia para esto, en la cual, dicha la misa de la Santísima Trinidad, se acudía procesionalmente al claustro y allí el abad señalaba el lugar de la sepultura del noble o monarca protagonista de la ceremonia. Todavía hay allí una comunidad monástica masculina.

Martín tuvo gran estima a las monjas de Las Huelgas de Burgos, a las que donó tierras y beneficios que él recibía. Las visitaba con frecuencia y ellas lo agradecían con sus oraciones y primorosos trabajos de costura para su catedral. A las abadesas de Las Huelgas dio la sujeción de todos los monasterios de monjas de los reinos de Castilla y León, creando una especie de abadesa general. Decretó que todos los años se celebrase allí un Capítulo de monasterios femeninos, asistiendo él al primero, en 1189. 

Martín fue elegido obispo de Sigüenza por los canónigos de esta catedral en 1191, siendo confirmada su elección por el rey Alfonso y del papa Clemente III. Aunque Martín se negó, finalmente aceptó humildemente. Fue atento a la vida moral del clero, del cabildo catedralicio y de los monasterios. Dictó cánones para proteger a los presbíteros en los juicios, algunos de ellos hoy diríamos que injustos en cuanto bastaba la palabra de los sacerdotes para ser creídos. Ganó los viejos pleitos que el obispado tenía con los obispados de Osma y Tarazona, a cuenta de los límites territoriales, los pueblos que les pertenecían, con sus respectivos diezmos e impuestos. Fue padre providente de los pobres, desamparados y cautivos cristianos que estaban prisioneros de los musulmanes en otras partes de la península ibérica. 

Solo dos años fue obispo titular nuestro santo, el cual anhelaba tanto el claustro, que en 1193 pidió al papa Celestino III le permitiera renunciar, para volver al monasterio. Una vez obtenida la licencia papal y el permiso real, se despojó de todas sus insignias episcopales en una solemne ceremonia en la catedral, y vestido solamente con su usado hábito del Císter, emprendió el camino a pie a Huerta. Allí fue recibido por sus monjes con gran alegría, y el mismo lloró lágrimas de gozo al abrírsele las puertas. No está claro si siendo aún obispo titular o habiendo vuelto al monasterio, murió su madre, la cual quiso ser sepultada en Huerta, en una simple tumba detrás de la capilla mayor, sin reconocimiento alguno. Así lo hizo el santo, quien hubiera deseado una hermosa sepultura para su madre, pero prefirió cumplir su voluntad. 

En el monasterio vivió aún 20 años más entre rigores, oración, silencio y vida escondida. Tenía oración muy subida, y su carne era presa de grandes penitencias. Ejercía los más oficios humildes y obedecía prontamente como si de un novicio se tratase. En 1213, estando visitando a los monjes de Oliva, supo por revelación que moriría pronto. Emprendió camino de vuelta para morir en su amado Huerta, más pasando por el monasterio de Socota de Tajo, tuvo que detenerse para rendir su alma al Creador, el 16 de septiembre del mismo año, con 75 años de edad. 

El santo cuerpo fue trasladado a Huerta con tristeza, pero con alegría al mismo tiempo, como si de la traslación de las reliquias de un santo canonizado se tratase. Y no pocos favores dispensó a los que le rendían homenaje en el camino. Fue sepultado en la iglesia del monasterio en una sencilla sepultura en la tierra. En 1558 hubo una inundación en la zona y las sepulturas se hundieron, dejando ver la osamenta del santo, mas no la cabeza. Se identificó por las vestimentas episcopales que vestía y por el intenso perfume que brotó del sepulcro. Las reliquias se colocaron en el altar mayor. En 1662 se trasladaron a una bella urna de jaspe y bronce, que fue colocada en el retablo mayor. En 1776, concluido el hermoso retablo barroco de la iglesia, la urna fue puesta en este. 

Sobre la cabeza perdida, una leyenda dice que un ángel, vestido de peregrino la tomó y la entregó al Capítulo de Sigüenza, los cuales la colocaron en el retablo mayor. Sin embargo, otra leyenda dice que es la de San Sacerdote de Limoges (5 de mayo). 


Fuentes:
-"Médula Histórica Cisterciense". Volumen 3. ROBERTO MUÑIZ O.Cist. Valladolid, 1780.
-
La leyenda de Oro. Tomo 2. Madrid 1853


A 5 de mayo además se recuerda a:

Santa Ferbuta,
virgen y mártir
.
San Ángelo,
protomártir carmelita
.
Santa Jutta,
viuda y eremita
.
San Maroncio, abad.






domingo, 20 de septiembre de 2015

San Agapito I, papa y peleador.

San Agapito I, papa 22 de abril y 20 de septiembre (traslación de las reliquias).

Agapito fue hijo de un presbítero llamado Gordiano, que estuvo mezclado en asuntos turbios y revueltas populares, por lo que murió asesinado, reinando el papa San Símaco (19 de julio). Agapito, de mente despierta, siguió la carrera eclesiástica de su padre. Amante de las artes, las letras y la ciencia, fue promotor de coleccionar, preservar y traducir al latín toda la obra de los filósofos, poetas, dramaturgos griegos. Siendo presbítero asociado de la basílica de Santos Juan y Pablo fundó la primera biblioteca eclesiástica de Roma.

Fue elegido papa el 13 de mayo de 535, luego de la muerte del polémico Juan II, del que era arcediano. Rehabilitó la memoria de Dióscoro, rival del papa Bonifacio II. Tuvo que pelear bastante el nuevo papa contra los emperadores Justiniano y Teodora a causa de los herejes. Con el emperador, a causa de los arrianos: Sucedía que había un vacío legal acerca de que si los prelados arrianos, al convertise a la auténtica fe católica podían volver a sus sedes de las que habían sido depuestos. El sentir de la Iglesia era que no, pues volvían a la Iglesia, fuera de la cual habían perdido su condición de eclesiásticos. Justiniano quería se les devolviese a sus obispados, porque muchos le eran serviles. Juan II no llegó a arreglar este asunto, y le tocó a Agapito, el cual determinó, en consonancia con el Concilio de Cartago que sólo regresaban a la Iglesia, sin que tuvieran derechos sobre las sedes, cargos o beneficios eclesiásticos.

Con la emperatriz tuvo que defender la fe católica ante la herejía monofisita, con la cual la emperatriz coqueteaba. Y más aún, había ganado para esta herejía a Antimo, patriarca de Constantinopla, con lo que algunos obispos y fieles herejes habían tomado iglesias predicaban sus errores abiertamente, con gran confusión del pueblo. Agapito tuvo que excomulgarlo y poner a otro en su lugar, a la par que reconvenir a la emperatriz. Los abades de Constantinopla reclamaron a Agapito, el cual les confirmó la doctrina de la Iglesia, además de consolarles con su visita, como veremos luego. Igualmente tuvo que condenar los errores nestorianos de los acemetas constantinopolitanos. Y esto último, paradójicamente, por impulso de Justiniano. Y es que la ortodoxia de los poderosos muchas veces es elástica.

Volvió a enfrascarse en peleas, esta vez como pacificador, entre Teodato, rey ostrogodo y Justiniano, que pretendía extender el Imperio de Oriente en tierras itálicas, luego de conquistar Sicilia. Para este viaje no quiso ser gravoso a la ciudad de Roma, y empeñó algunos tesoros de la Iglesia. A medio camino realizó el milagro de sanar a un pobre tullido que oyó la misa celebrada por el papa. Llegó a Constantinopla el 2 de febrero de 536, e intentó disuadir a Justiniano de sus propósitos expansionistas, pero el emperador se negó a hablar del tema. Agapito confirmó su condena a Antimo, por más que la emperatriz le hizo frente. Se negó a aceptar a Antimo si este no renegaba públicamente de la herejía, profesaba la fe católica y aceptaba los cánones del Concilio de Calcedonia, que condenaba el monofisismo. Y aún así, en ningún caso le admitiría a la sede de Constantinopla. Todo lo contrario, confirmó a Menas, su elegido. Tanta oposición le hizo Justiniano, que Agapito le dijo: "Con ardiente anhelo he venido para contemplar la fe cristiana del emperador Justiniano. En su lugar me encuentro a Diocleciano, cuyas amenazas, sin embargo, no me aterrorizan". Finalmente, Justiniano, queriendo eliminar toda sospecha de complicidad en la herejía, entregó al Papa una profesión de fe escrita por él mismo, que Agapito aceptó como católica, aunque señalando que “no puedo admitir en un laico el derecho de enseñar la religión, sin embargo, observo con placer que el celo del emperador está en perfecto acuerdo con las decisiones de los Padres del Concilio de Calcedonia". 

En estas gestiones le sorprendió la muerte, antes de cumplir el año de pontificado, el 22 de abril de 536, fecha en que las iglesias orientales celebran su memoria. Occidente, en cambio, le conmemora a 20 de septiembre, día en que sus reliquias fueron trasladadas y enterradas en la basílica de San Pedro, Roma.


Fuente:
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año: Septiembre. P JEAN CROISSET. S.I. Barcelona, 1863.
https://en.wikisource.org/wiki/Catholic_Encyclopedia_%281913%29/Pope_St._Agapetus_I

Otros santos papas son:

San Esteban I. 2 y 30 de agosto.
San Telesforo. 5 y 30 de enero (carmelitas), y 22 de febrero.
San Dionisio. 19 de enero (carmelitas) y 26 de diciembre.
San Celestino V. 19 de mayo.
San Cleto. 26 de abril.
San Ceferino. 26 de agosto.
San Inocencio I. 28 de julio.
San Gregorio III. 28 de noviembre.
San Sergio I. 8 y 9 de septiembre.
San Melquíades. 10 de diciembre.
San Calixto I. 14 de octubre.
San Lino. 23 de septiembre.
San Urbano I. 25 de mayo.
San Silvestre I. 31 de diciembre.
San Eugenio I. 2 de junio.
San Hormisdas. 6 de agosto.
Beato Gregorio X. 10 de enero.
San Julio I. 12 de julio.
San Zacarías. 3, 15 y 22 de marzo.
San Marcos. 7 de octubre.
San Gelasio I. 21 de noviembre.
San Agatón. 10 de enero. 
San Lucio I. 4 de marzo.
San León IX. 19 de abril.
San Aniceto. 17 de abril.
San Alejandro I. 3 de mayo.
San Gregorio VII. 25 de mayo.
San Celestino I. 6 de abril.
Beato Benedicto XII. 25 de abril.


A 20 de septiembre además se celebra a 

miércoles, 22 de abril de 2015

Beato Francisco, bibliotecario

Beato Francisco de Fabriano, religioso franciscano. 22 de abril y 14 de mayo (traslación de las reliquias)

Ilustración realizada
en Corel Draw
Nació Francisco el 2 de septiembre de 1251 en Fabriano, Ancona, y fue hijo del médico Compagno Venimbene y de Margarita di Federico. Fue un niño despierto, piadoso y amante de la cultura, la lectura y las artes. A los 16 años ya estaba graduado de Artes y Filosofía, cuando sintió la llamada a la reciente Orden del Seráfico Padre San Francisco (4 de octubre; 17 de septiembre, Impresión de las llagas, y 25 de mayo, traslación de las reliquias), y entró al noviciado que la Orden tenía en su ciudad natal. Siendo novicio viajó a Asís, para obtener la santa Indulgencia de la Porciúncula (2 de agosto), donde encontró y veneró al santo fraile Hermano León, compañero de San Francisco. También conoció a San Buenaventura (15 de julio), de quien fue alumno.

En 1316, edificó un nuevo convento e iglesia, de donde fue nombrado Guardián, para repetir en el cargo en 1318. Para este convento organizó, con una herencia que le dejó su padre, la primera biblioteca franciscana que se conoce. Fue un gran predicador itinerante en la zona de la Umbría, destacando por su palabra encendida y su gran caridad con los pobres, mendigos y por su misericordia con los pecadores a la par que era severo con el pecado. Vestía un sayal muy pobre, se sometía a duras penitencias y dormía poco, para tener más tiempo para la oración y la predicación.

Fue devotísimo de la Pasión de Cristo, de la Santísima Virgen y de las almas del Purgatorio, a quienes se encomendaba frecuentemente. Era muy fervoroso celebrando la santa misa, y lo hacía con tanta veneración que una ocasión, habiendo ya consagrado, cayó un escorpión en el cáliz y no atreviéndose a arrojar la Sangre del Señor, la bebió con normalidad y continuó celebrando la Eucaristía, encomendándose a Dios. Al terminar la misa, el escorpión salió tranquilamente de la boca. En 1322, Dios le reveló que moriría el 22 de abril del mismo año, y así lo dijo a sus hermanos. Así sucedió, ese día, con 61 años, entró en la gloria, luego de 45 años de franciscano. En 1775 el papa Pío VI confirmó el culto que se le tributaba en torno a su sepultura y reliquias. Estas actualmente se veneran en la iglesia de Santa Catalina de Fabriano, adonde fueron trasladadas.


A 22 de abril además se celebra a






Santa Almedha, virgen y mártir.

Santa Almedha, virgen y mártir. 1 de agosto.   Fue esta una de las legendarias hijas del rey de Britania, San  Brychan  ( 6 de abril ). Hast...